lunes, 12 de septiembre de 2016

Novelas o libros en los que la música está presente

La catedral de Blasco Ibáñez
Probablemente una de las novelas más redondas del autor y muy recomendable a los amantes de la literatura. Los amantes de la música también la disfrutarán, especialmente por sus referencias a la música clásica y a la música antigua. Ambientada en la simbólica catedral de Toledo, nos encontramos con el personaje de don Luis, el maestro de capilla, con unos amplios conocimientos de música y fanático de la obra de Beethoven. En la novela también nos podemos encontrar un breve resumen sobre la historia del canto mozárabe y Luis se lamenta de la cantidad de música olvidada en los miles de manuscritos que hay en la catedral.

La ilustre fregona de Cervantes
Una de las novelas ejemplares donde más referencia encontramos a la música de la época. En primer lugar, se nos cuenta en la novela que uno de los personajes, Carriazo, "tomó el camino en la mano y sobre dos alpargates se llegó desde Zahara hasta Valladolid, cantando "Tres ánades, madre." Una melodía contenida en el Cancionero de Palacio, aunque con dos ánades, en vez de tres, y cuya referencia indica que eran melodías bien conocidas por el pueblo.

Ya más adelante, cuando Carriazo y Avendaño están en una posada durmiendo, les despierta el sonido de unas chirimías, que pertenecen a un grupo formado además por un arpa y una vihuela, que acompañaban el canto de un soneto.

Aún hay más, tenemos una canción que hace referencia a la chacona y que uno no puede dejar de pensar en la chacona de Arañes cuando lee el texto que canta el Asturiano en la novela:

(...)
Cambio el son, divina Argüello,
más bella que un hospital;
pues eres mi nueva musa,
tu favor me quieras dar.
El baile de la chacona
encierra la vida bona.
(...)


El coloquio de los perros de Cervantes
En una de sus conversaciones, el perro Berganza menciona lo siguiente:

Digo que todos los pensamientos que he dicho, y muchos más, me causaron ver los diferentes tratos y ejercicios que mis pastores y todos los demás de aquella marina tenían de aquellos que había oído leer que tenían los pastores de los libros; porque si los míos cantaban, no eran canciones acordadas y bien compuestas sino un

Cata el lobo do va, Juanica

Es posible que sea una referencia a la ensalada de Mateo Flecha "La justa", donde encontramos esta frase.

O xorobado e as meigas
Es un relato popular gallego recogido en un libro que tengo. En este libro, un jorobado se encuentra con una reunión de brujas que están cantando un conjuro. En determinado momento se narra que el jorobado "las hizo cantar a contrapunto".

La peste de Camus
Uno de los momentos más significativos de la novela ocurre en el Teatro Municipal de Orán, mientras se está representando el Orfeo de Gluck.

La sombra del viento de Ruiz Zafón
La verdad es que el libro tiene muchísimas referencias, ya no sólo a la música sino a otras artes: menciona a otros artistas como Fructuos Gelabert y Puig y Cadafalch. La música está my presente en la novela: la propia figura de Julián Carax es el de un novelista que por las noches se gana la vida tocando música de ragtime y Offenbach al piano en burdeles; uno de los personajes, Clara Barceló, da clases de piano con un tal Adrián Neri y toca piezas del compositor Mompou; el padre de uno de los personajes forma parte del Consejo de la Asociación para la Protección y Fomento de la Zarzuela y la Lírica Española; en un momento de la novela, Daniel, el protagonista, se encuentra con una caja de música en la que suena una melodía de Ravel; llegado un momento de la novela, Zafón habla de que "Julián, que adoraba la música, la pintura y todas las materias desprovistas de provecho y beneficio en la sociedad de los hombres, pronto aprendió los rudimentos de la armonía y decidió que prefería inventarse sus propias composiciones a seguir las indicaciones del libro de solfeo"; en un momento de la novela, el padre de Daniel se va al Liceo a una representación de Tannhäuser; Tomás, el amigo de Daniel, se ve obligado a salir de casa porque su padre se puso toda una tarde a escuchar zarzuelas, teniendo que salirse justo cuando sonaba la Luisa Fernanda; en otro momento, se dice que Clara está " humillando a Debussy"; en otro momento, Gustavo Barceló dice en tono irónico al descubrir el número de mujeres implicadas en el relato de Fermín y Daniel que "esto parece el rapto del serrallo", en referencia a la ópera de Mozart (pág. 351); también se habla de un personaje, don Manuel, que tiene un abono en el Liceo y a quien le encanta Verdi y Donizetti (pág. 394).

El Quijote
En la segunda parte de El Quijote, cuando Sancho y don Quijote se encuentran con el caballero de los espejos, se lo encuentran cantando un soneto acompañándose de la vihuela o de un laúd.

"No quiero yo decir -respondió don Quijote- que ésta sea aventura del todo, sino principio della, que por aquí se comienzan las aventuras. Pero escucha; que, a lo que parece, templando está un laúd o vigüela y según escupe y se desembaraza el pecho, debe prepararse para cantar algo."

Encontramos también una divertida analogía musical en el capítulo del retablo de Maese Pedro, en el que el propio titerero le dice a su paje, que está explicando la historia y se está yendo por las ramas, que "siga su canto llano y que no se meta en contrapuntos." (pág. 634)

Recomendable el libro de LEAL PINAR, Luis F.: La música en El Quijote, Llanura, 2006

La de Bringas de Galdós
Novela de Benito Pérez Galdós ambientada en el Madrid de la Revolución de 1868 y que tiene lugar en el Palacio de Oriente. Entre las detalladas descripciones del lugar, podemos encontrarnos una mención al Teatro Real de Madrid:

Antes de partir para aquella segunda etapa de nuestro viaje, miramos por el ventanón el hermoso panorama de la Plaza de Oriente y la parte de Madrid que desde allí se descubre, con más de cincuenta cúpulas, espadañas y campanarios. El caballo de Felipe IV nos parecía un juguete, el Teatro Real una barraca y el plano superior del cornisamento de Palacio un ancho puente sobre el precipicio, por donde podría correr con holgura quien no padeciera vértigos.

Nuestra Señora de París de Victor Hugo
En la novela, podemos ver cómo Joannes Frollo se queja durante la celebración de una misa:

- Por todos los diablos-respondió Joannes Frollo-, más de cuatro horas llevo ya y espero me sean descontadas de mi tiempo en el purgatorio. Me he oído a los cuatro sochantres del rey de Sicilia entonar el versículo primero de la misa mayor de las siete en la Santa Capilla.
- Son magníficos- replicó el otro- y su voz es aún más aguda que sus bonetes. Antes de fundar una misa para San Juan, el Rey debería haberse informado de si a San Juan le gusta el latín cantado con acento provenzal.

Ya un poco más adelante, se hace referencia en la novela a uno de los géneros musical propios del siglo XV, siglo en el que se ambienta la novela: el motete.

- ¿Se cantarán serranillas?- preguntó Gisquette
- ¡Ni hablar!-respondió el desconocido. Es una obrita moral; no hay que confundir los géneros; si fuese una farsa cómica, todavía.
- Pues es una pena-dijoGisquette-; aquel día salían en la fuente de Ponceau hombres y mujeres salvajes que luchaban haciendo grandes gestos y cantando motetes y pastorelas.


Más adelante, Victor Hugo empieza a reflexionar sobre el arte y hablando de algunos artistas, acaba por mencionar, entre ellos, a Palestrina:

La escultura se hace estatuaria, la imaginería se convierte en pintura y el canon en música. Algo así como un imperio que se desmorona a la muerte de su Alejandro y cuyas provincias se transforman en reinos.
De ahí Rafael, Miguel Ángel, Jean Goujon, Palestrina, esos esplendores del deslumbrante siglo XVI.

La de los tristes destinos de Galdós
En un momento de la novela, podemos leer una referencia a Norma de Bellini:

- No visten deshonestamente, según me han dicho. Entiendo yo que su traje se compone de una sábana blanca, que les cubre todo el cuerpo, y llevan corona de ramaje en la cabeza, a modo de esos druidas que salen en la Norma.

