En una noche de insomnio provocada por la inactividad de estar todo el día confinado en casa por culpa del coronavirus, se me ocurrió la idea de revisitar Pocahontas, la película de animación de Disney. He de reconocerlo: soy un nostálgico, pero animo a todos que, pasado un tiempo, vuelvan a ver películas que ya han visto, a leer novelas que ya han leído, a escuchar música que ya han escuchado... No se vuelve a disfrutar como la primera vez, pero se disfruta de una forma distinta. En mi caso, yo vi Pocahontas siendo un pipiolo y cuando la estrenaron en cines. Puede que no esté al nivel de otras películas de animación de Disney de aquella época, pero lo cierto es que a mí me gusta y... ¡Qué narices! Me pierdo por la antigua animación dibujada a mano: los movimientos me parecen más naturales y humanos que en la animación por ordenador. Además, crecí con las voces de una muy buena escuela de doblaje –que ya está empezando a desaparecer–, que dotaban de alma a esos personajes animados. Hoy en día escuchas voces sin personalidad, sin alma... Voces frívolas que se ponen delante del micrófono a decir un texto sin un ápice de pasión. Por no hablar de la música, que, a diferencia de lo que ocurre hoy en día, es exquisita. Las películas de animación de Disney siempre han caracterizado por estar destinadas no sólo a los más jóvenes de la familia, sino también a los adultos. O por lo menos antiguamente, ya que hoy en día tenemos que aguantar películas infames como Frozen 2 y, entiendo y comprendo que a las generaciones de ahora les encante y disfruten con ella, están en su derecho –como también estamos en nuestro derecho a que no nos guste–, pero creo que han abandonado la sutileza y la sencillez del pasado.
El caso es que, como adulto, Pocahontas se presta a una segunda lectura, que, pese a estar ligeramente escondida, no significa que no esté y ahora me explicaré. Pocahontas se caracteriza, desde principio a fin, por una enorme tensión sexual entre su protagonista, Pocahontas, y John Smith. Algo que sus creadores –ya sean los dibujantes, los productores, el director..., me da igual– no tratan de ocultarlo: las miradas, los gestos, etc. El encuentro de John Smith con Pocahontas –por cierto, en unos hermosos dos minutos y medio de silencio sin diálogos, recurso que el cine actual parece haber olvidado– son de una naturaleza visual puramente cinematográfica y es que ya no nos acordamos de que el cine no es más visual por el número de efectos especiales por fotograma, sino por contar una historia en el menor número de imágenes. Tarkovski es mucho más visual que Los vengadores; Pocahontas es más visual que Frozen, por poner sólo un ejemplo.
Pero ¿qué es lo que me ha llevado a escribir esto y a afirmar con rotundidad que existe esta carga sexual en Pocahontas? Se trata de un simple plano a mitad de la película, justo después de que Pocahontas termine de cantar la canción «Colores en el viento»: John Smith y Pocahontas se encuentran frente a frente, a cinco centímetros de distancia el uno del otro, bajo un sauce en segundo o tercer término y, acto seguido, la cámara hace un lento trávelin hacia atrás –un recurso tal vez manido, pero muy efectivo a nivel dramático–, mostrando la escopeta y el casco de John Smith. «¿Y bien? ¿Qué problema hay?», pensarán los niños y muchos adultos, pero lo cierto es que la escopeta es un símbolo fálico y el casco representa los órganos sexuales femeninos.
Muchos pensarán que son imaginaciones mías, que es muy rebuscado o, incluso, que soy un perturbado que trata de pervertir un clásico de la animación, pero lo cierto es que es algo latente en la escena y no me aventuraría a decir esto si no estuviera totalmente seguro de que es así, y quien vea por segunda vez la película, se dará cuenta de ello. John Smith y Pocahontas se DESEAN desde la primera mirada y apenas son incapaces de resistir sus impulsos. Tan sólo la llamada del cuerno de la aldea de Pocahontas frustra lo que indudablemente iba a ser la consumación de la pasión de ambos personajes. Cuando le preguntaron a Alfred Hitchcock que por qué ponía rascacielos de fondo en las escenas que transcurrían en la casa de Midge –en esa magnífica película que es Vértigo–, él respondió que eran símbolos fálicos y que representaban la enorme tensión sexual de la película.
