miércoles, 28 de noviembre de 2018

La música tradicional cubana

La música en Cuba constituye una síntesis compleja de influencias que incluyen no sólo la música española y africana, sino también los estilos regionales e internacionales de una gama que abarca las fuentes clásicas, folklóricas y comerciales. Esto se hace especialmente patente en la música popular. Cuba ha existido como una entidad política desde hace 500 años aproximadamente; ha desarrollado muchos géneros que atestiguan una historia cultural única. Cuba está lejos de una homogeneidad y muchas formas culturales han logrado popularidad tan sólo en segmentos muy concretos de la población. Los géneros musicales asociados con el culto religioso afrocubano, por ejemplo, nunca se han interpretado de manera sistemática en los medios de comunicación, de hecho, no se los considera como música e incluso resultan ofensivos para algunos oyentes. Esta actitud despectiva parece mucho más común entre los cubanos blancos, algunos de los cuales continúan asociando las expresiones derivadas de la influencia africana con la pobreza, la ignorancia y la superstición. En lugar de concebir la música cubana como una entidad independiente y monolítica, resulta de más ayuda verla como un conglomerado de distintos estilos y tendencias que se han alimentado los unos a los otros a lo largo del tiempo.

1. Tradiciones locales

(i) De los amerindios
Los primeros habitantes de Cuba que se conocen fueron grupos de siboney y arahuacos que vivieron en la isla durante la época de la conquista española. Lo poco que se conoce de sus prácticas musicales es a través de los relatos de viajeros como Bartolomé de las Casas y Gonzalo Fernández de Oviedo. Los instrumentos empleados por los nativos incluían el mayohuacán, que era un tronco hueco por dentro con una rendija, muy similar al teponaztle azteca; unas trompetas hechas de madera o de conchas, que más adelante se conocerían como guamos o cobos; flautas; y sonajeros de madera muy similares a las maracas. Hoy en día, las maracas parecen ser el único instrumento que se utiliza en Cuba que podría derivar del pasado indígena.

Una de las más importantes formas de expresión de los Siboney era el areíto, una ceremonia religiosa en la que la música, el baile, fumar tabaco y el consumo de bebidas alcohólicas eran el eje central. No existen fuentes fidedignas que documenten los movimientos del baile del areíto, pero parece que utilizaba la formación en corro y parte del baile implicaba la imitación. La canción responsorial era un elemento crucial en la ceremonia y estaba encabezada por el tequina o un músico especialista elegido por la tribu. Los oficiales colonos prohibieron el areíto en 1512; esto, combinado con la naturaleza brutal de la conquista en el Caribe y que la población indígena fue diezmada, llevó a la desaparición de su actividad.

(ii) De influencia ibérica
Estas tradiciones musicales, las de influencia ibérica, existieron en Cuba desde los primeros días de la conquista. Mientras que la mayoría de los géneros nacionales muestran una lejana influencia de España, el punto y la décima son sus parientes más cercanos. Estas formas de expresión, conocidas vagamente como música guajira (música de las zonas rurales), echaron raíces durante el siglo XX gracias a las subvenciones del gobierno a la inmigración desde las Islas Canarias en 1910 y 1920.

La guajira es un tipo de canción narrativa de Cuba. Derivó de las tradiciones rurales del pueblo, y fue muy popular en áreas rurales y urbanas a finales del siglo XX como género musical popular de gran importancia, como parte de lo que se denominó canción cubana. Se caracteriza por sus décimas improvisadas (un tipo de verso octosilábico). Las décimas, que a menudo hablan en sus textos sobre la propia región o sobre temas amorosos, usan de manera característica el doble sentido con una clara intención humorística. La guajira se divide en dos partes: la primera está compuesta en un modo menor y la segunda en modo mayor. Se acompaña normalmente con varias guitarras cubanas (que realizan una estricta secuencia armónica de tónica-dominante), además de la bandurria y las claves. Es muy típica la hemiolia vertical, en la que se alternan los compases de 3/4 y de 6/8 y sus melodías se encuentran en un registro agudo. También puede llegar a utilizar la estructura del punto guajiro, que usa tanto un patrón fijo como libre. Cuando utiliza el patrón fijo, el acompañamiento lo realizan la guitarra o el laúd; cuando utiliza un patrón libre, la parte cantada se hace sin acompañamiento. El género, que forma parte del repertorio de los músicos urbanos y tradicionales, influyó en la génesis del son. Muchos cantantes como Carlos Puebla, que escribió guajiras revolucionarias, y Célina González, la reina de la música popular de Cuba, contribuyeron a popularizar la guajira en Cuba.

El punto y la décima son, en su origen, música tradicionalmente pensada para ser cantada y para instrumentos de cuerda. Se emplea el laúd, el tres y la bandurria (variantes de instrumentos españoles desarrollados en Cuba), así como la guitarra y las maracas u otro tipo de percusión de manos. Estrictamente hablando, "punto" es un término usado para describir la música instrumental que normalmente acompaña a una canción. Por el contrario, "décima" se refiere a la forma poética asociada más comúnmente a la música guajira. Se puede componer a priori o se puede improvisar de manera espontánea. La forma de la décima se desarrolló por primera vez en la Península Ibérica durante la Edad Media. Consta de diez versos octosílabos con la espinela, cuya rima es ABBAACCDDC. Las melodías asociadas a la música guajira están estilizadas y utilizan formulismos. La importancia recae especialmente sobre el texto, mientras que la música ayuda a potenciar el significado del texto. El punto y la décima han dejado de ser populares, especialmente entre los jóvenes, que los consideran pasados de moda. Sin embargo, los espectáculos de televisión y radio continúan difundiéndolos.

Uno de los aspectos más emocionantes de la interpretación improvisada de la décima es el hecho de que a menudo se desarrolla dentro del contexto de las controversias o duelos de canciones poéticas entre dos participantes. Se exige que los improvisadores de la décima respondan rápidamente a los retos de su oponente y cantar sus propias respuestas dentro de unas convenciones métricas estrictas. El romance o balada lírica también existe en Cuba, así como otros géneros ibéricos.