Ya más adelante, uno de los personajes hace la siguiente pregunta que hace referencia a los cantantes de ópera más prestigiosos de la época: María Malibrán y Manuel García:

- ¿Es usted aficionado a la música, joven?... Porque convendrá usted conmigo en que no ha nacido otra cantante como la Malibrán. Soy muy amigo de su hermano Manuel García. En mi casa come todos los domingos... Yo sostengo que todas estas Pattis y todas estas Pencos no valen lo que el zapato de la María Malibrán.

La desheredada de Galdós
En esta novela encontramos referencias a la música en varias ocasiones. En un determinado momento se dice de Miquis, uno de los personajes, que "estaba cantando trozos de ópera" y además  que "era un estudiante aprovechadísimo, aunque revoltoso, igualmente fanático por la Cirugía y por la Música, ¡qué antítesis!, dos extremos que parecen no tocarse nunca (...) Recordaba las melodías patéticas, los graciosos ritornellos y las cadencias sublimes allá en la cavidad taciturna del anfiteatro, entre los restos dispersos del cuerpo de nuestros semejantes. Soñaba con un monumento colosal (...) Aquel monumento debía rematarse con un grupo sintético: ¡Beethoven abrazado con Ambrosio Paré! (...) Tan pronto devoraba libros , emprendía penosos estudios y practicaba con ardor la cirugía, como lo abandonaba todo para leer partituras al piano, tocándolo con poco dedos y menos nociones de música."

La cosa no acaba ahí, Galdós titula un capítulo entero (el capítulo 9) como Beethoven, en el que se nos habla del hijo de una marquesa que es estudiante de piano y donde Galdós hace gala de un profundo conocimiento de la terminología musical:

De modulación en modulación, la idea única se iba desfigurando sin dejar de ser la misma, a semejanza de un histrión que cambia de vestido. Su cuerpo subsistía, su aspecto variaba. A veces llevaba en sus sones el matiz duro de la constancia; a veces, en sus trémolos, la vacilación y la duda. Ora se presentaba profunda en las octavas graves, como el sentimiento perseguido que se refugia en la conciencia; ora formidable y guerrera en las altas octavas dobles, proclamándose vencedora y rebelde. Sentíase después acosada por bravío tumulto de arpegios, escalas cromáticas e imitaciones, y se la oía descender a pasos de gigante, huir, descoyuntarse y hacerse pedazos... Creyérase que todo iba a concluir; pero un soplo de reacción atravesaba la escala entera del piano; los fragmentos dispersos se juntaban, se reconocían, como se reconocían, como se reconocerán y juntarán los huesos de un mismo esqueleto en el Juicio final, y la idea se presentaba de nuevo triunfante como cosa resucitada y redimida. Sin duda alguna una voz de otro mundo clamaba entre el armonioso bullicio del clave: "Yo fui pasión, duda, lucha, pecado, deshonra, pero fui también arrepentimiento, expiación, redención, luz y Paraíso."

Incluso más adelante seguirá haciendo referencias al mundo de la música. En este capítulo, me quedo con esta frase que hace referencia a la aspereza de tocar una obra para piano con una gran cantidad de bemoles en su armadura. Galdós lo describe, por cierto, con un gran conocimiento de causa:

El tono era difícil, y anunciaba sus asperezas una sarta de infames bemoles, colgados junto a las dos claves, como espantajo para alejar a los profanos.

Y sigue la cosa... Cuando Galdós esta hablando sobre la familia de los Pez, define a uno de sus miembros de la siguiente manera:

Antoñito, que había hecho en su cabeza una especie de pasta filosófica amasando al padre Taparelli con Augusto Comte, era, además, un wagnerista furibundo, aunque, la verdad ante todo, en jamás de los jamases había oído música de Wagner.


Los apostólicos de Galdós
Estoy descubriendo en la literatura de Galdós un profundo conocimiento de la música de su tiempo y referencias muy específicas y curiosas. En Los apostólicos, una de las novelas de los Episodios Nacionales, nos encontramos con estas palabras:

Casi, casi las tres cuartas partes del tiempo se invertían en leer versos y hablar de comedias, y la música no ocupaba el último lugar. Después que algún aficionado tocara al clave una sonatina de Haydn o gorjeaba un aria de la Zelmira cualquier italiano de la compañía de ópera, solía el ama de la casa tomar la guitarra, y entonces... No hay otra manera de expresar la gracia de su persona y de su canto sino diciendo que era la misma Euterpe bajada del Parnaso para proclamar el descrédito del plectro y hacer de nuestro grave instrumento nacional la verdadera lira de los dioses.

También se hace referencia en un momento a la creación del Real Conservatorio de Música de Madrid:

¡Oh, sí, la Reina!... Exclamó la dama con ironía-. Sus dulcificaciones, de que tanto se ha hablado, son pura música. Ya lo ve usted: ha fundado un Conservatorio por aquello de que el arte a las fieras domestica. Me hace reír esto de querer arreglar a España con músicas. Al menos el rey es consecuente, y al fundar su Escuela de tauromaquia, cerrando antes con cien llaves las Universidades,, ha querido probar que aquí no hay más doctor que Pedro Romero. Eso es, dedíquese la juventud a las dos únicas carreras posibles hoy, que son la de músico y torero.

Hay que añadir que, curiosamente, los periódicos españoles de la época metían en la misma categoría la música y los toros, hasta el punto de que los críticos musicales también desempeñaban la función de críticos taurinos.

En un momento de la novela, existe una batalla de ronquidos entre dos personajes que Galdós describe de la siguiente manera:

Oíase, sin embargo, el paseo igual y sereno de la péndula y el roncar lejano, profundo, que tenía algo de la trompa épica, y era la melopea el sueño de doña Crucita, cantada en tonante estilo por sus órganos respiratorios. Los del reverendo Alelí no tardaron en unir su voz a la de que la alcoba venía, y sonando primero en aflautados preludios, después en rotundos períodos, llegaron a concertarse tan bien con la otra música que no parecía sino que el mismo Haydn había andado en ello.

Es también en esta novela donde se da testimonio de la composición del Stábat Mater de Rossini. Además, se nombra con bastante socarronería cierta particularidad de la personalidad del compositor, que es su afición por la buena comida:

En su mesa se comía mejor que en ninguna otra, de lo que fueron testimonio dos célebres gastrónomos a quienes convidó y obsequió mucho. El uno se llamaba Aguado, marqués de las Marismas, y el otro Rossini, no ya marqués, sino emperador de la Música. (...)

Cuando vino Rossini en marzo de aquel año, le encargó una misa. Rossini no quería componer misas... "Pues un Stábat Mater", le dijo Varela. El maestro compuso en aquellos días el primer número de su gran obra religiosa que parece dramática. El resto lo envió desde el extranjero. Cuenta Varela que le pagó bien.

Algunos números del célebre Stábat se estrenaron aquella Semana Santa en San Felipe el Real, dirigidos por el mismo Rossini, y hubo tantas apreturas en la iglesia, que muchos recibieron magulladuras y contusiones, y se asfixiaron dos o tres personas en medio del tumulto. Rossini fue obsequiado como es de suponer, atendida su gran fama. Tenía próximamente cuarenta años, buena figura, y su hermosa cara, un poco napoleónica, revelaba, más que el estro músico y el aire de la familia de Orfeo, su afición al epigrama y a los buenos platos.

Habiendo recibido en un mismo día dos invitaciones a comer, una del señor Varela y otra de un grande de España, prefirió la del primero. Preguntada la causa de esta preferencia, respondió:
- Porque en ninguna parte se come mejor que en casa de los curas.

