domingo, 8 de noviembre de 2015

Anécdotas de los teatros de Madrid

El teatro es algo vivo, ya no sólo por lo que sucede en el escenario, sino también por lo que sucede entre el público. Con esta entrada, me dispongo a relatar algunas anécdotas y hechos divertidos y curiosos que me han ocurrido (y me vayan a ocurrir) en los teatros de Madrid.

Una profesión peligrosa
El 18 de diciembre de 2013, en el estreno de la producción de La del manojo de rosas en el Teatro de la Zarzuela, Ruth Iniesta, mientras cantaba una de sus partes, tenía que subirse encima de un coche que formaba parte del atrezzo como parte de su coreografía. Cantar ya es de por sí algo difícil como para encima exigirle a un cantante que se suba por los decorados del escenario. Aquel día por poco se resbala del coche y se cae al suelo en plena función.

El apasionado fan de Celso Albelo
Ocurrió el 20 de diciembre de 2013, en el Teatro Real de Madrid. Era la última función de L'elisir d'amore y yo había conseguido entrada de las de los últimos 10 minutos, a buen precio y buen sitio: en uno de los palcos. Al menos eso pensé, porque al sentarme en mi sitio asignado y poco después de que cerraran las puertas, vi que el palco de al lado estaba vacío y que se veía mejor desde ahí. Por lo tanto, me cambié con todo el morro. Al acabar el primer acto, y contento porque nadie se había presentado reclamando el sitio, llegaron 4 personas durante el descanso: dos hombres y dos mujeres, que iban en parejas. Una de las mujeres me dijo que estos eran sus sitios y yo, reconociendo que me había cambiado, tuve que volver al mío. La verdad es que me quedé con la ganas de decirles que qué clase de amantes de la ópera vienen sólo al segundo acto y se fuman el primero, pero bueno, pudo sucederles cualquier cosa y no quise meter cizaña. Poco rato después, a uno de los hombres parecía interesarle poco lo que sucedía en el escenario, ya que prestó más atención a su móvil durante la mayor parte de la función (suerte para él que sólo se "tragó" el segundo acto). Lo peor de todo fue cuando salió Celso Albelo a cantar "Una furtiva lagrima". Al acabar Celso Albelo el aria, y tras ese silencio espectral antes de de la ovación, el teatro estalló en aplausos y el hombre, que seguía con el móvil, se dio cuenta de que era momento de aplaudir y, soltando el móvil empezó a dar palmas lo mejor que pudo. Un auténtico fan de Celso Albelo. 

Un ensayo general lleno de intensas emociones
Esta anécdota es un poco más reciente. Durante el ensayo general de Alcina, que tuvo lugar el domingo 25 de octubre del 2015, en medio de un dúo entre Luca Tittolo y Erika Escribà, los intérpretes tuvieron que parar el ensayo porque entre el público alguien empezó a gritar: "¡Un médico!" Por lo visto una de las espectadoras había sufrido un desmayo y entre que vinieron los de la UCI y se la llevaron pasaron casi media hora. Muchos de los espectadores se fueron y otros aguantaron hasta que se la llevaron en camilla y se reanudó el ensayo. Todo el teatro aplaudió cuando se llevaron a la espectadora en camilla.

Leo Nucci pidiendo que le bajen el tono
6 de mayo de 2016, en el recital que ofrecieron en el Auditorio Nacional de Madrid Ruggero Raimondi, Ruth Iniesta y Leo Nucci. Al final del recital, se disponían a cantar todos Amapola de Lacalle, antes de empezar Leo Nucci le pedía en español al guitarrista que iba a acompañarles si podía bajar el tono.

Christian Zacharias dando un toque de atención
El lunes 27 de junio del 2016 en el Auditorio Nacional de Madrid, Christian Zacharias, que estaba al piano y dirigía la orquesta durante el concierto para piano de Schumann, tras terminar el primer movimiento y escuchar los fervientes aplausos del auditorio, se giró molesto porque el público había aplaudido antes de tiempo y le dijo: "este era el primer movimiento, ahora faltan otros dos".

Diana Damrau, harta de que el público tosa, se pone a toser en medio del escenario
De todos es sabido que la gente va al teatro enferma. Cuando vino la Damrau a dar un recital de Lied al Teatro de la Zarzuela en marzo del 2018, y al ver que el público tenía la urgente necesidad de toser entre canción y canción, no lo pudo resistir e hizo mofa de la situación, poniéndose a toser groseramente en el escenario para llamar la atención de los presentes y que fuesen más discretos.