(iii) De influencia afrocubana
Utilizando la terminología del autor Miguel Barnet, la música y la danza presentes en las ceremonias de santería se pueden considerar como la "fuente viva" de mucha de la cultura de Cuba. Como en el caso del góspel de los negros de América del norte, la música sacra de la santería nunca ha gozado de una popularidad comercial (aunque esto está cambiando), pese a que ha sido de importancia fundamental para desarrollar la mayoría de la música popular cubana y para fortalecer los elementos culturales africanos. Como fusión que mezcla las creencias de los yoruba con elementos del catolicismo, la santería es una de las religiones afrocubanas más extensas que incluyen el arará y el palo monte (procedentes, respectivamente, de los ewé y de los grupos étnicos del Congo), así como los rituales de espiritismo y de abakuá. Toda la devoción religiosa afrocubana engloba la música y la danza: los orichasò (las deidades antiguas) sólo se pueden invocar y adorar a través de la interpretación de canciones dedicadas a ellos.


Los diversos tipos de música están asociados a las religiones afrocubanas. Estas incluyen ceremonias privadas para los no iniciados en los que predominan la percusión del batá y el canto, así como en ceremonias menos privadas es más típico usar un ekón (una campana) y una o más tumbadoras (o congas) sin consagrar, a veces junto con chéqueres (una calabaza seca rellena de abalorios que se agita) o incluso violines. El batá, tal vez uno de los instrumentos mejor conocidos de la santería, consta de un conjunto de tres tambores de diferentes tamaños con forma de reloj de arena. Los nombres más comunes que se les dan a estos tambores, del más grande al más pequeño, son iyá, itótele y okónkolo. Los tambores batá se consideran sagrados y se cree que contienen la fuerza espiritual (añá) que facilita la comunicación religiosa.

La devoción religiosa afrocubana incluye, en cualquier tipo de ceremonia yoruba, la interpretación del orus, que son secuencias estrictamente ordenadas de ritmos y canciones dedicadas a los orichas. Los solistas, denominados akpwon, dirigen el canto mientras un coro de iniciados le responde. Los cantantes principales y los miembros del coro pueden ser tanto hombres como mujeres; las mujeres, sin embargo, constituyen la mayoría en los ritos de santería. Las características musicales de la música tradicional afrocubana, tanto sacra como secular, incluyen el predominio de la voz y los instrumentos de percusión; segmentos musicales cíclicos y que se repiten para proveer de una textura musical de fondo; polirritmias complejas; canto responsorial; melodías pentatónicas descendentes; y una tendencia a que algunos instrumentos interpreten figuraciones invariables, estáticos mientras otros improvisan.

La rumba afrocubana suena muy parecida a la música de las ceremonias de santería, ya que la rumba incorpora muchos de los instrumentos usados en estos ritos religiosos. La rumba es, sin embargo, eminentemente secular. Se desarrolló en zonas de La Habana y de Matanzas y se dice que sus ritmos son de origen bantú. Existen géneros similares (como la tumba francesa de la provincia de Oriente) en otras zonas. Como en el caso del batá, los intérpretes de la rumba (tradicionalmente hombres) emplean a menudo tres tambores: la conga, tumbadora, quinto o salidor (ordenados de mayor a menor tamaño y, por tanto, de más a menos grave), así como las claves y los palitos o cáscara. La rumba también se puede interpretar con los cajones u otros instrumentos en lugar de los tambores. A diferencia de lo que ocurre en el batá, los tambores de sonido más agudo son los que improvisan, mientras que los tambores de sonido más grave junto con las claves y  la cáscara, son los que crean una textura musical de fondo.


En la literatura se mencionan varios géneros precursores
(como por ejemplo, la tahona, el papalote, la yuka y la calinda) y, además, están surgiendo constantemente nuevas formas. Hoy en día podemos encontrar tres principales subgéneros: el yambú, el guaguancó y la columbia, cada uno de ellos asociado a  distintos ritmos y pasos. El yambú y el guaguancó son bailes hermanos. El yambú, una forma primitiva, se interpreta dentro de un tempo lento y utiliza gestos de imitación característicos de la rumba del siglo XIX (rumba del tiempo de España). Se trata de un baile por parejas, de ritmo lento, cadenciosos y de movimientos elegantes. Es una danza de seducción, pero no de tipo violento.


El guaguancó, probablemente su variante más conocida, ha inspirado muchos bailes de carácter comercial en el ámbito de los cabarets y los teatros. La coreografía sugiere de manera estilizada la posesión sexual mediante los movimientos pélvicos de un bailarín (denominado "vacunao") al mismo tiempo que una bailarina (botao) se cubre sus ingles.


La columbia es un baile solista ejecutado por un hombre; es una baile rápido y que exige gran virtuosismo y que está asociado con las sociedades secretas (los grupos abakuá o ñáñigo, una tradición que deriva de la cultura Efix?). Es un tipo de baile en el que el toque de los tambores es bastante rápido, lo que incita un baile enérgico. Hay un cantor denominado gallo que es quien improvisa décimas o cuartetas octosilábicas y un coro que le responde. El gallo pronuncia unas sílabas sin sentido a modo de introducción y el bailador, un hombre, empieza a bailar; al terminar invita a otro a que continúe.


La música de comparsa (o conga) representa otro género afrocubano que ha tenido un gran impacto sobre las tradiciones nacionales. Las comparsas, que son grupos compuestos fundamentalmente por músicos callejeros afrocubanos que interpretan en las calles, se desarrollaron alrededor de principios del siglo XX. Derivaron de los grupos de esclavos y negros libres del siglo XIX a los que se les había permitido interpretar la música del tango congo en público durante la Epifanía. Este acto se celebraba específicamente para los negros cubanos, a los que a menudo no se les permitía participar en el Carnaval. Al finalizar la Guerra de Independencia (1898), el Carnaval se convirtió finalmente en un acto que integraba todas las etnias. Sin embargo, las controversias se mantuvieron durante muchos años y se desplazó la participación de las bandas en el Carnaval desde 1914 hasta 1936.

Mientras que durante el siglo XIX el cabildo tendía a organizar las comparsas, en el siglo XX han sido los distritos de las ciudades los que las han ido organizando. Los barrios con comparsas especialmente conocidas en La habana incluyen el barrio de Belén, Atarés, Jesús María y Cayo Hueso. Cada comparsa tiene su propia canción, su propio baile y sus propios trajes. A menudo, los instrumentos se fabrican en casa por sus propios integrantes o bien se improvisan utilizando materiales reciclados. Entre ellos se incluyen tambores hechos con tablas de madera de diversos tamaños y formas, campanas, sartenes, neumáticos, trompetas y otros instrumentos de metal, así como la corneta china (un aerófono de lengüeta doble que llegó a Cuba gracias a lacayos chinos). A lo largo de los años 40 del siglo XX, fue habitual que los políticos cubanos contrataran comparsas como un intento para atraer el voto de los negros. Las bandas de baile de salón inspiradas en las comparsas alcanzaron una gran popularidad en Cuba y en el extranjero en los años 30 del siglo XX.

