La hipótesis del lago se plantea como
un momento esencial en el proceso de hominización del hombre en el que éste toma
conciencia de sí mismo, una conciencia de identificación del Yo singular con
respecto a los demás, al Otro. Sartre decía que “no
hay ni podría haber imágenes en la
conciencia, pues la imagen es un cierto
tipo de conciencia". La
imagen es tener conciencia de algo. Para explicar la hipótesis
del lago hay que remontarse a nuestros antepasados primates. Se realizó un estudio en dos chimpancés, el chimpancé
Washoe, socializado con el lenguaje sordomudo, y el chimpancé David, criado en
libertad y no socializado: a ambos simios se les pone delante de un
espejo. Washoe, el primate socializado,
se asombraba al verse en el espejo, lo inspeccionaba
por detrás y acababa por identificar a la imagen con sí mismo; en cambio, David
se aterrorizaba al verse reflejado en el espejo. Jane Goodall llegó a la
conclusión de que “de una forma quizá algo confusa, el chimpancé tiene una
conciencia primitiva de su propio yo", y que "la conciencia humana
del Yo va más allá de la simple y primitiva de un cuerpo de carne y
hueso". En resumen, el mono es el
único animal que puede llegar a reconocer imágenes icónicas.
Esta
capacidad permitió a los primeros homínidos identificar su Yo cuando se
acercaban al lago a beber agua y veían su imagen reflejada en ella. De entrada,
resultó ser para el homínido un reto perceptivo-cognitivo: en un primer
momento, el homínido confunde la imagen reflejada con la presencia de otro
homínido, pero un palo introducido o la propia mano llegan a distorsionar la
imagen. En ese momento, el homínido se da cuenta de que no hay presencia
física. A través de la gesticulación y su correspondencia con la imagen
reflejada, el homínido era capaz de asociar de asociar su propio gesto y la
percepción del mismo en el agua. De esta forma, el homínido consigue tener
conocimiento de sus apariencias y por tanto de su identidad. Con el reflejo en el
agua, “lo icónico se hizo conceptual en el cerebro del hombre primitivo, a
través de la conciencia de identidad, y en un gigantesco salto cualitativo de
lo sensorial a lo intelectual”. Esto permitió la reflexión del sujeto sobre sí
mismo, la detección y reconocimiento de la imagen reflejada supuso pasar de un
"este soy yo" a un "yo soy yo”.
Esta situación también se puede trasladar
al ámbito humano. Lacan llegó a realizar estudios acerca de la fase del espejo en niños de entre 6 y
18 meses a los que se les está dando de mamar. Su teoría formulaba que la
unificación imaginaria vivida por el niño se plasmaba en el reconocimiento de
su propia imagen en el espejo, como la condición de la constitución del Yo al
producirse la declinación del destete. De este modo, la “autoscopia especular”
(la transformación
producida en el sujeto cuando asume su imagen reflejada en el espejo) del bebé en brazos de la madre conduce a la
aparición de la identificación, de
la conciencia del propio Yo. Pero para que esta identificación se produzca ha sido
necesaria la socialización del bebé; los "niños salvajes" Kaspar
Hauser y Victor de l'Aveyron, rescatados de la asocialidad total, nunca fueron capaces de identificar su imagen
reflejada en el espejo y buscaban a alguien detrás del espejo.
Pero al contrario que los humanos,
los primeros homínidos no pudieron tener esta experiencia a una edad temprana,
ya que el bebé homínido, a diferencia de los actuales, no tenía espejos en los
que verse en brazos de su madre. Ni siquiera el agua del lago fue su espejo,
pues pasó del pecho materno a sorber el agua en la palma de la mano materna dada
la escasísima autonomía motora que le caracterizaba como sujeto de un
aprendizaje prolongado.
Para
finalizar e ilustrar el caso, hacemos una referencia a la novela Frankenstein de Mary Shelley, en el
momento en el que la criatura creada por Víctor ve su rostro reflejado en agua
y tiene constancia de su rostro, comparándolo con los otros rostros que ha
visto.
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