Ivanhoe de Walter Scott
Llegado un punto de la novela, el llamado "Caballero holgazán" se dispone a entonar una canción acompañándose con el arpa. Este momento es un testimonio literario de las canciones trovadorescas y del fin'amor, del amor cortés y Walter Scott describe la situación con mucho conocimiento de causa:

- Vamos a ello-dijo el caballero-; voy a cantaros una canción que me enseñó un músico sajón en Palestina.
Muy pronto se echó de ver que el caballero "Holgazán" no era un hombre consumado en los primores de la gaya ciencia, tenía gusto y había recibido buenas lecciones. Procurando suavizar su voz áspera y de poca extensión, hizo cuanto pudo para que la emisión del sonido halagase los oídos y llegase al alma. Cualquier inteligente más profundo que el ermitaño hubiera aplaudido su ejecución, enérgica a veces y a veces llena de un entusiasmo melancólico que realzaba los versos que cantaba.

El ermitaño escuchaba con la misma atención que un inteligente de nuestro tiempo que asiste a una representación de una ópera nueva. Reclinóse en su banco con los ojos a medio cerrar, cruzó las manos y de vez en cuando llevaba el compás con todo el cuerpo. A veces, creyendo que al caballero le faltaba la voz para acabar un trino o un calderón, le ayudaba a la sordina con la suya, como hombre que lo entendía y sabía hasta dónde llegaban las fuerzas del canto. Cuando el caballero hubo concluido, el anacoreta declaró con énfasis y gravedad que la canción era buena y que había sido bien ejecutada.

- Sin embargo-dijo-, veo que los sajones van contaminándose con las melancolías y los deliquios de los normandos. ¿Qué tiene de extraño que una dama, creyéndose olvidada por su caballero, deje que otro la corteje? Me parece que no sería mucho el caso que de su canción haría. Pero me parece que esto no es obstáculo para que beba a vuestra salud, buen caballero, y a la de todos los amantes finos, aunque no creo que seáis vos uno de ellos.

Tristana de Galdós
Seguimos con Galdós... En Tristana, cuando Horacio y Tristana están hablando ella empieza a hacer una serie de referencias a la cultura italiana, entre ellas al Don Giovanni de Mozart mencionando las palabras de un famoso dúo:

El mejor día entra en casa y el pájaro voló... Ahi Pisa, vituperio delle genti. ¿Adónde nos vamos, hijo de mi alma? ¿A me conducirás? (cantando). La ci darem la mano... Sé que no hay congruencia en nada de lo que digo.

El doctor Centeno de Galdós
Como siempre, Galdós siempre haciendo referencia en sus libros a la música. En El doctor Centeno encontramos varios "momentos musicales". Uno de ellos se produce durante la celebración de un misa:

Felipe y Juanito del Socorro se habían subido al coro para ver mejor y estar al lado de la música y oírla de cerca. Pegados al que tocaba el contrabajo, estorbaban sus gallardos movimientos en tal manera, que el buen músico, un anciano de mucha paciencia y cortesía, les dijo alguna vez, apartándoles:

- Si me hicieran ustedes el favor...

Felipe estaba lelo, mirando cómo vibraban las cuerdas de aquel formidable instrumento; luego observaba embelesado cómo abrían la boca los cantores.


Por otro lado, también podemos encontrar referencias a la ópera, concretamente a Don Giovanni y Semiramide de Rossini, demostrando hasta qué punto Galdós conocía el repertorio operístico:

CIENFUEGOS. (A punto de desfallecer de emoción) - Sí... ¡Oh! (Canturreando) "Dell [sic] commendatore non è quella la statua"

MIQUIS. (Echando música, luz y espíritu por todos sus poros.) - Abur, abur... Bel raggio lusinghier

Y sigue la cosa porque es una novela muy larga... En un momento, Galdós dice de uno de los personajes que por las noches componía polcas y tocaba el piano, como recurso contra la soledad en la que vive. Asimismo, aprovechando que uno de los personajes de la novela se llama Basilio, Galdós no puede evitar hacer referencia a El barbero de Sevilla:

Sale Montes. Jaleo, risas, música... Óyese aquello de: Don Basilio, giungete a tempo... La calunnia cos'e, voi non sapete?... Se don Basilio venessi a ricercarmi, ditelli ch'aspetti

Encontramos en la novela un momento que se desarrolla en el Teatro Real de Madrid, con una detallada descripción de la situación:

El sábado por la noche, casi todos los huéspedes fueron al paraíso del teatro Real. Miquis llevó a Felipe, que no había estado nunca, y se quedó medio atontado ante lo que veía y oía, cual si estuviera en un mundo distinto del que habitamos. Cosas y personas se le presentaban engrandecidas y sublimadas por ignorado poder de magia. Aquello no era natural; era sueño, ocio de los sentidos y mentira del alma. Tanta señora guapa en los palcos; el deslumbrador abismo de rojo y oro, de hermosura y luces, que desde arriba presenta la cavidad del teatro; la escena grandísima con aquellos señores que salían a cantar, ahora solos, ahora en bandadas; la muchedumbre de músicos que en aquel andén tocaban tanto instrumento; los deformen contrabajos, las doradas arpas, los aplausos, el canto, el silencio, el ruido, la atmósfera espesa... todo causaba al Doctor suspensión del ánimo y cierto embarazo de la palabra.

Por último, Miquis, que es autor de una obra de teatro, se encuentra en determinado momento tan entusiasmado como ella que confía en que harán una ópera de ella, exclamando de esta manera:

- ¡Qué terceto de ópera! Me parece que lo estoy oyendo, con música de Verdi... ¡Y se hará; tarde o temprano, se hará!... Habrá Il magno Ossuna como hay Il trovattore [sic] y Simone Bocanegra [sic].

La puerta del destino de Agatha Christie
No es la mejor novela de Agatha Christie, pero hay un momento en que la pareja protagonista descubre un papel con las siguientes sílabas: grin-hen-lo y que se supone que son una pista para desvelar un secreto. Esas sílabas acaban por referirse a la ópera Lohengrin (cuando lo lees en la novela resulta un poco estúpido). Más adelante, también hace referencia a Los maestros cantores de Wagner:

- Una locura... ¿Y qué? El mundo está loco. Es lo que Hans Sachs dice, sentado bajo el viejo árbol, en Los maestros cantores, mi ópera favorita. ¡Y con razón!

El clan del oso cavernario de Jean M. Auel
La música existe desde que existe el hombre. La novela con la que se inicia la saga Los hombres de la tierra de Jean M. Auel, El clan del oso cavernario, describe muchas de las costumbres y formas de vida de los habitantes de las cavernas. Llegado un punto de la novela, Auel nos cuenta el papel que tiene la música en la celebración de una ceremonia. Por lo que dicen, esta novela está bastante bien documentada en lo que se refiere al aspecto (pre)histórico; no sé si estará igual de bien documentada en el plano musical, ya que, aunque pueden quedar restos de instrumentos, no podemos conocer la sonoridad de la música de aquellas épocas tan pretéritas, pero por la forma tan fascinante que tiene de describirla, parece evidente que jugaba un rol importante... La novela dice lo siguiente:

El primer redoble del palo duro y liso sobre el tambor de madera ahuecada en forma de tazón resonó como un súbito trueno en el silencio expectante que reinaba. Al ritmo lento y majestuoso siguió el golpeteo de lanzas de madera contra el suelo, lo cual agregaba una profundidad de sordina. Un ritmo en contrapunto de palos golpeando un tubo largo y hueco de madera se entrelazaba con el redoble majestuoso y fuerte, como un tema sonoro aparentemente independientemente del primero. (...) Un trino agudo penetró en el bajo profundo; su tenue ulular provocó escalofríos en el espinazo de los más audaces mientras el mugido se iba apagando. El trino fantasmagórico, sobrenatural, como un espíritu incorpóreo, perforaba el brillante aire matutino. Ayla, de pie en la primera fila, podía ver que el sonido procedía de algo que sostenía en la boca uno de los mog-ures. La flauta, hecha del hueso hueco de la pata de un ave grande, no tenía orificios para los huesos. Su tono era controlado tapando y destapando el extremo abierto. En manos de un música hábil, de aquel instrumento sencillo se podía sacar toda una escala pentatónica. Para la joven, como para los demás, era la magia lo que creaba aquella música extraña; sonaba como algo jamás escuchado en la tierra.