Véase también La música yoruba.

2. Géneros populares

(i) La música de salón
Los bailes de salón europeos se han bailado en Cuba durante siglos (como por ejemplo, el minué, la gavota, la cuadrilla y el vals) y a lo largo de los años se han ido combinando con las influencias afrocubanas para originar nuevos estilos. Entre los primeros bailes sincréticos que ganaron popularidad a principios del siglo XIX estaba la contradanza y la danza, fusiones que procedían fundamentalmente de formas musicales europeas con un ligero acompañamiento de percusión y que utilizaban un acompañamiento de patrón isorrítmico traído a Cuba gracias a los refugiados haitianos que llegaron a partir de 1790. Este patrón se conoce como el cinquillo. La creciente popularidad de la contradanza y la danza se topó con una fuerte oposición por parte de las clases medias, que hablaban del cinquillo como si fuera un "africanismo salvaje". El danzón, sucesor directo de estos géneros, encontró también una oposición similar unas décadas más tarde. Considerado por muchos como la primera forma ampliamente popular de la música nacional, encontró una gran difusión entre los negros y los mulatos de las clases medias de la provincia de Matanzas a partir de 1870. El director Miguel Faílde (1852-1921) es recordado como uno de sus principales innovadores.


Se trata de un baile de salón que se baila en pareja; utiliza la forma rondó y derivó de las tradiciones de la contradanza y la habanera del siglo XIX, consideradas como parte del florecimiento del nacionalismo musical cubano en el último período colonial. Cuando la dominación española fue reemplazada por la estadounidense, muchos compositores reaccionaron volviendo a las fuentes artísticas no europeas, en su mayoría de origen africano. Pronto emergió un afrocubanismo de carácter refinado, cuyos máximos exponentes serían Amadeo Roldán (1900-39) y Alejandro García (1906-40). El danzón cubano se desarrolló en parte gracias a la contradanza francesa, que llegó a la isla desde Haití, evolucionando la danza en formas de danzonete. Los danzones se escriben en compás de 2/4, aunque es más lento, más cadencioso y variado que otros géneros con los que está relacionado. Su inclusión dentro del repertorio de la charanga urbana y las orquestas típicas dieron como un resultado un enorme contraste entre la primera y la segunda parte de su estructura binaria. Uno de los primeros ejemplos es la obra Las alturas de Simpson de Miguel Faílde, que se estrenó en Matanzas en 1879. En el siglo XX, el danzón interactuó con otros géneros cubanos, alimentando al son, y ayudando a que se desarrollaran el mambo y el chachachá. El baile es extremadamente formal con el juego de piernas bailando en ritmos sincopados, con pausas elegantes en el momento en que la pareja permanece de pie mientras escucha la sección instrumental. A finales del siglo XX, se seguía bailando en Cuba y México, aunque por las generaciones más adultas; también formó parte del repertorio de varios músicos y orquestas populares, que siguieron componiendo nuevas obras.

Los danzones fueron considerados controvertidos durante muchos años por utilizar el patrón rítmico del cinquillo, por estar interpretados fundamentalmente por músicos afrocubanos y por incorporar el baile en pareja, que por aquel entonces era una práctica totalmente nueva en Cuba y se la consideraba inmoral. A nivel musical, existe muy poca diferencia entre el danzón, la contradanza y la danza; su peculiaridad yace fundamentalmente en su compleja coreografía, que incluye un número considerable de diferentes pasos: el paseo, la cadena, el sostenido y el cedazo. La estructura más típica del danzón es la del rondó (ABACAD). Su popularidad está estrechamente relacionada con la Guerra de Independencia de Cuba y el sentimiento nacionalista generado durante la lucha por la independencia contra España. El danzonete y el chachachá del siglo XX son fusiones del danzón con influencias del son. Los conjuntos instrumentales que interpretaban la música de salón durante mediados del siglo XIX se denominaban orquestas típicas. Entre sus instrumentos se incluían el güiro, el timbal (derivado de los tambores de las bandas militares españolas), el clarinete, la corneta, el trombón, el fagot y la tuba. Con el cambio de siglo, la flauta, el piano, el contrabajo y los violines sustituyeron a los instrumentos de viento antes mencionados.


(ii) Teatro blackface
Este tipo de espectáculo recibió diversos nombres: teatro bufo, teatro criollo, teatro vernáculo o teatro de variedades. El teatro blackface tuvo un amplio desarrollo a partir de formas teatrales españolas como la tonadilla y otro tipo de espectáculos de América del norte. Aunque no hay estudios en profundidad sobre la materia, los espectáculos de blackface llegaron a constituir una de las formas más populares de entretenimiento desde 1860 hasta, por lo menos, los años 20 del siglo XX. Casi de forma invariable, la interacción entre los personajes en la escena tenía lugar en barrios obreros o en solares. Los personajes más habituales incluían al "negrito", a la mulata y al gallego, por lo general, un comerciante o un hombre de negocios. Las parodias de los géneros tradicionales afrocubanos (la rumba, la comparsa, el son y la guaracha) interpretados por conjuntos orquestales, representaban el pilar fundamental del acompañamiento musical. La corneta, el violín, el piano y el timbal se encontraban entre los instrumentos que se utilizaban habitualmente.

Guaracha perteneciente al álbum Flores de España, recopilación hecha por Isidoro Hernández

Guaracha perteneciente al álbum Flores de España, recopilación hecha por Isidoro Hernández
La guaracha es un tipo de canción afrocubana con un compás binario y que se basa en el ritmo de habanera que evolucionó como un sustituto de la tonadilla escénica en los teatros populares del siglo XIX. Un cantante solista pronuncia sus coplas, que son de carácter vívido y satírico, mientras el coro responde un estribillo con su respectiva melodía. El acompañamiento instrumental muestra la fuerte influencia rítmica de la habanera y utiliza la guitarra, el tres (pequeña guitarra con tres cuerdas dobles) y el güiro.

