jueves, 16 de julio de 2015

José Andrada: un visionario del cine español

Entre los artistas españoles de principios del siglo XX, nunca hubo una figura más denostada como la del director José Andrada, director de cine español que desarrolló su actividad entre 1910 y 1920 y que, pese a ser pionero en el uso de los recursos dramáticos que configurarían la base para el lenguaje cinematográfico posterior, ha sido dejado de lado y olvidado por los anales de la historia del cine debido a que la mayor parte de su obra se ha perdido, conservándose solo unos retazos de lo que fue su aportación al séptimo arte. Nacido el 26 de agosto de 1885 en Madrid en el seno de una familia de alta condición social. Su padre, Antonio Andrada, de origen gallego, había amasado una fortuna haciendo las Américas; vendiendo armas a los insurrentes cubanos durante la Guerra de los Diez Años. Una vez finalizada la guerra, volvió a España, asentando su residencia en Madrid y donde vivió holgadamente. El primer contacto que José Andrada tuvo con el cine fue a los 15 años, durante una visita familiar a la Exposición Universal de París, donde vio el film Cyrano de Bergerac dirigido por Clément Maurice.[1] Este debió ser un momento decisivo en la vida de Andrada, puesto que será el film que le hará decantarse por el cine. A los 18 años, y preocupado por su educación, su padre decide mandarlo a París para estudiar Filología francesa, ocasión que aprovechó para entrar en contacto con los círculos artísticos de la capital. Tras 3 años poco fructíferos en la Sorbona, Andrada abandona sus estudios y se une al grupo de técnicos de los estudios Pathé, donde aprenderá el oficio del cineasta y donde coincidirá con Segundo de Chomón, que le invitaría a formar parte del rodaje El hotel eléctrico. (insertar cita) No obstante, la forma de pensar de Andrada no debía de cuajar con la de los estudios Pathé, cesando su relación a 1909, fecha en la que vuelve a España. Sobre las conflictivas relaciones con los estudios Pathé hay testimonios en una serie de cartas que escribió a su padre durante su estancia en París: 



Querido padre,

mi aventura en tierras parisinas ha acabado. Vuelvo a Madrid en el primer tren que salga hacia España. Los franceses son gente muy difícil. Más aun los que se dedican al mundo del arte. Mis ideas no acaban de cuajar bien entre los altos cargos y siento que mis proyectos no tendrían cabida entre gente tan cerrada de mente. He aprendido lo suficiente con los Pathé como para dar rienda suelta a mis propias ideas, solo necesito financiación económica, que confío en que tú me puedas prestar.[2]



Ya en Madrid, dirigió el que sería su primer film El rostro imperturbable, un cortometraje que mostraba durante 10 minutos un primer plano del rostro de una mujer mirando fijamente a la cámara. Lo más notable de este film, es que se iniciaba con un travelling lateral que empezaba encuadrando un fondo en negro y que iba descubriendo poco a poco el rostro de la actriz, recurso que hasta la fecha no se había usado como lo había usado Andrada.[3] Este es uno de los pocos films que se conservan de Andrada en la Filmoteca Nacional.[4] Este primer corto demuestra ya una línea de estilo muy diferente a la predominante en su época: rodado en un solo plano estático, sin recurrir al trucaje y los efectos imperantes en el cine del momento y dando prioridad al montaje interno.

Andrada debió de ser un hombre prolífico y de una imaginación desbordante, ya que durante el año 1910 rodó cerca de 50 films y de un estilo bastante ecléctico, aunque siempre manteniendo una impronta personal que lo definía, decantándose más por contar una historia con la cámara que por hacer gala de efectos visuales propios de la época. Esto se ve perfectamente en Los amantes del parque, donde Andrada graba desde distintos puntos de vista y encuadres de cámara a dos amantes sentados en un banco del Retiro manteniendo una conversación.

En el año 1912 decide acometer el que no sólo sería su primer largometraje, sino una las películas más importantes del cine español: La puta enamorada, inspirada vagamente en La dama de las camelias de Alejandro Dumas. Fue una obra de elevada extensión (duraba cerca de 2 horas y media) y según Román Gubern de “enorme proliferación de desnudos integrales”[5]. Supondría también el primer intento del uso de diálogos en el cine, ya que según algunos testimonios de la época, los actores se doblarían a sí mismos durante la proyección de la película, escondidos en una cabina frente a la pantalla y diciendo sus diálogos ante un micrófono e intentando sincronizarse con la imagen de la película.

Para el film contó con un jovencísimo Luis R. Alonso, que era el hijo de un compañero de su padre y que se encargó de la dirección de fotografía de la película. El film destacó sobre todo por un uso magistral de la técnica cinematográfica: el primer plano abundaba en el film y siempre de forma justificada con respecto a la acción dramática (3 años antes de que Griffith dirigiera El nacimiento de una nación), dominio de los tiempos narrativos y del montaje paralelo y travellings dignos del mismísimo Hitchcock.[6]

Desgraciadamente, la película ardió durante su primera proyección sin público, sólo para un círculo privado de artistas entre los que se encontraban, entre otros, José Buchs y Florián Rey, quien en sus memorias la recuerda como una de las películas más impactantes y bizarras que vio a lo largo de su vida. Lo único que se conserva actualmente son solo unos pocos metros de película, que se corresponden con los minutos finales del film y que lamentablemente también resultan ser los menos interesantes. No obstante, el escaso legado fílmico que nos legó es suficiente para saber que hubiese sido uno de los directores más sobresalientes por lo menos del cine nacional. Sin embargo, después de La puta enamorada no volvió a ponerse detrás de las cámaras y decidió dedicar su vida a la pintura, disciplina en la que nunca llegó a despuntar. La mayoría de los estudiosos coinciden en que si Andrada hubiese seguido la trayectoria iniciada con La puta enamorada, el cine hubiese ganado uno de sus mejores artistas mientras que la pintura hubiese perdido un enemigo feroz. Andrada falleció un 5 de abril de 1970 en su residencia, legándonos una exigua producción fílmica, pero de gran valor artístico, pero una cantidad ingente de cuadros feos, pero sin ningún valor.




[1] GUBERN, Román: Historia del cine español, Cátedra, 2009, pág. 56
[2] DELTELL, Luis: José Andrada. Cartas desde París,Cátedra, 2010, pág. 24
[3] CAPARRÍS, José María: Historia del cine español, T&B,D.L.2011, pág. 67
[5] GUBERN, Román: La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas, Anagrama, D.L. 2005, pág. 38
[6] BUSQUET, Jordi: El cine: historia de una fascinación, Àmbit, D.L., 2002, pág. 123

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