20.000 leguas de viaje submarino
Cuando el Capitán Nemo le está enseñando el Nautilus a sus "invitados" y le muestra todas las réplicas de obras de arte que tiene en sus habitaciones, el profesor Aronnax le hace la siguiente pregunta:

- ¿Y esos músicos?- le dije, enseñándole partituras de Weber, de Rossini, de Mozart, de Beethoven, de Haydn, de Meyerbeer, de Rerold, de Wagner, de Auber, de Gounod y otros muchos, esparcidos sobre un piano-órgano de gran modelo, que ocupaba uno de los lienzos del gran salón.

- Esos músicos -me respondió el capitán Nemo- son contemporáneos de Orfeo, porque las diferencias cronológicas se borran en la memoria de los muertos, y yo estoy muerto, señor profesor, tan muerto como aquellos de vuestros amigos que descansan a seis pies debajo de la tierra.

Y más adelante nos dice:

Descendí al salón, donde sonaban algunos preludios armónicos. Allí estaba el capitán Nemo, delante de su órgano, sumido en un éxtasis musical. (...)  Los dedos del capitán corrían entonces sobre el teclado, y reparé que sólo tocaba sobre las teclas negras, lo cual daba a su melodías un colorido esencialmente escocés.

Seguramente, cuando habla de preludios armónicos se refiere a algunos de los preludios de El clave bien temperado de Johann Sebastian Bach y cuando habla de las teclas negras, seguramente esté interpretando alguna melódica de carácter pentátonico, lo que hace que suene a alguna canción popular escocesa.

Una ciudad flotante de Julio Verne
Aunque no es de las novelas más logradas de Verne, hace referencia a la música de salón de la época en uno de sus capítulos. Dice así:

Oíanse entonces las atronadores armonías de los pianos; preciso es confesar que aquellos instrumentos, «borrascosos» como el mar, no hubieran permitido a un Liszt ejercitar su talento. Los bajos faltaban cuando se inclinaba el buque a babor, los tiples cuando a estribor, produciendo en la melodía y la armonía, soluciones de continuidad de las que no se apercibían aquellas orejas sajonas.

Más adelante, un camarero, al ver la programación del día, muestra su indignación:

Como se ve, era un concierto completo lo que se anunciaba, con dos partes, entreactos y final. Pero algo debía faltar en el programa, pues oí decir, detrás de mí:

- ¡Bah! ¡Nada de Mendelssohn!

Me volví; era un simple camarero quien así protestaba de la omisión de su música favorita.


Zaragoza de Benito Pérez Galdós
En su capítulo nueve, Benito Pérez Galdós hace una ligera referencia a la jota aragonesa entre guerrilla y guerrilla. El fragmento dice así:

Poco después llegaron algunas mujeres también con cestas de provisiones. La aparición del sexo femenino trasformó de súbito el aspecto del reducto. No sé de dónde sacaron la guitarra; lo cierto es que la sacaron de alguna parte; uno de los presentes empezó a rasguear primorosamente los compases de la incomparable, de la divina, de la inmortal jota, y en un momento se armó gran jaleo de baile. Pirli, cuya grotesca figura empezaba en ingeniero francés y acababa en fraile español, era el más exaltado de los bailarines, y no se quedaba atrás su pareja, una muchacha graciosísima, vestida de serrana, y a quien desde el primer momento oí que llamaban Manuela. Representaba veinte o veinte y dos años, y era delgada, de tez pálida y fina. La agitación del baile inflamó bien pronto su rostro, y por grados avivaba sus movimientos, insensible al cansancio. Con los ojos medio cerrados, las mejillas enrojecidas, agitando los brazos al compás de la grata cadencia, sacudiendo con graciosa presteza sus faldas, cambiando de lugar con ligerísimo paso, presentándosenos ora de frente, ora de espaldas, Manuela nos tuvo encantados durante largo rato. Viendo su ardor coreográfico, más se animaban el músico y los demás bailarines, y con el entusiasmo de estos aumentábase el suyo, hasta que al fin, cortado el aliento y rendida de fatiga, aflojó los brazos y cayó sentada en tierra sin respiración y encendida como la grana.

Halma de Pérez Galdós
Sin duda alguna, Galdós se va a llevar el premio por ser el escritor que más dedica un espacio a la música en sus obras. No en vano se ha escrito un libro titulado Galdós, crítico musical, imagino que hablando de su perfil como crítico. En Halma, podemos leer estas líneas:

A otra parte hablaban Urrea, don Ladislao y Nazarín, preguntando el primero al segundo si seguía cultivando la música en aquel retiro, a lo que contestó el afinador que no le hablaran a él de músicas ni danzas, pues se hallaba tan contento y gozoso en su nueva vida, que había tomado en aborrecimiento todo su pasado musical y cabrerizo. La mejor ópera no valía ya tres pitos para él, y aunque le aseguraran que había de componer una superior a todas las conocidas, no quería volver a Madrid. Salió Nazarín a la defensa de arte tan bello, y le propuso que siguiera cultivándolo allí, pues se compadecía muy bien la música con la vida campestre. Y añadió que él se permitiría aconsejar a la señora Condesa que trajese un órgano, para que D. Ladislao compusiera tocatas campesinas y religiosas, y les deleitara a todos con aquel arte tan puro y que hondamente conmueve el alma.

La primera república de Pérez Galdós
Camino de mi casa, casi al rayar el día, iba yo reconstruyendo en mi mente todo lo que había visto y oído, y entre las sábanas de mi lecho hice juicio sintético de la jornada del 23 de Abril de 1873. No tuvo nada de epopeya; no fue tragedia ni drama; creí encontrar la clasificación exacta diputándola como entretenida zarzuela, con música netamente madrileña del popular Barbieri. No hubo choques sangrientos ni encarnizadas peleas, ni atronó los aires el horrísono estruendo de los cañones. El acto del Congreso fue un paso de comedia lírico-parlamentaria, con un concertante final en que desafinaron todos los virtuosos. Los actos de la calle fueron un continuo ir y venir de nutridas comparsas, que disparaban vítores y exclamaciones de sorpresa o de júbilo. Otras comparsas mejor vestidas salían corriendo por el foro, y se tiraban al foso o se subían al telar. Concluía la obra con un gran coro de generosidades ridículas y alilíes de victoria, sin luto por ninguna de las dos partes.

Manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki

Esta novela, escrita por un polaco amante de los viajes y lo exótico, se ambienta en una España un tanto peculiar, llena de demonios. La visión que tiene los extranjeros de nuestra forma de ser y de nuestras tradiciones siempre despierta la curiosidad, y nunca está exenta de errores o malinterpretaciones. En el caso de Potocki, parece que no tenía muy claro que la palabra «agur» se utiliza para despedirse y no para saludar. Pero, independientemente de estos pequeños errores, parece que Potocki se hacía eco en su libro de algunas formas musicales propias como puede ser el polo o la seguidilla, o como podía ser la rivalidad entre los «polacos» y los «chorizos», que era el nombre que recibía distintas facciones del público de los teatros madrileños.

Pregunté a las dos bellas damas si ellas bailaban también, y por toda respuesta se levantaron y pidieron las castañuelas. Su danza tenía algo del bolero de Murcia y del fandango que se baila en los Algarves.

Pero cuál no sería mi sorpresa cuando vi abrirse la puerta del pabellón y salir de él a mis dos primas, vestidas con ese elegante traje que en España llaman de maja gitana. Las vi avanzar hasta el pie de la terraza, sin que se dieran cuenta, al parecer, de mi presencia. En seguida llamaron a sus compañeras y empezaron a bailar un polo, el tan conocido que dice:
Cuando mi Paco me hace
las palmas para bailar
me se pone el cuerpecito
como hecho un mazapán, etc.