(iii) El género de las canciones sentimentales
Como en otros países latinoamericanos, en Cuba, una cantidad relevante de la música popular está constituida por canciones sentimentales de tempo lento en lugar de música de danza. Los géneros sentimentales incluyen la canción, el bolero y la trova tradicional (denominada también vieja trova). Se caracterizan por sus armonías cromáticas, por utilizar un compás binario, por sus influencias estilísticas tomadas del Lied alemán o de la ópera italiana y sus textos aluden al amor o a las relaciones amorosas. Un número considerable de habaneras del cambio de siglo también son canciones amatorias, aunque en su origen, el género se pensó para ser bailado. La tradición cubana de la vieja trova es de particular interés, ya que, en su origen, estaba ejecutada por negros y mulatos de la clase obrera de Santiago de Cuba que, pese a no tener formación, demostraron tener una gran habilidad musical en sus composiciones.

Las influencias de la ópera se hicieron patentes también en muchas zarzuelas que ganaron especial popularidad con el cambio de siglo y se representaron con asiduidad. Las zarzuelas cubanas derivaban del género español del mismo nombre pero sus tramas estaban basadas en argumentos e historias propias de Cuba. Las obras solían estar ambientadas en el siglo XIX y trataban sobre dos pretendientes, uno blanco y uno negro, que competían por ganarse el amor de una mulata. El culmen de su popularidad llegó sobre los años 20-30 del siglo XX, durante un movimiento que se dio al mismo tiempo (y también muy similar) que el Renacimiento de Harlem y que se conoció como afrocubanismo. Entre los compositores más famosos de zarzuela cubana encontramos nombres como Ernesto Lecuona, Jaime Prats y Gonzalo Roig.

(iv) El son
El son cubano (que no se debe confundir con el son mexicano) y la música de salsa que derivó del son constituyen una de las formas más importantes de la música caribeña del siglo XX. El alcance de su influencia internacional rivaliza con el reggae, el blues y el rock. Los sones tiene un alto grado de sincretismo y representan una fusión de la cultura africana con la hispánica. En los años 20 del siglo XX, se convirtieron en un importante símbolo de identidad nacional en Cuba, aunque en un principio nacieron como un tipo de música regional en la provincia de Oriente. Es difícil tratar de definir el son de manera precisa, ya que existen diversas subclasificaciones (son montuno, changüí, sucu-sucu, guaracha, conjunto y mambo), así como formas híbridas que fusionan las características del son con otras músicas (son-guajira, son-pregón, guaracha-son y afro-son). A nivel estructural, los sones tradicionales suelen utilizar un compás binario, basado en un simple patrón armónico (I-V, I-IV-V). También es frecuente incluir entre las repeticiones estróficas segmentos instrumentales breves interpretados con el tres o con la trompeta. El montuno, la sección final de la mayoría de los sones, se interpreta a un tempo más rápido y en esta sección se alternan un coro y un solista vocal o instrumental que improvisa. Las frases de esta sección se denominan inspiraciones. La naturaleza cíclica, antifonal y de alto carácter improvisatorio del montuno mantiene una enorme similitud con la organización formal de mucha música tradicional del África occidental, mientras que las secciones estróficas iniciales de los sones (conocidas como cato o tema) están más próximas a la música europea.


Los sones emplean varios instrumentos, entre ellos el tres, la guitarra y las maracas. Las bandas de baile modernas usan a menudo un bajo eléctrico, sustituyendo el teclado eléctrico por una guitarra y el tres y añaden tumbadoras y timbales así como una sección de viento metal. Las letras de los sones utilizan formas derivadas de la poesía europea como las coplas, las cuartetas y las décimas. Entre las características musicales más distintivas del género encontramos un patrón que utiliza una gran cantidad de ritmos sincopados interpretados por el tres y/o un teclado que esboza la estructura armónica de la obra, una tendencia de la guitarra y el bongo a enfatizar la cuarta parte del compás sobre la primera y un bajo rítmico que acentúa la segunda mitad de la segunda parte y la cuarta parte del compas. El patrón del bajo sincopado del son, así como su ambiguo patrón de acentos ha sido fundamental para crear la salsa moderna.


A excepción de algunos tipos de música guajira, de las canciones, de la trova tradicional y de los boleros, toda la música cubana contiene un ritmo que se repite, conocido como "clave" y que provee de una base rítmica a la pieza. El término "clave" puede llevar a error, ya que puede referirse tanto a la diversidad de ritmos característicos como al instrumento del mismo nombre que se utiliza para interpretar los ritmos "clave". Los patrones "clave" del repertorio religioso afrocubano, interpretados a menudo en una campana u otro objeto metálico, suelen utilizar un compás de 6/8, mientras que los géneros seculares utilizan con mayor frecuencia el 2/4.


El mambo es un baile de salón derivado de la rumba cubana. A mediados de los años 40 del siglo XX, apareció en los salones cubanos y adquirió elementos del swing y de otros estilos del jazz. Se conoció en los EE. UU. particularmente a través de la banda de Pérez Prado, que hizo giras por América a finales de los 40; sus grabaciones fueron populares primero entre los hispanohablantes de EE. UU., y sus canciones (como por ejemplo Qué rico el mambo) se interpretaron alrededor del país a principios de los 50. Después de 1955 el mambo se extendió por Europa occidental. Se baila por parejas, tanto completamente separados como en un salón de baile abrazados pero ligeramente separados, con movimientos de cadera similares al de la rumba, pero con pasos hacia adelante y hacia atrás. A diferencia de la mayoría de las danzas, los pasos comienzan en la cuarta parte (en un compás de 4/4), con polirritmias en el acompañamiento acentuadas con las maracas y los claves. El mambo ha dado lugar a otros bailes latinoamericanos, como el chachachá. En la salsa, el término también se utiliza para referirse a la entrada de los metales de la sección que se conoce como montuno.

Enlaces de interés

http://www.museomusica.cult.cu/
El cancionero cubano, recopilación de Isidoro Hernández

Bibliografía
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miércoles, 21 de noviembre de 2018

La música tradicional latinoamericana (II)

III. La música afroamericana
La presencia de los africanos subsaharianos en la historia cultural de Latinoamérica y el Caribe ha constituido un hecho bastante significante; no sólo para la conservación de las expresiones culturales africanas bajo condiciones de esclavitud, sino también en la creación de tradiciones culturales sui generis, como resultado de la absorción de los valores culturales impuestos desde fuera y, a través de este proceso, de la influyente contribución de varios aspectos de las expresiones culturales de los mestizos a lo largo de Latinoamérica. Pese a los siglos de opresión y discriminación racial, los latinoamericanos de descendencia africana se han integrado y aculturado en tal medida que la concepción general de lo que constituye un afroamericano en Latinoamérica no es tan inequívoco como en EE. UU. Como resultado, la definición de lo que es música negra se convierte en algo extremadamente complejo; con la excepción de algunos contextos musicales de importancia religiosa en los que los elementos y funciones musicales africanos se conservan firmemente, la música afro representa otra fase significativa de la cultura mestiza. En muchas zonas, la aculturación de los africanos ha afectado a otros grupos étnicos o a un amplio espectro de los grupos mestizos. En estos casos nos enfrentamos a diversos grupos étnicos con una cultura negra de lo más homogénea. El criterio de la raza, por lo tanto, no se puede considerar como el único a la hora de identificar los estilos musicales afro y, así como los africanismos se acentúan aquí, se debería tener en cuenta que la música afro va más allá de las barreras de la etnia.