Para más inri, el trávelin hacia atrás lo único que hace es darme la razón: el trávelin es un recurso cinematográfico que permite ver todo aquello que transcurre detrás de la cámara y que el director quiere que el público vea en determinado momento. El director de la película tenía la opción de no hacer ese trávelin, pero el caso es que lo ha hecho y cabría preguntarse ¿por qué? Muy sencillo: porque lo necesitaba, es su forma de decir al público «mirad esto, fijaos muy bien en esto y en lo que simboliza». Obviamente, es una película para niños y los detalles tienen que ser perceptibles para los adultos, para un niño tendría que pasar por alto sin ningún mayor significado que el de una inofensiva escopeta y un casco insignificante. Pero es que incluso la escopeta está colocada de tal manera que simula una erección y es indudable que el casco –con el agujero mirando hacia la escopeta– tiene la forma del órgano sexual femenino. En cine, nada está puesto por casualidad, todo está colocado al milímetro.
Mucho más evidente es el hecho de que Ratcliffe y su lacayo, Wiggins, son homosexuales y, además, amantes. Pensadlo bien: un tipo amanerado que no se separa nunca de Ratcliffe, que va con él en su camarote, durante un largo trayecto por mar desde Inglaterra hasta el Nuevo Mundo y que, para colmo, le dice abiertamente a Ratcliffe que le gusta –en el sentido de que le cae bien, pero también se puede interpretar en el otro sentido–. Por su parte Ratcliffe, no podemos dejar engañarnos por su aparente rudeza: no le importa estar rodeado de hombres y dominarlos; tampoco muestra mucho interés por las damas de la corte cuando se imagina a sí mismo coronado rey y parece muy preocupado por que su pequeño perro reciba las mejores atenciones.
Pero ¿qué es lo que me ha llevado a escribir esto y a afirmar con rotundidad que existe esta carga sexual en Pocahontas? Se trata de un simple plano a mitad de la película, justo después de que Pocahontas termine de cantar la canción «Colores en el viento»: John Smith y Pocahontas se encuentran frente a frente, a cinco centímetros de distancia el uno del otro, bajo un sauce en segundo o tercer término y, acto seguido, la cámara hace un lento trávelin hacia atrás –un recurso tal vez manido, pero muy efectivo a nivel dramático–, mostrando la escopeta y el casco de John Smith. «¿Y bien? ¿Qué problema hay?», pensarán los niños y muchos adultos, pero lo cierto es que la escopeta es un símbolo fálico y el casco representa los órganos sexuales femeninos.
Muchos pensarán que son imaginaciones mías, que es muy rebuscado o, incluso, que soy un perturbado que trata de pervertir un clásico de la animación, pero lo cierto es que es algo latente en la escena y no me aventuraría a decir esto si no estuviera totalmente seguro de que es así, y quien vea por segunda vez la película, se dará cuenta de ello. John Smith y Pocahontas se DESEAN desde la primera mirada y apenas son incapaces de resistir sus impulsos. Tan sólo la llamada del cuerno de la aldea de Pocahontas frustra lo que indudablemente iba a ser la consumación de la pasión de ambos personajes. Cuando le preguntaron a Alfred Hitchcock que por qué ponía rascacielos de fondo en las escenas que transcurrían en la casa de Midge –en esa magnífica película que es Vértigo–, él respondió que eran símbolos fálicos y que representaban la enorme tensión sexual de la película.
Para más inri, el trávelin hacia atrás lo único que hace es darme la razón: el trávelin es un recurso cinematográfico que permite ver todo aquello que transcurre detrás de la cámara y que el director quiere que el público vea en determinado momento. El director de la película tenía la opción de no hacer ese trávelin, pero el caso es que lo ha hecho y cabría preguntarse ¿por qué? Muy sencillo: porque lo necesitaba, es su forma de decir al público «mirad esto, fijaos muy bien en esto y en lo que simboliza». Obviamente, es una película para niños y los detalles tienen que ser perceptibles para los adultos, para un niño tendría que pasar por alto sin ningún mayor significado que el de una inofensiva escopeta y un casco insignificante. Pero es que incluso la escopeta está colocada de tal manera que simula una erección y es indudable que el casco –con el agujero mirando hacia la escopeta– tiene la forma del órgano sexual femenino. En cine, nada está puesto por casualidad, todo está colocado al milímetro.
Mucho más evidente es el hecho de que Ratcliffe y su lacayo, Wiggins, son homosexuales y, además, amantes. Pensadlo bien: un tipo amanerado que no se separa nunca de Ratcliffe, que va con él en su camarote, durante un largo trayecto por mar desde Inglaterra hasta el Nuevo Mundo y que, para colmo, le dice abiertamente a Ratcliffe que le gusta –en el sentido de que le cae bien, pero también se puede interpretar en el otro sentido–. Por su parte Ratcliffe, no podemos dejar engañarnos por su aparente rudeza: no le importa estar rodeado de hombres y dominarlos; tampoco muestra mucho interés por las damas de la corte cuando se imagina a sí mismo coronado rey y parece muy preocupado por que su pequeño perro reciba las mejores atenciones.
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