Fray Jerónimo fue a ver a mi padre, y le felicitó por el restablecimiento de su salud. Le habló poco de los consuelos que nos brinda la religión y mucho de la necesidad que tenía de distraerse, animándole incluso que fuese al teatro. Mi padre, que tenía mucha fe en fray Jerónimo, asistió aquella misma noche al teatro de la Cruz, donde se representaba una obra nueva que gozaba del favor del partido de los polacos, mientras que el de los chorizos intentaba hacerla fracasar. La batalla entre estos dos grupos enemigos interesó tanto a mi padre que desde entonces no dejó de ir una sola noche al teatro, y llegó incluso a adherirse al partido de los polacos, por lo que sólo iba al teatro del Príncipe cuando el de la Cruz se hallaba cerrado.

Los dos desconocidos, que pensé serían turcos, me aproximaron una silla, llenaron mi plato y mi vaso y se pudieron a cantar, acompañándose con una tiorba, que ambos tocaban uno después de otro. (...) Sentí deseos de cantar con los jóvenes turcos, que me dijeron estarían encantados de oírme. Canté pues, una seguidilla española.

La religiosa de Denis Diderot

«Es demasiado tarde para que comience su historia de Santa María y de Longchamp; pero entre, me dará una pequeña lección de clavecín.»
Seguila. En un momento hubo abierto el clavecín, preparado un libro, aproximado una silla, pues era ágil. Me senté. Pensó que yo podría tener frío; cogió de encima de las sillas un almohadón que puso delante de mí, agachose y cogiome los dos pies que colocó encima; seguidamente toqué algunas piezas de Couperin, de Rameau, de Scarlatti. 

El arte de amar de Ovidio
Las Sirenas eran monstruos del mar que con su voz melodiosa detenían las naves por rápidas que fueran. Al oírlas, el descendiente de Sísifo casi desató su cuerpo (pues la cera había taponado los oídos a sus compañeros). Cosa adorable es el canto: aprendan a cantar las muchachas (a muchas su propia voz les hizo las veces de alcahueta en lugar de su rostro) e interpreten lo que hayan oído en los teatros de mármol o bien las canciones ejecutadas en los ritmos del Nilo. Que tampoco desconozca una mujer instruida en mi doctrina cómo se toca el plectro con la mano derecha y la cítara con la izquierda: a rocas y fieras conmovió con su lira Orfeo el del Ródope, y a las lagunas del Tártaro y al perro de tres cabezas. Con tu canto, justísimo vengador de tu madre, las rocas construyeron a tus órdenes unos muros nuevos. Aunque era mudo, se da por cierta la conocida leyenda de que un pez obedeció la lira de Arión. Aprende incluso a arpegiar con las dos manos las alegres naplias: ellas van bien a los dulces juegos.

La Corte de Carlos IV de Galdós
Sin duda alguna, Galdós se lleva la palma de oro en lo que se refiere a referencias a la música y al teatro. En el primer capítulo de La Corte de Carlos IV, podemos leer múltiples referencias a la vida teatral de principios del siglo XIX, donde se menciona al libretista Luciano Francisco Comella y a su hija, Joaquina Comella, también libretista, autores de algunos de los textos de las tonadillas de Blas de Laserna o donde se mencionan los desaparecidos teatro de la Cruz y del Príncipe y la rivalidad que existía entre el público de ambos teatros.

Llevar por las tardes una olla con restos de puchero, mendrugos de pan y otros despojos de comida a D. Luciano Francisco Comella, autor de comedias muy celebradas, el cual se moría de hambre en una casa de la calle de la Berenjena, en compañía de su hija, que era jorobada y le ayudaba en los trabajos dramáticos. (...) Concurrir a la cazuela del teatro de la Cruz, para silbar despiadadamente El sí de las niñas, comedia que mi ama aborrecía, tanto por lo menos, como a las demás del mismo autor. Pasearme por la plazuela de Santa Ana, fingiendo que miraba las tiendas, pero prestando disimulada y perspicua atención a lo que se decía en los corrillos allí formados por cómicos o saltarines, y cuidando de pescar al vuelo lo que charlaban los de la Cruz en contra de los del Príncipe. (...) Ir a avisar puntualmente a los mosqueteros para indicarles los pasajes que debían aplaudir fuertemente en la comedia y en la tonadilla, indicándoles también la función que preparaban los de allá para que se apercibieran con patriótico celo a la lucha.

(...) Y después de haber dicho lo bueno, ¿se me permitirá decir lo malo, respecto al carácter y costumbres de Pepa González? No, no lo digo. Téngase en cuenta, en disculpa de la muchacha ojinegra, que se había criado en el teatro, pues su madre fue parte de por medio en los ilustres escenarios de la Cruz y los Caños, mientras su padre tocaba el contrabajo en los Sitios y en la Real Capilla. De esta infeliz y mal avenida coyunda nació Pepita, y excuso decir que desde la niñez comenzó a aprender el oficio, con tal precocidad, que a los doce años se presentó por primera vez en escena, desempeñando un papel en la comedia de Don Antonio Frumento Sastre, rey y reo a un tiempo, o el sastre de Astracán. 

(...) Réstame darla a conocer como actriz. En este punto debo decir tan sólo que en aquel tiempo me parecía excelente: ignoro el efecto que su declamación produciría en mí, si hoy la viera aparecer en el escenario de cualquiera de nuestros teatros. Cuando mi ama estaba en la plenitud de sus triunfos, no tenía rivales temibles con quienes luchar. María del Rosario Fernández, conocida por la Tirana, había muerto el año 1803. Rita Luna, no menos famosa que aquélla, se había retirado de la escena en 1806; María Fernández, denominada la Caramba, también había desaparecido. La Prado, Josefa Virg, María Ribera, María García y otras de aquel tiempo, no poseían extraordinarias cualidades: de modo que si mi ama no sobresalía de un modo notorio sobre las demás, tampoco su estrella se oscurecía ante el brillo de ningún astro enemigo. El único que entonces atraía la atención general y los aplausos de Madrid entero era Máiquez, y ninguna actriz podía considerarle como rival, no existiendo generalmente el antagonismo y la emulación sino entre los dioses de un mismo sexo.

Nada de Carmen Laforet
-No quieres hacer música hoy, di?
Entonces Román abría el armario en que terminaba la librería y sacaba de allí el violín. En el fondo del armario había unos cuantos lienzos arrollados.
(...) En el momento en que, de pie junto a la chimenea, empezaba a pulsar el arco, yo cambiaba completamente. Desaparecían mis reservas, la ligera capa de hostilidad contra todos que se me había ido formando. Mi alma, extendida como mis propias manos juntas, recibía el sonido como una lluvia la tierra áspera. Román me parecía un artista maravilloso y único. Iba hilando en la música una alegría tan fina que traspasaba los límites de la tristeza. La música aquella sin nombre. La música de Román, que nunca más he vuelto a oír.

El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez
Los árboles ejercitan distracciones, tan inocentes como ellos mismos, que no conocen el mal. Especialmente les gusta cantar, y cantan en coro las pocas canciones que han logrado componer. Como todas las plantas, aman intensamente el agua y a ensalzarla dedican sus mejores sinfonías, que son dos y las podéis oír en todos los bosques del mundo: una imita el ruido de la lluvia sobre el ramaje y la otra copia el rumor de un mal lejano.

El monje de Matthew G. Lewis
Escogió una balada que ella misma habíale enseñado en el castillo de Lindenberg (...).
–Mas, antes de empezar –dijo–, es necesario que les informe, señoras mías, de que Dinamarca está terriblemente infestada de hechiceras, brujas y espíritus malignos. Cada elemento cuenta con su propio demonio. Los bosques son frecuentados por una potencia maligna llamada «El rey de los elfos o de los robles» (...). Se aparece en forma de anciano de figura majestuosa, con corona de oro y larga barba blanca. Su principal distracción es atraerse a los niños para que abandonen a sus padres y, tan pronto como los lleva a su cueva, los despedaza. (...)
Théodore tocó entonces un breve preludio instrumental y, luego, subiendo la voz lo más posible para facilitar que llegase a oídos de Inés, cantó las siguientes estancias:

EL REY DE LAS AGUAS
(balada danesa)
With gentle murmur flowed the tide,
While by the fragrant flowery side
The lovely Maid with carols gay
To Mary’s church pursued her way.