1. México, América Central y el Caribe
Tradicionalmente, se ha prestado poca atención o se le ha dado poca importancia a la contribución africana a la música popular mexicana. México tan sólo comenzó a reconocer la 'tercera raíz' de su música tradicional y la afinidad con el Caribe de algunas de sus manifestaciones culturales a partir de 1980. Entonces, los eruditos mexicanos comenzaron a buscar los elementos específicos de lo que llamaron las tradiciones afro-mestizas en gran parte del Golfo de México (la Región Huasteca, la porción sur de Veracruz y el estado de Tabasco), en áreas de la costa del Pacífico como Jalisco, la tierra caliente de Michoacán y Guerrero, y en la Costa Chica de los estados de Guerrero y Oaxaca. La música de las comunidades afro-mestizas de la Costa Chica revela una obvia relación con las prácticas percusivas africanas, tal y como se puede comprobar en los sones de artesa y en los sones de diablos. Además, se han señalado alguna influencia africana en las complejas estructuras rítmicas del son jarocho, el jarabe, la chilena, el gusto y el zapateo, en su mayoría relacionadas con la hemiolia y la dependencia de los efectos percusivos, incluso con instrumentos de cuerda como el arpa y las jaranas.

En Guatemala, Honduras y Belice los garífuna, que son descendientes de los cimarrones y los caribes de San Vicente, mantienen una admirable tradición musical similar a la africana en sus principales danzas e instrumentos, como el garaon cuando interpreta el ritmo y el baile conocido como punta o culeado, urbanizado y modernizado como punta rock. Un tipo de canción ritual, el dugu, también constituye un elemento importante de la cultura garífuna en Honduras. Nicaragua y Costa Rica han perdido una cantidad importante de población negra (especialmente en la costa atlántica, concretamente en Bluefields y Limón). De esta forma, algunas de las manifestaciones musicales de esta población están relacionadas con los bautistas espirituales jamaicanos, con el calipso y el Carnaval. En Panamá, un enorme número de descendientes de africanos juegan un rol importante en la música popular actual. Esta herencia musical africana se expresa mejor en la forma de teatro conocida como los congos, donde se interpretan las congadas, procedentes de una tradición colonial, así como en los tipos de tambores que acompañan la mayor parte de los bailes populares de Panamá, incluyendo el baile nacional, el tamborito, y la bien conocida cumbia.

El tamborito o baile del tambor es un baile afro-hispánico de Panamá. Se canta de manera responsorial por mujeres, bien por una solista o bien en coro. Se acompaña con las palmas en compás binario y por un conjunto de tambores entre los que se incluyen el repicador, el llamador, el pujador, el tambor, el almirez y el tamborito, que le da nombre al baile. El texto de las canciones están constituidos a menudo por una copla.

En el Caribe, las religiones del oeste africano se han mantenido con una considerable transformación en Cuba, Haití, Jamaica y Trinidad. Es precisamente en los ámbitos sagrados de la santería cubana, el vudú haitiano, la kumina jamaicana y el changó de Trinidad donde los elementos tradicionales africanos se han conservado más firmemente. Estas religiones afro adoran a las deidades de los yoruba africanos (orishás) y a las deidades de los fon y se basan en un sistema de creencias y en prácticas esencialmente africanas. Sin embargo, podemos encontrarnos con diversos grados de sincretismo en casi todas las partes. La mayoría de los grupos religiosos muestran elementos de las creencias cristianas, aunque no necesariamente reconocen al dios cristiano. A menudo, como resultado de la acomodación social e histórica, era habitual ver un santo católico asimilado como una deidad africana aunque lo más probablemente fuera que el santo católico sirviese para camuflar al dios africano. Las religiones africanas, tal y como se desarrollaron en estos países, son monoteístas, de naturaleza animista y tienen un abanico muy amplio de deidades mayores y menores, cada una de las cuales es adorada con ceremonias propias, canciones y ritmos. Las actividades interpretativas del ritual son casi siempre ejecutadas dentro del contexto litúrgico mediante canciones que se corresponden con los diversos ritmos de cada deidad. Los elementos africanos más obvios que predominan en estas actividades incluyen la ofrenda al dios (con el ritual de ofrenda de sangre mediante el sacrificio de un animal), ritos de iniciación, danzas rituales con una coreografía de enorme simbolismo, la personificación de las deidades mediante la posesión espiritual y las prácticas adivinatorias, entre otras cosas.

Las religiones afrocubanas más importantes incluyen el lucumí (derivado de los yoruba de Nigeria), el kimbisa o mayombé (procedente del Congo) y el abakuá (que combina las creencias de otros cultos religiosos; sus miembros se denominan ñáñigos). Varias sociedades como la Regla de Ocha (santería), Regla de Palo Monte y Regla de arará, entre otras, presentan un complejo corpus de elementos rituales en los que la música y la danza están plenamente integradas. La música del lucumí más habitual está constituida por el canto responsorial (el canto solista lo interpreta un líder espiritual), con respuestas corales monofónica, acompañadas por tambores y campanas. Los batá, tambores sagrados de los yoruba se interpretan únicamente con las propias manos, como en Nigeria, en fila de tres: el más grande de ellos (iya, que significa madre) lo interpreta el maestro con frecuentes improvisaciones,;el de tamaño medio (itótele) y el más pequeño (okónkolo) marcan una serie de patrones rítmicos con ligeras variaciones. Los ciclos de canciones se interpretan en un orden ritual estricto, de acuerdo con unas funciones litúrgicas específicas y los textos de las canciones están escritos en su mayoría en el lenguaje yoruba o en otros lenguajes del Congo.

