Cayo Julio César nace el 13 de julio del año 100 a.C. en Roma, en el seno de una familia aristocrática, pero no especialmente rica ni conocida. El padre de Julio era un pretor, se encargaba de la administración de la justicia en Roma e Italia, y su tío Cayo Mario era un brillante general y estadista; con este historial, no es de extrañar que Julio acabara haciendo carrera política. De joven, aprendió a leer, escribir, a realizar operaciones aritméticas sencillas, literatura y filosofía griega y latina; después, dio clases de leyes y de oratoria. Esta última materia era muy importante, ya que el arte de hablar bien podría suponer un elemento condicionante para ascender en la carrera política. En la antigua Roma, la labia y elocuencia en los debates de los foros y en los juicios romanos abrían puertas y otorgaban prestigio.
A los 19 años, Julio decide unirse al ejército en el rango de oficial de menor graduación; decisión acertada, ya que todo aquel que quisiera dedicarse a la política tenía que adquirir experiencia militar. Durante su estancia en el ejército, llegó a salvar la vida de un compañero, hazaña por la cual le otorgaron la corona cívica al valor. Julio pasó 3 años en el ejército adquiriendo experiencia militar antes de dedicarse por entero a la política. En el año 77 a.C., hizo acusaciones ante un tribunal contra dos partidarios de Sila (dictador entre los años 81 y 80). La poca experiencia de Julio en este ámbito no le favoreció y perdió el juicio, pero las personalidades allí presentes hicieron notorio su gran uso de la oratoria. Al darse cuenta de esta cualidad, decidió viajar a Rodas para perfeccionar su oratoria con Apolonio Molón, prolífico profesor en esta materia.
En el año 72 a.C., Julio fue nombrado por la asamblea del pueblo, tribuno militar de Roma, su primer cargo político. A partir de aquí, siguió ascendiendo en su carrera política: en el 70 a.C., Julio es elegido cuestor (uno de los rangos políticos más bajos que se encargaba de administrar la economía de las provincias de Roma) y esto le permitió acceder al senado. Fue asignado cuestor de la provincia romana de Hispania, lo que significaba abandonar Roma. Antes de irse, pronunció sendos discursos por los fallecimientos de su tía Julia y su mujer Cornelia (con la que contrajo matrimonio a los 15 años), y por los que se le consideró como “un hombre de corazón tierno y lleno de sentimientos”. Julio no pasó mucho tiempo en Hispania, en el año 68 vuelve a Roma para iniciar su campaña electoral como edil curul, que finalmente acabó ganando gracias al apoyo económico de Craso (uno de los hombres más ricos de Roma), pero por la cual Julio acabó con cuantiosas deudas. Julio seguía ascendiendo rápidamente: en el 64 a.C., la muerte del Sumo Pontífice abrió nuevas elecciones en las que volvió a ganar Julio y también venció en las elecciones a pretor del año 62. Llegado este punto, Julio había obtenido uno de los más altos cargos a la edad temprana de 38 años, cuando para ser pretor hacían falta un mínimo de 40.
Como pretor, Julio tenía ahora otras responsabilidades y se le asignó como gobernador de la Hispania Ulterior. Por aquel entonces, Hispania seguía siendo una provincia romana que aún no había sido sometida y Julio descubrió que tenía grandes dotes para la guerra. Su vuelta a Roma en el año 60 fue triunfal: no sólo había conseguido recuperar el dinero para pagar sus deudas, sino que además se había ganada el respeto de sus tropas. Asimismo, el regreso de Julio coincidió con las elecciones a cónsul y, no es de extrañar que, con el clamoroso triunfo que le había aportado prestigio entre el pueblo, ganara las elecciones. Durante el Consulado de César, promulgó leyes en beneficio propio y en beneficio de Craso y Pompeyo, con los que César había pactado una alianza política secreta (el primer Triunvirato) y una serie de cuestiones, entre las cuales se encontraba el ceder parte de las tierras a los soldados veteranos que habían luchado en oriente medio y habían conseguido nuevas provincias para Roma. Todo esto contribuyó a que César se ganara muchos enemigos dentro del senado.
El paso siguiente de Julio fue la Guerra de las Galias: se había designado gobernador de la Galia transalpina y cisalpina, y reuniendo a sus legiones llegó a conquistar toda la Galia en 9 años con métodos sin escrúpulos que rozaban la crueldad, entre ellos estaba la construcción de un muro de 16 metros de alto, en el que disponía a sus hombres y ordenaba atacar a cualquier indígena que tratara de pasar. Al mismo tiempo, las relaciones entre César y Pompeyo fueron decayendo. Pompeyo se había acercado a los optimates y Craso había muerto; era el fin del triunvirato. Los optimates pretendían obligar a Julio a que cediera su provincia para así evitar que consiguiera un nuevo cargo en las elecciones del 49 a.C. Pero Julio no estaba dispuesto a abandonar el poder y que ganaran los optimates, y el senado lo declaró enemigo público. César avanzaba hacia el sur de Italia con su ejército procedente de las Galias. Cuando cruzó el río Rubicón y entró en Italia, se consideró que había cometido una traición que equivalía a declarar la guerra a Roma. Pompeyo y los optimates se vieron obligados a retroceder: el ejército de César era superior en número al ejército de Pompeyo, que tuvo que huir a Grecia en busca de apoyo. César mientras tanto, se unió a sus legiones dispuestas a atacar al ejército de Pompeyo en Hispania, al que derrotó desviando sus suministros de agua. Lo mismo ocurrió en los lugares en los que Pompeyo tenía más legiones: en Grecia, Farsalia, Egipto, Asia y África, el ejército de César salió victorioso contra las fuerzas de Pompeyo. Finalmente, la Guerra Civil termina en el año 46 a.C., Pompeyo había sido asesinado en Egipto por hombres de Ptolomeo y los senadores nombraron a César dictador durante 10 años, cargo que le otorgó un control absoluto sobre los miembros del senado.
Se dice de Julio que tenía una personalidad un tanto extravagante: se sabía de sus numerosas amantes de clase y edad variadas, y de extraños caprichos (como el de edificar una casa que luego derribaría con el pretexto de que no le gustaba, o comprar una perla a una de sus amantes por valor de 1.500.000 denarios). Fue un hombre inteligente, dispuesto a evitar derramamiento de sangre y magnánimo con sus enemigos: le perdonaba la vida a sus enemigos de guerra y tenía la intención de ser clemente con Pompeyo, y encolerizó cuando se enteró de su asesinato.
Suetonio escribe de Julio:
Julio era alto, apuesto y bien formado; tenía el rostro ancho y penetrantes ojos negros (…) Consideraba que su calvicie era fea, y la odiaba, especialmente porque sus enemigos la utilizaban para mofarse de él. En muchas ocasiones, se peinaba el cabello, sumamente fino, hacia delante, desde la coronilla, y ninguno de los honores concedidos por el senado le satisfizo santo como el derecho a usar una corona de laurel en cualquier ocasión.
Durante el asesinato de César, entre los que se encontraban Bruto, su hijo adoptivo, se dice que las palabras que pronunció al verlo implicado en el complot fueron “¿Tú también, hijo mío?” y se tapó los ojos con su toga para no presenciarlo.
Tomado de: Tingay, Graham (1994): Historia del mundo para jóvenes: Julio César, Cambridge Universty Press.
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