The Water-Fiend’s malignant eye
Along the Banks beheld her hie;
Straight to his Mother-witch he sped,
And thus in suppliant accents said:

“Oh! Mother! Mother! now advise,
How I may yonder Maid surprize:
Oh! Mother! Mother! Now explain,
How I may yonder Maid obtain.”

The Witch She gave him armour white;
She formed him like a gallant Knight;
Of water clear next made her hand
A Steed, whose housings were of sand.

The Water-King then swift He went;
To Mary’s Church his steps He bent:
He bound his Courser to the Door,
And paced the Church-yard three times four.

His Courser to the door bound He,
And paced the Church-yard four time three:
Then hastened up the Aisle, where all
The People flocked, both great and small.

The Priest said, as the Knight drew near,
“And wherefore comes the white Chief here?”
The lovely Maid She smiled aside;
“Oh! would I were the white Chief’s Bride!”

He stept o’er Benches one and two;
“Oh! lovely Maid, I die for You!”
He stept o’er Benches two and three;
“Oh! lovely Maiden, go with me!”

Then sweet She smiled, the lovely Maid,
And while She gave her hand, She said,
“Betide me joy, betide me woe,
O’er Hill, o’er dale, with thee I go.”

The Priest their hands together joins:
They dance, while clear the moon-beam shines;
And little thinks the Maiden bright,
Her Partner is the Water-spright.

Oh! had some spirit deigned to sing,
“Your Partner is the Water-King!”
The Maid had fear and hate confest,
And cursed the hand which then She prest.

But nothing giving cause to think,
How near She strayed to danger’s brink,
Still on She went, and hand in hand
The Lovers reached the yellow sand.

“Ascend this Steed with me, my Dear;
We needs must cross the streamlet here;
Ride boldly in; It is not deep;
The winds are hushed, the billows sleep.”

Thus spoke the Water-King. The Maid
Her Traitor-Bride-groom’s wish obeyed:
And soon She saw the Courser lave
Delighted in his parent wave.

“Stop! Stop! my Love! The waters blue
E’en now my shrinking foot bedew!”
“Oh! lay aside your fears, sweet Heart!
We now have reached the deepest part.”

“Stop! Stop! my Love! For now I see
The waters rise above my knee.”
“Oh! lay aside your fears, sweet Heart!
We now have reached the deepest part.”

“Stop! Stop! for God’s sake, stop! For Oh!
The waters o’er my bosom flow!”—
Scarce was the word pronounced, when Knight
And Courser vanished from her sight.

She shrieks, but shrieks in vain; for high
The wild winds rising dull the cry;
The Fiend exults; The Billows dash,
And o’er their hapless Victim wash.

Three times while struggling with the stream,
The lovely Maid was heard to scream;
But when the Tempest’s rage was o’er,
The lovely Maid was seen no more.

Warned by this Tale, ye Damsels fair,
To whom you give your love beware!
Believe not every handsome Knight,
And dance not with the Water-Spright!

La catedral y el niño de Eduardo Blanco Amor

A continuación se aparecían las corporaciones, gremios y cofradías con sus pendones y enseñas. En medio de ellos iba el Orfeón Auriense con las flámulas, banderas, estandartes y gallardetes de sus triunfos innumerables, colgados de placas, medallones y palmas de oro. Estaba anunciado que cantaría, frente a uno de los altares, la secuencia Lauda Sion, del doctor Angélica, en una nueva armonización del maestro Trépedas, barbero y compositor, eminente hijo del pueblo.

(...)

Empezó a subir del valle, como un inmenso telón, una espesa niebla, y las sombras de los romeros se agigantaron fantásticamente en el espacio. Algunos aldeanos peneques cantaban y batían furiosamente, en los panderos, «alalás» y «ruadas», cercando, con su vozarrón, el tiple de las zagalas que se encaramaba por el aire como una serpentina musical.

(...)

Ruth trabajaba duramente todos aquellos días en la preparación de un concierto que le había pedido la marquesa de Velle para una de sus trapacerías benéficas. (...) Bach, Fantasía cromática y fuga; Beethoven, op. 57; luego unos estudios de Chopin, y para las «propinas» algunas de aquellas cosas intrincadas de un francés que andaba haciendo ruido en los últimos tiempos: Debussy, y que a nadie le gustaba pero que a Ruth la enloquecía y se lo metía a todo dios por los ojos, es decir, por los oídos.



Noli me tangere de José Rizal
Mientras Yeyeng salía vestida de chula con el «¿Da usté su permiso?», y Carvajal le contestaba «Pase usté adelante», etcétera, acercáronse dos soldados de la Guardia Civil a don Filipo, pidiendo que se suspendiese la representación. (...) Después del trozo de zarzuela, que fue muy aplaudido, presentó el príncipe Villardo retando a combate a todos los moros, que tenían preso a su padre.

Mujercitas de Louisa May Alcott
Cuando Laurie llegó a casa, muerto de cansancio pero bastante tranquilo, el abuelo fue a recibirle como si no estuviese al corriente de nada y mantuvo ese engaño con éxito durante un par de horas. Sin embargo, cuando, al caer la tarde, se sentaron para charlar, algo de lo que solían disfrutar mucho, al pobre anciano le costaba hablar con el tono ligero, de costumbre, y el joven recibía con amargura las felicitaciones y referencias a su éxito, que, tras su decepción amorosa, le parecía un trabajo de amor perdido. Soportó la situación y, cuando no pudo más, se levantó y fue a tocar el piano. Las ventanas estaban abiertas, y por una vez Jo, que en ese momento paseaba con Beth por el jardín, comprendió mejor que su hermana lo que significaba aquella música, la «Sonata patética», de Beethoven, que Laurie tocó como nunca.

El señor Bhaer se aclaró la garganta, dio un paso hacia Jo y repuso:

—Si usted la canta conmigo. Nos sale muy bien juntos.

Tal afirmación era una mentira piadosa, puesto que Jo tenía la gracia musical de un grillo. No obstante, habría aceptado hasta cantar una ópera si él se lo hubiese pedido. Así pues, se puso a gorjear sin prestar atención ni al tono ni al compás, pero no se notó mucho porque el señor Bhaer, como buen alemán, cantaba alto y bien, de modo que Jo se limitó a tararear para oír aquella voz melodiosa que parecía cantar exclusivamente para ella. La canción hablaba de una tierra lejana a la que el protagonista ansiaba ir con su amada, y Jo, emocionada, deseó contestar a tan dulce invitación que partiría feliz con él a esa tierra desconocida cuando él quisiese.





Volvoreta de Wenceslao Fernández Flórez

Su amor a la tierra, siempre extremoso desde que advirtió el menosprecio fuera de ella, se agudizó en aquel instante. Suplicó:

—¿Quiere tocar algo, Sabeliña?

Isabel sonrió, abriendo con lentitud la tapa del viejo piano de teclas gastadas a través de los años por sus dedos. Pasó el índice y el pulgar en cruz por toda la escala suavemente, sin despertar los sonidos. Inquirió, mirando al techo:

—¿Y qué quiere que toque?

Negra sombra. Haga el favor, Sabeliña.

Y Sabela continuó un momento mirando al techo, como si estuviese recordando la melodía que tantas veces había tocado ya. Era la favorita de Rodeiro. Como su voz, un poco dura, no le permitía cantar, seguía a boca cerrada las inflexiones de la triste sonata, elevando las cejas, estirando lentamente el cuello con un leve balanceo de su humanidad, cabeceando. Alguna vez se atrevía a pronunciar en falsete una frase del canto, pronto cortada:

ô pe d’os meus cabezales...

[p. 47]Una noche en Madrid, oyendo cantar inesperadamente en el Real a las masas Clavé este coro, rompió en sollozos, invadido por una morriña gigantesca, y si al salir del teatro pudiese hacerlo, aquella misma noche hubiese tomado el tren para Galicia.