Entre los cultos religiosos haitianos tenemos el vudú o rada (de la familia Arada-Nago), el pétro (de la familia Congo-Guinea) y otros grupos menores. El grupo religioso que practica el vudú se basa completamente en la religión fon del antiguo reino de Abomey y Alada, en el actual Benín, pero con una serie de reinterpretaciones  de los mitos y el desarrollo del lenguaje religioso basado en el criollo, incluyendo nombres de deidades (Iwa) que mantienen los mismos atributos que los de la religión vudú. Las prácticas de iniciación, las ofrendas a las deidades, la danza ritual y las canciones como partes integrales de la posesión espiritual también se pueden observar en las religiones tradicionales de Haití.

De forma deliberada, se le ha dado poca importancia a la música tradicional de origen afro en la República Dominicana como resultado de la fuerte ideología hispanocéntrica en el país. Pero la presencia africana se hace evidente en algunas canciones de trabajo colectivas y a través del uso de los palos y atabales, la mayoría de ellos asociados a los rituales de cofradías religiosas, como la Cofradía del Espíritu Santo de Villa Mella y la de San Juan Bautista de Baní. Además, a la música de los grupos gagá, que en su origen vinieron de Haití donde se les conocía como rarás, se le considera una manifestación haitiano-dominicana. De la misma manera, el vudú dominicano o espiritismo ha ido ganando popularidad de forma gradual desde 1980. El género secular principal de música para danza, el merengue (especialmente la variante llamada perico ripiao de Cibao), revela un número de elementos musicales y en la danza de carácter afro, tal y como ocurre en otros géneros mestizos.

El merengue es un baile de Venezuela, Haití y la República Dominicana. Combina tradiciones rurales, folklóricas y populares. Originalmente, en la República Dominicana, fue la música de los campesinos, gente que fue marginada política, social y económicamente en el país a pesar de constituir una mayoría. Durante los años de Trujillo, el merengue de Cibao se elevó a baile nacional; su estatus aumentó al nivel de música folklórica que representaba la identidad del país, de tal manera que para finales del siglo XX se había convertido en un símbolo de identidad nacional, personificando el criollismo de la cultura dominicana.



El merengue se puede interpretar por las merengue orquestas. Como tradición rural, el merengue típico o perico ripiao, se interpretaba en un principio con instrumentos de cuerda de la familia de las guitarras, pero hoy en día se interpreta al acordeón, la güira o guaya, la tambora y en algunas ocasiones con la marimba o marímbola. El acompañamiento puede estar en compás binario y ternario, creando el efecto de un compás de 5/8. Predominan los ritmos de cinquillo o tresillo afrocubanos. Las primeras letras del merengue, de mediados del siglo XIX, hablan sobre hechos de la actualidad de importancia local o nacional. Tiene una estructura vocal de carácter responsorial; los versos del merengue usan una copla y un estribillo; la danza, de estilo europeo pero con influencia africana, incluye movimientos de cadera y de la pelvis. 

Los países de Jamaica y Trinidad y Tobago conservan varios aspectos de la música religiosa de carácter afro: es el caso de los grupos no cristianos en el caso del changó en Trinidad y del kumina y los rastafaris en Jamaica; de los grupos cristianos como los Bautistas espirituales o 'shouters' de Trinidad y los pukkomina, los Bautistas espirituales y los Revival Zions de Jamaica. Determinados tipos de canciones, alguna música para percusión y algunas prácticas interpretativas muestran elementos tradicionales africanos en la religiones no cristianas, en los coros y en los himnos anglo-americanos entre los grupos cristianos. Sin embargo, todas estas prácticas tienen una tendencia a seguir una práctica responsorial. La música de los Revivalistas es muy similar a la de los negros protestantes del sur de EE. UU., combinando diversos tipos de himnos tradicionales con un corpus importante de himnos góspel del siglo XIX. La influencia de esto en Jamaica es tal que se refieren a los himnos como 'sankeys', en honor a Ira D. Sankey, el cantante evangelista y director musical asociado con el grupo revivalista de Dwight L. Moody.

En el campo de la música secular caribeña, las canciones y las danzas le deben mucho a la herencia afro.Los géneros afrocubanos (de raíces africanas y europeas) como el son, la guaracha y la rumba revelan una concepción subsahariana del ritmo en la que el contraste de timbres tiene una gran importancia. En el son, por ejemplo, los diversos instrumentos (especialmente los bongos, el tres, la marímbula, los claves, las maracas y la tumbadora) presentan varias células rítmicas, conocidas como tumbaos, creando texturas polirritmicias y de ritmos cruzados. La improvisación está muy presente en la rumba (existiendo tres tipos diferentes: el guaguancó, el yambú y la columbia) y donde el tambor más agudo (el quinto) tiene total libertad para improvisar a voluntad del intérprete, estableciendo un diálogo con el cantante solista y retando al mismo tiempo al bailarín, mientras que la tumbadora y los palitos establecen un contraste con la mayoría de los patrones regulares que permanecen invariables. El son resume en muchos aspectos los elementos básicos y las cualidades de la música afrocubana y, por extensión, de la música africana del Caribe. Otros géneros y estilos que están relacionados de manera directa, como el nengón, el changüi, la guaracha y los géneros híbridos (como el guaguancó-son, el bolero-son, etc.), dan fe de la importancia del son cubano. Incluso el género de la música popular que apareció a finales de los años 60, la salsa, le debe mucho al son.

La música tradicional de carácter afro de Puerto Rico se desarrolló en un principio en la costa sur de la isla, alrededor de Ponce. Los bailes de bomba y la plena son los géneros con mayor conexión con la música afro. La bomba hace referencia a un baile y su música se remonta a los tiempos de la esclavitud y a los tambores que se usaban en esos tiempos. demás de los diversos tamaños de los tambores utilizados en la bomba, también se usaban otros instrumentos para acompañar la danza, especialmente el burlador, el requinto, las cuás, los claves y las maracas. Los bailes de bomba se interpretaban en los campos de cañas de azúcar y podrían haber tenido un origen religioso, pero hoy en día animan varias fiestas sociales. La bomba utiliza el canto responsorial en el que los solistas pueden improvisar los textos de las canciones. Como canción narrativa breve, la plena aparece a partir de 1920 como un género mayor de las clases obreras de Puerto Rico, habitualmente criticando y satirizando cuestiones políticas y sociales. Su conexión con la tradición musical afro la encontramos especialmente en el carácter de sus ritmos y en la danza, así como en el uso de la conga, los bongos, instrumentos melódicos como el cuatro y la pandereta que, aunque de origen español, se interpreta sui generis.

