Dado que Jacques Offenbach fue un compositor que atendió a los gustos del público de la época, esta opereta se sometió a una serie de cambios que han hecho que llegaran hasta nuestros días tres versiones de la obra:
- la versión original;
- la versión de París;
- la versión de Viena.
La versión original es la que se estrenó en París antes de que se suprimieran determinados números para contentar al público parisino y responder a sus exigencias, algo típico en Offenbach, pues no dudaba a la hora de sacrificar los pasajes musicales más hermosos para agradar al público. Algunos de los números suprimidos fueron la escena de le carillon de ma grand mère del final del segundo acto y el aria del principio del tercer acto cantada por la duquesa. La grande-duchesse de Gérolstein sería la ópera número 67 de Offenbach y supone el culmen de su carrera como compositor. Atrás se habían quedado los difíciles comienzos de su carrera, ya que para 1867 sus óperas se representaban en 5 teatros de París, sobre todo después del éxito de La Vie parisienne, Orphée aux enfers y La belle Hélène. No obstante, La grande-duchesse de Gérolstein no cosechó el éxito esperado en su estreno el 12 de abril de 1867. Aunque el primer acto gustó al público, tal y como aseguró un crítico de la época, el número de le carillon de ma grand mère redujo el entusiasmo del público, por lo menos así lo expresaba Halévy. Tampoco el gusto del público fue lo único que obligó a realizar modificaciones. Ya antes del estreno las autoridades imperiales miraban con malos ojos el libreto, que, pese a estar ambientado en un ficticio ducado del siglo XVIII, era un reflejo evidente de la Europa de la época. Siete días antes del estreno, habían hecho llegar una carta de parte de las autoridades imperiales. Entre otras cosas, las autoridades decían lo siguiente sobre la obra: "Esta ópera cómica sobrepasa los límites de lo normalmente tolerable por una audiencia que fue testigo de las representaciones de La belle Hélène, La Vie parisienne y otras extravagancias del estilo." A pesar de esto, nada impidió que la ópera se convirtiera en una sátira política que criticaba la autoridad, el ejército y las fuerzas diplomáticas.
Lo que más picante añadió al asunto fue el hecho de que la ópera fue representada delante de las fuerzas políticas imperantes de la época, que se habían acercado a la capital gala con motivo de la exposición de París. El periodista Jean Richepin escribiría sobre este aspecto años más tarde, en 1880, año de la muerte de Offenbach: "quisiera o no, Offenbach fue un revolucionario. Y para demostrarlo ahí estaban esos emperadores, reyes y grandes personajes que aplaudieron la parodia de ellos mismos en 1867, igual que aplaudió la nobleza durante el reinado de Luis XVI a los filósofos y Beaumarchais en su momento." Es más, el principal protagonista de la guerra franco-prusiana, (que estallaría 3 años después), estaba en el teatro, testigo de la antesala del drama que estaba por desatarse: Napoleón III fue a una de las representaciones el 24 de abril y encima regresó una segunda vez con la emperatriz. El 11 de junio le tocaría el turno a Bismarck, que disfrutó muchísimo con las intrigas amorosas de la corte de la gran duquesa. También asistió Thiers, que ya había dado cuenta de los futuros desastres en un famoso discurso en el parlamento y a quien le había encantado. Según escribe Halévy en sus Carnets: habló durante un buen cuarto de hora sobre le sabre de mon père y del general Boum y Mademoiselle Schneider con el hermanastro de Halévy, Paradol, con quien se encontró cenando en Place-Saint Georges. Aunque cuando se convirtió en presidente de la República, Thiers no fue tan tolerante con La grande-duchesse de Gérolstein, ya que la prohibió en 1870 y solo se permitió una reposición en 1878 (después de la derrota contra Prusia, el antimilitarismo de Offenbach, Meilhac y Halévy estaba mal visto).
Música en el jardín de las Tullerías (1862), cuadro de Edouard Manet donde podemos ver a varias personalidades de la época, entre ellas al propio Jacques Offenbach |
En definitiva, La grande-duchesse de Gérolstein fascinó a los políticos de todas las épocas. De todas las anécdotas sobre personajes ilustres que fueron al Theatre des Variétés, la mejor recordada es la que concierne al Zar Alejandro II que había reservado su palco desde Colonia. Tres horas después de llegar a París, ya estaba en el teatro. Fue el temor de ver su país burlado lo que realmente le llevó a ir al teatro, más que por los encantos de Hortense Schneider, a los que el déspota tampoco hacía ascos. El zar sabía que el personaje de Dorothée de Gérolstein estaba inspirado en Catalina la Grande (el traje que llevaba Schneider no dejaba duda de ello). Quería comprobar por sí mismo que su integridad como soberano no estaba siendo insultada. Parece que la jovialidad del reparto, un libreto ingenioso, la belleza de la música y, sobre todo, los encantos de la cantante protagonista, apaciguaron las sospechas de un emperador que después de todo era de algún modo liberal, habiendo abolido la servidumbre seis años antes. Francisco José fue el único que se negó a ir a ver La grande-duchesse de Gérolstein asegurando que ya la había visto en alemán en Viena donde se venía representando desde el 13 de mayo con Marie Geistinger en el rol principal.
Apreciada por todos los soberanos, que no se marchaban de París sin antes ver una representación, La grande-duchesse de Gérolstein cosechó un gran éxito durante la Exposición de París, donde Napoleón III intentó llenar de tantos eventos como le fue posible. Todos iban a ver el espectáculo al Theatre des Variétés y, tal y como la prensa observaba: "El mundo pertenece a las operetas de Offenbach. Entre nosotros, la Exposición es solo un pretexto; los visitantes irán allí una o dos veces para guardar las apariencias, pero la auténtica razón de su estancia es ir y admirar la atracción principal, que no es más que la gran pieza bufa parisina."
Por otro lado, sólo los espectadores más avezados entendieron el mensaje político oculto detrás de las risas, los valses y los galops. Incluso hoy sería imposible aceptar el transfondo político en una pieza de este calibre. Sin embargo, La grande-duchesse de Gérolstein no es nada, sino política en el más completo sentido de la palabra. La intoxicación de poder, el abuso de la fuerza, el favoritismo, el uso cínico del ejército y la guerra como herramienta para satisfacer la ambición: estos son los temas atemporales que Offenbach y sus libretistas trataron pero con una elegancia que evita lo moralizante.
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