Del viejo piano salieron de pronto las primeras notas melancólicas de la balada. Sergio, oculto en un extremo de la amplia galería, abandonó su libro y se asomó. Con esa admirable facilidad con que el alma sabe encontrar en los paisajes el mismo matiz de su sentimiento, le pareció que la gándara toda estaba invadida de aquella misma suave y enamorada tristeza del cantar.



El equipaje del rey José de Pérez Galdós

En este episodio de la segunda serie, encontramos una referencia a las canciones de ronda que sirvieron a muchos para cortejar a las enamoradas:

-¡Qué tonto eres! No hagas caso de eso. Cierto es que Carlos Garrote me hace la corte y quiere casarse conmigo. Me envía regalitos, ramos de flores, va a misa a la misma hora que yo, y algunas veces viene con sus amigos a desgañitarse bajo las rejas de esta casa, acompañado de guitarras y bandurrias.

La procesión de los días de Wenceslao Fernández Flórez

– Dina, ven al piano. Va a cantar Boutureira.
Entraron en la sala vecina. Boutureira, en pie junto al piano, carraspeaba. [...] Ahora estaba inmóvil junto a Dina, sentada ya en la banqueta del piano. Preguntó gravemente:
–¿Qué he de cantar?
Fiaño aventuró:
–Hombre..., a ver unas soledades... ¿Las conoce usted?
Pero Boutureira se alejó del piano.
No; él no cantaría soledades ni ninguna de esas imbéciles canciones flamencas. El señor Fiaño estaba equivocado. Boutureira se admiraba de que un catedrático doctísimo pudiera tener aquella falta de patriotismo regional.
Fiaño cerró los ojuelos para reargüir. Precisamente, las canciones andaluzas eran más históricas. Ahí estaban los árabes, cuya influencia se advertía en ellas. ¿Y quién le afirmaba el que los cantos gallegos, hermanos en melancolía de los andaluces, no tuviesen el mismo origen?
–En una disertación mía...
Pero Boutureira le interrumpió, jurando que primero se dejaría matar que daría un jipío. Cantaría una canción gallega; en último caso transigiría con un fado. Si no, ¡con sentarse!
Intervinieron todos. Boutureira carraspeó otra vez, movió un dedo entre el pescuezo y el cuello almidonado, como si se despegase la piel de la tela. Luego cantó los Tangaraños, y recibió las felicitaciones con un gesto de triunfador. (p.33-35)

En el teatro se veían todas las noches los novios. Había llegado una compañía de zarzuela, y, cuando la obra que figuraba en el cartel no era –cosa difícil– francamente rechazada por la opinión timorata del pueblo, don Manuel Sarabia lució sus jarras grises y su alta figura en una alta platea, un poco oculto entre la esplendidez de su hija y el cuerpecillo insignificante y menudo de su esposa. [...] Y hubo que ir, y hubo que conocer al barítono –un mocetón casi analfabeto, con unas manos enormes, de minero o de labrador, que en escena le pesaban diez quintales, según confesaba él mismo– y a la tiple, una mujer de mediana belleza, que ella pretendía hacer resaltar, pero que realmente sepultaba bajo ungüentos y colorines, de los que su cara era un muestrario. (p. 61-62)

Carlos veía a Dina todas las noches en el paseo. Yendo y viniendo, perezosamente, al paso lentísimo de la multitud, daban una vuelta y otra, y otra, entre aquel ruido de pies que rastrean y de charlas y de risas que a veces cortaba, sobresaltándolas, el inesperado y estrepitoso comienzo de una jota o de un pasodoble en el templete de la música. (p. 66)

Ha entrado un ladrón de Wenceslao Fernández Flórez
Hizo una pausa, miró sonriente a Jacinto, y con aire inefable, como si diese una nueva maravillosa, añadió:
–Estoy escribiendo una zarzuela.
–¡Ah! ¿Una zarzuela? –repitió Jacinto sin gran entusiasmo.
–Sí; pero se trata de una zarzuela que no puede ser representada en un teatro de escasa categoría. Es una obra que exige buen decorado, buenos artistas, una dirección inteligente.
Se puso serio.
– He querido hacer una cosa muy intensa y muy madrileña. Sobre todo, muy madrileña (p. 339)

–Puede usted poner –dijo el otro– "a la calle del Gato". Así está muy bien. ¿A ver cómo queda?... Muy bien. Ahora hay que hacer el estribillo. Es lo más difícil. Vamos a estudiar eso...
De pronto se avalanzó al papel y escribió:
Tilín, tilín
cascabelín.
Tilín, tilán,
sonando van.
–¿Qué le parece? –inquirió.
Remesal contestó con un gesto dudoso:
–Bien...; pero... esto no tiene sentido....
–Usted no sabe, Remesal... Esto es un hallazgo. Es un estribillo onomatopéyico. Los músicos lo aprecian, y el público, también. Repase la letra de todos los cantables de zarzuela que pueda recordar. Algunos hasta carecen de palabras inteligibles. (p. 371)

La quimera de Emilia Pardo Bazán.
¡Envidiable suerte la de usted! Contra la corriente de los convencionalismos; desdeñando ataques y groserías, escribió usted sus famosas Sinfonías campestres, empapándose en el sentimiento aldeano: en la realidad. [...] Volvió a descansar la mirada en el paisaje; quiso perderse, confundirse, diluir su personalidad en las lejanías color amatista de los montes que formando anfiteatro lo cercaban. No pudo: el conocido murmurio de notas, la efervescencia musical, era invencible. Hubiese deseado estar sentada ante el piano, traduciendo todo lo que -con la variedad del boceto al pastel en que se afaenaba Silvio- hervía dentro de su cerebro fácilmente excitable. Como la ola tras la ola, y aun del modo continuo y presuroso que cae el surtidor en el tazón, los elementos de un poema sinfónico apuntaban y se desvanecían.



Un momento la mujer permaneció recostada en el pecho del hombre; pero este se desvió de pronto, y descolgando de la pared una guitarra que formaba trofeo con dos caretas japonesas, y arrimando al canapé una silla bajita, empezó a puntear distraídamente una jota.


Aquella noche, ya no poco tarde, ninia Dumbría, que a solas descifraba un nocturno de Saint Saens (sic) en una armonio chico y cansado, se encontró sorprendida con la visita de Silvio.

¿Qué es eso de libertinaje? ¡Vaya una palabra cursi! Ni que fuese usted gGoizán, el de Marineda, que me escribe retahílas de desatinos y me cuelga la lista de las mile [sic] e tre...

Minia se sentó ante el armonio fatigado, y dejó oír los primeros compases de una sonata de Beethoven. La acción de la música, al expresar para cada uno de los dos artistas la vida interior, les entre abrió un momento el cerrado horizonte de lo infinito.



¡Qué concurrencia, qué calor, qué lujo! Las peticiones de localidades han sido tantas, que el ministro, oigo que dicen a mi lado, andaba loco. Ha sido preciso enchiquerar a seis u ocho señoras en cada palco. Los señores, como puedan. Las que han conseguido sitio desde el cual se ve a la Corte, satisfechísimas; las que no han logrado esa fortuna, se prometen invadir el palco de una amiga en los entreactos para saturar sus ojos de la atracción. Cantan nada menos que el Don Juan, de Mozart, pero nadie quiere oír una nota de la divina música. Más que los cantantes, cuya voz ahoga completamente el abejorreo de los diálogos, de las observaciones acerca de tocados, galas y joyas, interesan al público los dos alabarderos de guardia en los ángulos del escenario con el telón, inmóviles. Son dos apariciones de antaño -morenos, mostachudos, serios-, estatuas de la lealtad monárquica. Ayer he visto a estos mismos alabarderos, en la corrida regia, resistir con las alabardas, al pie del palco que ocupaban las reales personas, la arremetida del toro. Sería un bonito asunto de cuadro, un Zuloaga...