Existen una serie de canciones y danzas que están asociados a la celebración del Carnaval a lo largo de todo el Caribe. En Cuba, el Carnaval de Santiago es especialmente notable gracias a las descargas y a las diversas comparsas y desfiles de baile. En Trinidad, el calipso se ha venido asociando con la celebración del Carnaval.

2. Sudamérica
La música afro en Sudamérica se halla de diversas formas, principalmente en Surinam, las Guayanas, Venezuela, Colombia, Brasil y, de forma secundaria, en pequeños enclaves de Ecuador, Perú, Bolivia y Uruguay. En Sudamérica, la relación que existe entre las manifestaciones musicales y la identidad negra no es homogénea. A diferencia de lo que ocurre en otros países de Caribe y con pocas excepciones, la comunidad negra de Sudamérica constituye una minoría, pese a la distribución regional de la población negra. En la mayoría de los casos, están marginados y a menudo adoptan la ideología de la negritud como la esencia de su identidad cultural. Al mismo tiempo, muchas comunidades negras también comparten y contribuyen a formar parte de las manifestaciones mestizas, de tal manera que muestran una forma de expresión verdaderamente única, de tal modo que trascienden los orígenes étnicos más allá de la integración nacional o regional.

Como ocurre en el Caribe, donde encontramos una mayor cantidad de elementos estilísticos de los negros africanos es en el repertorio de la música ritual tanto secular como sacra. Las religiones africanas (conocidas generalmente como candomblé en Bahía) se siguen conservando en Brasil y las canciones, los patrones rítmicos y la improvisación a la percusión de la mayoría de los grupos tradicionales mantienen los estilos y las funciones del oeste africano, especialmente de las prácticas yoruba y fon tal y como se transmitieron y desarrollaron en ese país. Estos estilos incluyen melodías descendentes pentatónicas y hexatónicas, acompañamiento con la percusión y un carácter responsorial con respuestas corales monofónicas y una vocalidad similar a la africana. Aunque los estilos son de una gran influencia africana, los repertorios son de elaboración local en su mayoría. Los ciclos de canciones se interpretan en un orden estrictamente ritual, como invocaciones y ofrendas de los dioses (los orixás yoruba, los vudús del fon). Los textos de las canciones pueden estar en distintos idiomas, desde el yoruba (nagô), fon y diversas lenguas del congo. Habitualmente, los textos de las canciones hacen referencia a los diversos mitos asociados con las deidades, tal y como se han reinterpretado en Brasil. La música realiza en un principio una función sacra y como tal está totalmente integrada en la liturgia de las religiones afrobrasileñas. Estas últimas representan un punto de resistencia a la cultura dominante y sirven como una importante fuente simbólica de la identidad afrobrasileña en la actualidad.

La estructura rítmica de la música del candomblé revela un profundo sentido del ritmo propio de la música africana. Los patrones rítmicos específicos se asocian con dioses concretos, como el alujá para Xangô, el dios del trueno y el fuego, bravun para Ogum, el dios de la guerra y el dios de las herramientas de metal, aguerê para Oxossi, el dios de la caza, e igbim para Oxalá, el dios de la creación. A cada ritmo le corresponde una determinada coreografía que, su vez, está asociada con un dios en concreto. El tipo de organización rítmica tan común en la música religiosa tradicional del oeste africano y afrocubana no predomina en Brasil. Sin embargo, la hemiolia del tipo africano aparece con bastante frecuencia. Los tambores con forma cónica de un sólo parche, conocidos en Bahía como atabaques, tienen tres tamaños diferentes y se tocan en fila. El tambor de mayor tamaño, llamado rum, se interpreta con una baqueta y con la propia mano por el maestro que, a través de la improvisación, controla la danza ritual. El tambor de tamaño medio, es el rumpi, y el de menor tamaño, el lê. El agogô, ejecutado con una baqueta de metal, completa el conjunto instrumental. Como los tambores constituyen un símbolo muy importante de comunicación con los Orixás, se les somete a una clase de ceremonia de 'bautizo' antes de usarse en los rituales. Este rol sagrado que juegan los intérpretes de los tambores (alabês) es reconocido mediante una ceremonia de confirmación. Su principal función es llamar a los dioses, de ahí que provoquen la posesión espiritual de los iniciados, pese a que ellos nunca caen en el trance mientras tocan los tambores.

Desde 1950, la música brasileña ha ido ganando muchos seguidores como resultado de la popularidad que ha conseguido la religión umbanda a lo largo del país, una religión que combina las creencias de candomblé, el catolicismo, el espiritualismo y el kardecismo. La música de la religión umbanda muestra unos cambios estilísticos que ilustran la efectiva penetración de los valores nacionales en un poderoso marco cultural urbano y regional. Efectivamente, la música de la umbanda constituye un intento deliberado de atender a todos los segmentos de la sociedad, especialmente los de las clases más bajas. Y lo hace a través de un estilo familiar y presente a nivel nacional, un tipo de música para danza relacionado con la samba. En contraste con el candomblés tradicional, la música del repertorio umbanda está en constante elaboración, aunque está estilísticamente restringida. Pero esta limitación estilística parecer atraer de forma efectiva a nuevos fieles de todos los estratos sociales. De hecho, parece que el caboclo y la umbanda y sus manifestaciones culturales como la música y la danza, podrían haber constituido el factor más importante en la integración regional y cultural de Brasil en los últimas tres décadas del siglo XX.

Entre los rituales seculares de la interpretación musical, algunos consideran que la danza conocida como capoeira procede de Angola, otros que la crearon los negros brasileños en tiempos de la esclavitud. Aunque lo más probable es que la capoeira sea una elaboración local de un modelo africano. Se cree que su origen se encuentra en un juego de peleas practicado por los esclavos durante sus períodos de descanso en los campos y que a partir de ahí evolucionó en una clase de arte marcial con sutiles movimientos coreográficos, un repertorio musical de canciones y ritmos para acompañar. Aunque la capoeira tuvo su origen en Bahía, se extendió a otras ciudades costeras de mayor tamaño, especialmente a partir de 1940, y se convirtió en un arte marcial de gran importancia enseñado en la academias militares. La danza tradicional se conoce como la capoeira Angola, que es lo que hace pensar a muchos que su origen es de Angola. La coreografía incluye una serie de pasos denominados golpes, de los cuales la ginga es el más importante; se interpreta por parejas de capoeiristas hombres que simulan movimientos de ataque y defensa, usando tan solo los pies y girando la cabeza sobre sus talones, entre otros tipos. La sincronización de los movimientos entre el ataque de un bailarín y la defensa del otro es digna de admiración. El juego de la capoeira se acompaña con un conjunto de berimbau de barriga, un pandeiro, un agogô y al menos un tambor, y el canto e de carácter responsorial. El birimbao, el instrumento principal, utiliza una calabaza como caja de resonancia y se interpreta con una baqueta de madera junto con un caxixi, una especie de sonajero con forma de cesta. Los toques, que son patrones rítmicos concretos, incluyen el São Bento grande, São Bento pequeno, Iúna, Santa Maria, Angola y la cavalaria entre otros, con funciones específicas y referencias a la danza. 