La mirada inquisitiva de Wólfram Rieger al público de la Zarzuela
De nuevo en un recital de Lied en el Teatro de la Zarzuela en la temporada 2018/2019 se dio el caso de un intérprete harto de que los miembros del público tosieran entre canción y canción. En esta ocasión se trataba de la interpretación del ciclo Winterreise de manos de la soprano Adrianne Pieczonka acompañada al piano por Wólfram Rieger. Se ve que el frío de enero le sentó muy mal a los ciudadanos madrileños, porque aquella tarde estaban especialmente insoportables tosiendo entre canción y canción; uno en concreto no paraba de toser haciendo bastante ruido y hasta el propio Wólfram Rieger no pudo evitarlo más, fulminándole con una mirada inquisitiva antes de comenzar con la siguiente canción del ciclo.

"Los mojones salpican los caminos"
En ese mismo recital se podía leer perfectamente entre los subtítulos la frase "los mojones salpican los caminos." Se trata de una frase que podemos encontrar en la traducción que hizo Luis Gago para el número 20 del ciclo: Der Wegweiser. Wegweiser es una palabra alemana que hace referencia a los hitos de la carretera. Efectivamente, en castellano también tenemos mojón para referirnos a estos hitos, pero cuando hablamos de un mojón, por lo general nos viene a la cabeza antes que nada la acepción número 4 de la RAE.., en fin que la frase "los mojones salpican los caminos" es, cuando menos, bastante cómica, sobre todo porque los poemas de Müller son especialmente visuales. No es la primera vez que ocurre, ya que Winterreise es un ciclo que se canta mucho en el ciclo de Lied de la Zarzuela y ya se pudo leer cuando vino Gerhaher a cantarlo.

Un espectador desagradable
Durante una proyección en el cine Doré de La planète sauvage, una película de animación francochecoslovaca (sí, tiene sus años la peli), un espectador encolerizó al verse rodeado de niños. Ya venía calentándose cuando vio algunos móviles encendidos, gritando por toda la sala que "apagasen el puto móvil", pero la efervescencia de la juventud (era una sesión júnior) le sacó de sus casillas. Desde el fondo de la sala de cine se podía escuchar a grito pelado "LLEVO ESPERANDO MEDIA VIDA PARA VER ESTA PELÍCULA. QUE SE CALLE ESE PUTO NIÑO." La verdad es que no fue nada agradable la situación. El cine estaba esa tarde lleno de niños, y ya se sabe cómo son de curiosos: a poco que vean una película francocheca ya están haciendo preguntas.

El telón que no se corría
De nuevo en el Cine Doré de Madrid. Sucedió el domingo 19 de mayo del 2019, durante la proyección de Sopa de ganso de los Hermanos Marx, en la sala grande, donde la pantalla de proyección está tras un telón azul. La sesión empezaba, en teoría, a las 17:30, pero cuando dieron las 17:45 el público todavía estaba esperando a que empezara la película. Un hombre de avanzada edad empezó a dar palmas para expresar su impaciencia y el resto del público en seguida se sumó, armando un gran barullo. Al cabo de un rato, salió el proyeccionista y, desde lo más alto del cine, nos dijo que había un problema con el motor del telón y que no se podía correr. Nos dio dos opciones: o cambiar nuestra entrada por la sesión de otro día o esperar pacientemente a que se arreglara el asunto. Hubo gente que se marchó y gente que decidió esperar. Yo fui de los segundos. Poco después apareció un técnico y, tras comprobar el estado del motor, decidió correr el telón de forma manual, bajo la intensa emoción de la sala, que se puso a aplaudirle a medida que iba apareciendo la pantalla. Lo que para todo el público parecía la alternativa más lógica, acabó por convertirse en una mala idea: si el telón utiliza un motor para correrse es porque la forma manual no es la mejor de las opciones. El pobre técnico, ante la presión que debía sentir en la sala, trató de solucionar el asunto con toda su buena fe, pero el telón tenía que pesar demasiado para que una sola persona pudiera correrlo. No tardaron en salir de entre el público hasta cinco personas para ayudar al técnico a correr el telón, acto que fue intensamente aplaudido por el resto del público que se quedó sentado, pero ante la mirada insólita del guardia de seguridad que de inmediato fue corriendo a detenerlos. Tras este pequeño incidente, una de las acomodadoras se puso en el centro del teatro y grito que la sesión había finalizado y que se nos compensaría con una entrada para cualquier sesión a la que quisiéramos ir.

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