A medida que la tarde avanzaba, las mozas cantaban más despacio y medaban menos: la fatiga, el calor, retardaban el movimiento de sus brazos y ensordecían las canciones de sus bocas. En vez de coplas maliciosas de desafío, entonaban un ¡alalalaaá! prolongado con melancolías vespertinas y cadencias lentas de resignación, de soledad, de ausencia y nostalgia. Cuando por casualidad las medadoras (en vez de lanzar ojeadas a los fornidos canteros que silbaban tonadillas como para asociarse al canticio) se volvían hacia la terraza, donde yacía, recostado, aquel señorito de cara de cera, a cuyos pies se tendía un perrazo de pelo color de humo, su voz se volvía más baja, apagada con sordina de respeto y compasión. (falta especificar la página)



Y ahora, bajo las garras de la enfermedad, que tanto humilla el deseo, que reduce las magníficas ambiciones y los alados sueños a la aspiración de una función fisiológica normalmente cumplida, sólo ansiaba volverse uno de aquellos comilones embelesados, que saboreaban la fruición grosera, franca y deliciosa de un guisote en punto cayendo en un estómago virgen. Los rostros se coloreaban, los ojos relucían, y la aparición del bacalao a la vizcaína, listado de rojo por las tiras de pimiento, fue celebrada con explosión de regocijo. Se daban al codo, guiñaban el ojo; y, para mayor contento, el gaitero entró entonces, seguido de su tamborilero, preludiando la muiñeira mariñana. (falta especificar la página)


Los servidores repartían ruedas de mantecoso queso de tetilla. El sacristán de la parroquia disponía a dar fuego a los cohetes, y Pilara, fregando una contra otra dos conchas veneras, saltando, acompañaba a su hermana, que repicaba el pandero, entonando una copla allí mismo improvisada. (falta especificar la página)


Con frecuencia estallaban cohetes, cruzaban murgas, gaiteros dirigiéndose a las parroquias donde se festejaban al santo. Ruidos, actividad, regocijo, sol; y el artista se moría allí, en la terraza, donde los gruesos corales del gran cerezo viejo, torcido, añoso, caían y se pisaban, dejando en el suelo amplias manchas, goterones de sangre. (falta especificar la página)



Dichosos los que yacen en paz -murmuró la compositora, cerrando un instante los ojos y reclinándose en la columna de granito del ventanal. Oyó furiosos baladros: podrían ser de los canes guardadores de las chozas. Un soplo de fuego la envolvió; unas pupilas de agua marina alumbraron la estancia con su reflejo, parecido al de los gusanos de luz... Y, ya segura de que el monstruo acababa de penetrar por los huecos del balcón consagrado a las Musas, Minia descubrió el harmonio, se sentó ante él, y empezó a tantear la composición de una sinfonía, tal vez más sentida que las anteriores. (no está especificada la página en la bibliografía, pero es el final)

Silencio de Wenceslao Fernández Flórez

Al fin, Mingullón desertó y consagró su voz profunda a cantar cómo

Paseaba una mañana
por las calles de la Habana
la morena Trinidad...

Y esta fue la señal para que Bermúdez proclamase su independencia filarmónica, lanzando con su voz de flautín las primeras notas de una camariñana


Don Torino, que había pertenecido a un orfeón, y tenía aún el organillo de su voz de bajo, comenzó a entonar el De profundis. (p. 572)

Marianela de Benito Pérez Galdós
Verlo y sentir los gratos sonidos de un piano teclado con verdadero frenesí fue todo uno.
–Música tenemos; conozco las manos de mi cuñada.
–Es la señorita Sofía, que toca –afirmó María. (p. 40)

La Mariuca y la Pepina se iban a sus lechos, que eran cómodos y confortantes, paramentados con abigarradas colchas. Poco después oíase un roncante dúo de contraltos aletargados que duraba sin interrupción hasta el amanecer. (p. 44)




Tormento de Pérez Galdós
En un determinado momento al principio de la novela,

También hacen referencia al Teatro de la Zarzuela (pag 69)


Literatura mencionada
CAMUS, Albert: La peste, Pocket Edhasa, 1977, pág. 185
RUIZ ZAFÓN, Carlos: La sombra del viento, Planeta, 2004
CERVANTES, Miguel de: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Tomo II, Dalmau Socías, 1985, pág. 535 y pág. 634
PÉREZ GALDÓS, Benito: La de Bringas, Alianza Editorial, Madrid, 2000, pág. 24
HUGO, Victor: Nuestra Señora de París, Catedra, Madrid, 1998, pág. 58; pág. 218
PÉREZ GALDÓS, Benito: La de los tristes destinos, Alianza Editorial, Madrid, 2000, pág. 112; pág. 191
PÉREZ GALDÓS, Benito: La desheredada, Alianza Editorial, Madrid, 1980, pág. 64; pág. 65; pág. 149; pág. 159; pág.176
PÉREZ GALDÓS, Benito: Los apostólicos, Alianza Editorial, Madrid, 2005, pág. 47; pág. 62; pág. 85; pág. 98-99
SCOTT, Walter: Ivanhoe, Ediciones Alonso, Madrid, 1967, págs. 179-180
PÉREZ GALDÓS, Benito: Tristana, Alianza Editorial, Madrid, 2006 pág. 165
PÉREZ GALDÓS, Benito: El doctor Centeno, Alianza Editorial, Madrid, 1985 pág. 84; pág. 158; pág. 171; pág. 201; pág. 206; pág. 300
CHRISTIE, Agatha: La puerta del destino, Editorial Molino, 1981, pág. 195-196; pág. 242
AUEL, Jean M.: El clan del oso cavernario, Maeva ediciones, Madrid, 1991, págs. 463-464
VERNE, Jules: 20.000 leguas de viaje submarino, Plaza y Janés, Barcelona, 1971, pág. 88; pág. 185 y 186
VERNE, Jules: Una ciudad flotante, Plaza y Janés, Barcelona, 1971, pág. 1127
PÉREZ GALDOS, Benito: Zaragoza, Alianza Editorial, Madrid, 2020, págs. 62-63
PÉREZ GALDÓS, Benito: Halma, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, pág. 368.
PÉREZ GALDÓS, Benito: La primera república, Alianza Editorial, Madrid, 1998, pág. 47.
POTOCKI, Jan: Manuscrito hallado en Zaragoza, Alianza Editorial, Madrid, 2008, págs. 51; 204; 238-239; 297.
DIDEROT, Denis: La religieuse, Gallimard, París, 1972, pág. 196.
OVIDIO: Arte de amar. Remedios de amor, Alianza Editorial, Madrid, 2000, págs. 152-153.
PÉREZ GALDÓS: La Corte de Carlos IV, Alianza Editorial, Madrid,
LAFORET, Carmen: Nada, Cátedra, Madrid, 2020.
FERNÁNDEZ FLÓREZ, Wenceslao: El bosque animado, Espasa Calpe, Madrid, 1991, pág. 44.
LEWIS, Matthew G.: El monje, Cátedra, Madrid, 1995, págs. 392-393.
RIZAL, José: Noli me tangere, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1998, pág. 328.
FERNÁNDEZ FLÓREZ, Wenceslao: Volvoreta, Salvat, Estella, 1970, pág. 39-40.
PÉREZ GALDÓS, Benito: El equipaje del rey Josñe, Alianza, Madrid, 2003, pág. 64.
FERNÁNDEZ FLÓREZ, Wenceslao: Obras completas. Tomo I, Aguilar, Madrid, 1964, pág. 33-35; p. 61-62; p. 66; p. 339; p. 371
PARDO BAZÁN, Emilia: La quimera, Cátedra, Madrid, 1991, pp. 150-151; p. 237; p. 251; p. 258; p. 263; p. 378
FERNÁNDEZ FLÓREZ, Wenceslao: Obras completas. Tomo I, Aguilar, Madrid, 1964, pág. 573
FERNÁNDEZ FLÓREZ, Wenceslao: Obras completas. Tomo I, Aguilar, Madrid, 1964, pág. 572
PÉREZ GALDÓS, Benito: Marianela, Alianza editorial, Madrid, 2001, pág. 40; pág. 44

Bibliografía interesante
SCHLUETER, Pedro: Pérez Galdós y la música, Clave intelectual, Madrid, 2016.

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