Las canciones del repertorio de la capoeira (se han recopilado cerca de 139) constituyen una fuente de enorme riqueza de esta manifestación cultural afrobrasileña. Con la excepción de la canción del himno de la capoeira y las letanías (ladainhas), el repertorio de canciones de la capoeira toma prestados bastantes elementos de otros corpus musical, como el de las canciones infantiles de la ciranda. Otras canciones evocan temas religiosos, como Santa Maria, mãe de Deus.

Tradicionalmente, la capoeira se ha enseñado y practicado en academias cuyos gerentes se refieren a sí mismos como mestres (maestros). Entre los numerosos mestres de la historia de la capoeira ninguno ha gozado de tanta fama como el Mestre Bimba, que desarrolló una nueva forma llamada capoeira regional, añadiendo un número de pasos de baile a partir de algunos movimientos de las artes marciales.

Otros países sudamericanos con una importante tradición musical afro son Venezuela y Colombia. La música afro en Venezuela la podemos encontrar en su mayoría en el área costera de Distrito Federal, en Barlovento y la región de Guarenas-Guatire del estado de Miranda y algunas zonas del estado de Aragua. Los conjuntos de percusión y las diversas formas y géneros están claramente emparentados con el pasado negro africano. Especialmente en Barlovento, los principales tipos de tambores conocidos como la mina, el redondo, la tambora y el furruco forman parte de los diversos conjuntos asociados con un gran número de celebraciones, como las fiestas de San Juan. Además, los conjuntos de quitiplás acompañan las danzas y las canciones que se interpretan durante los eventos sociales.

La población mestiza y negra de Colombia se encuentra principalmente en las regiones costeras del Atlántico y el Pacífico. Las culturas musicales costeñas en las dos áreas combinan elementos de la herencia étnica tripartita, con una importante contribución africana. Por ejemplo, en la costa norte de Palenque de San Basilio, las canciones fúnebres no sólo contienen una ingente cantidad de palabras de probable origen Bantú, sin que se acompañan con tambores de origen africano. De la misma forma, el conjunto de gaitas, uno de los conjuntos tradicionales más importantes de la región, fácilmente pueden incluir tambores emparentados con instrumentos africanos tanto por sus cualidades físicas, como por su timbre y sus prácticas interpretativas. La cumbia, una de las danzas más conocidas de la zona, muestra una organización polirrítmica. En las tierras bajas del Pacífico, el currulao o la marimba representa un ritual secular en el que una confrontación simbólica del poder entre hombres y mujeres se representa musicalmente: los hombres interpretan la marimba, los tambores (cununos y bombos), con el glosador (el cantante masculino principal), todos ellos compitiendo contra las cantantes (respondedoras) que agitan los guasás. La textura que se origina es la de numerosos ostinatos con una densa polirritmia y las características de la interpretación (como el carácter responsorial, el uso del falsete y el hoquetus) representan uno de los sonidos de la música tradicional africana que podemos escuchar en América. Este género también se conoce en la provincia de Esmeraldas, en Ecuador, donde la marimba africana también goza de una amplia popularidad. Fuera de Esmeraldas, la única región donde se puede escuchar música de carácter afro  es en el Valle del Chota, donde los músicos negros de la hoy en día cultivan en su mayoría la bomba, además de los géneros urbanos populares de la actualidad.

La presencia de los negros en Perú y Bolivia ha sido menos importante a nivel cultural y a nivel demográfico que la de los amerindios. Sin embargo, desde los inicios de la conquista española, Perú se convirtió en un centro importante de esclavos negros con su correspondiente desarrollo de la cultura mestiza, en un principio a lo largo de las zonas costeras. Sin embargo, la cultura negra no tuvo un verdadero impacto nacional hasta 1950, cuando se inició un renacimiento y reconstrucción de la herencia africana en la música peruana a cargo de intelectuales de ascendencia africana. La música peruana de carácter afro reclamó para sí algunos géneros musicales típicos, como el festejo, el socavón y el agua de nieve. A partir de entonces, empezaron a aparecer una serie de grupos afro-peruanos, logrando un auténtico impacto en la cultura urbana de Perú. En Bolivia, el redescubrimiento de la música y la cultura afroboliviana es incluso más reciente y afecta un número de tendencias en la música popular contemporánea.

También se le ha dado poca importancia a la contribución africana a la vida musical de Argentina y Uruguay, pese a que escritores de la talla como Vicente Rossi y Lauro Ayesterán han reconocido el impacto de los negros en la vida musical de la región del Río de la Plata. Aunque prácticamente se extinguió a finales del siglo XIX, el candombe se ha recuperado en varias ocasiones en Montevideo y Buenos Aires.

Para finalizar, la presencia y la contribución de los negros (tanto los esclavizados como los libres) en la música culta colonial de Latinoamérica y del Caribe necesita darse a conocer. Los numerosos músicos negros, ya fueran compositores o intérpretes, han pasado a los anales de la historia de la música

Los sistemas de cofradías y hermandades/ irmandades heredadas de la Península Ibérica e implantadas en América y Brasil durante el período colonial ayudaron a conservar algunos aspectos de la identidad negra. Musicalmente, el único género que se interpretaba en las iglesias que conserva algún aspecto de esa identidad fue el villancico. Incluso a los maestros de capilla de las catedrales desde México a Bolivia les agradaba este tipo de villancicos conocidos como negro, guineo, negrilla y negrito. Los períodos finales del colonialismo fueron testigos de un gran número de compositores e intérpretes negros de gran importancia, como las grandes figuras musicales de Minas Gerais, en Brasil, algunos compositores de música de iglesia de Venezuela de finales del siglo XVIII o el prolífico y creativo José Mauricio Nunes García, activo en Río de Janeiro. El violinista y compositor cubano José White y su contemporáneo Brindis de Salas, y el pianista y compositor argentino Zenón Rolón son algunos de los ejemplos de músicos negros de gran éxito del siglo XIX.