La fotografía en Medianoche en París trabaja sobre la idea de la nostalgia por el pasado, una idea constante a lo largo de toda la película. Existe una dominancia de los tonos anaranjados y ámbar, que contribuyen a asociar la idea de nostalgia con lo cálido y ayuda a configurar el pensamiento del personaje protagonista. En este sentido, la fotografía refuerza esa sensación de confort que siente Gil cuando viaja al París de principios de siglo XX. Gil encuentra el calor del hogar en los cafés nocturnos de París y este color ámbar de la fotografía contribuye a trasladar esa sensación al espectador. En contraste, la época actual, la época de la que Gil trata de evadirse, tiende a la luz blanca, usa colores más vivos y brillantes. No obstante, son unos colores saturados que crean una atmósfera fría y falsa, que deja de ser elegante para convertirse en pedante y ortopédica. Igual de pedante que el personaje de Paul. De este modo, se configuran dos mundos: el mundo real, del que Gil ansía escapar a toda costa, y el mundo ideal, al que desea pertenecer. En resumen, este aspecto que trabaja la fotografía de Medianoche en París es una traslación de los estados de ánimo del personaje protagonista, una externalización de su pensamiento que facilita al espectador a identificarse con él. Básicamente, el acabado fotográfico de la película funciona como un añadido visual al mundo interior conflictivo e inestable de Gil, como un vehículo de expresión y materialización de los sentimientos de Gil, ayudando a reforzarlos. La idea de la nostalgia presente en la película tiene una estrecha vinculación con la idea de la fotografía como el recuerdo inamovible en imágenes, como aquello que permanece inmutable a lo largo de la historia. Aunque no se dice explícitamente, la mayoría de los artistas de principios de siglo XX que aparecen en la película se construyen a través de las imágenes que Gil tiene de las fotografías que nos quedan de ellos. Conocemos su pensamiento a través del legado de sus obras, pero conocemos sus rostros a través de las imágenes fotográficas que de ellos han llegado a nuestra época.
Por otro lado, la fotografía también contribuye a reforzar un contraste muy importante que está en la película: la sensualidad versus la frigidez. Ese aspecto fotográfico en el mundo ideal del París de principios de siglo XX, de tonos cálidos, crea una sensación de sensualidad y pasión, que se proyecta sobre el personaje de Adriana. Por el contrario, el acabado visual del París de la actualidad contribuye a reforzar una idea de frigidez y de distanciamiento que se transmite a la novia de Gil, Inez.
Para finalizar, la fotografía busca inspiración en la pintura impresionista y postimpresionista y, más concretamente, en los dibujos de Toulouse-Lautrec que recrean el ambiente del cabaret y la noche bohemia parisina. En este sentido, la influencia del cartel de principios de siglo XIX es esencial para crear esa atmósfera bohemia que envuelve a la película. El director de fotografía utiliza y diseña el juego de luces como si de un pintor impresionista se tratara; pinta con la luz sobre el lienzo de la película con una paleta de tonos anaranjados y cálidos que le otorgan una sensación de ensoñación lúcida, como si Gil estuviera viviendo un sueño que él mismo puede controlar.
En resumen, Medianoche en París es un ejemplo perfecto de cómo la fotografía puede acompañar y configurar los sentimientos de los personajes, así como sus deseos y pasiones interiores, que no se manifiestan de forma explícita pero que están latentes en los personajes y refuerzan esas ideas presentes en la película de una forma sutil.
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