miércoles, 4 de noviembre de 2020

«Riesgo» de Charles Dickinson


Riesgo
Charles Dickinson

Esta noche le toca a Owen ser el anfitrión. Cuando lava los vasos, los lanza al aire, emitiendo un ligero resplandor a la luz de su lámpara. Cazarlos al vuelo le deja patidifuso.
Frank es el primero en llegar. El siguiente es Nolan. Aquella noche, cuando Frank llevaba la colada a las lavadoras situadas en el sótano de su apartamento, se dio cuenta de que se había vestido con la ropa sucia del día anterior; una vez cargada la lavadora, con el detergente en su justa medida e introducido el dinero en la máquina, metió la ropa que llevaba puesta y, completamente desnudo, se subió a su piso. Se detuvo un momento para leer la etiqueta del extintor de incendios. Los ruidos del edificio le pusieron el corazón a mil revoluciones por minuto. Cuando se reúne con sus amigos para jugar al juego de la conquista del mundo, Frank escoge siempre el ejército rojo.
Escuchan llegar a Alice cubierta totalmente de grava. Tras treinta y cinco kilómetros de carreteras secundarias recorridas en menos de veinte minutos, se ha convertido en el Gólem. Vive con un hombre al que conoce desde hace siete meses; han alquilado una alquería de unas cuarenta hectáreas. Es un tipo que cuida muy bien de su jardín; es un auténtico manitas, de buen corazón y barba poblada, que toca el banjo de manera profesional. Además, es un anfitrión bastante agradable cuando les toca jugar en su casa. Adora a Alice, pero ella sigue saliendo a escondidas con otro hombre. La mitad de sus compromisos y motivos que la mantienen fuera de casa se los inventa. Este otro tipo la trata como a una niña pequeña, burlándose de ella cuando no sabe algo o hiriendo sus sentimientos, algo que a ella –contra toda lógica– le encanta. Es todo lo contrario al hombre que tiene en casa. Alice juega con el ejército negro.
El mundo yace sobre la mesa de la cocina de Owen. Una luz amarilla se abre paso entre las primeras bocanadas de vaporoso humo de la noche. Los seis continentes del juego –América del Norte y del Sur, África, Asia, Europa y Australia– no están dibujados exactamente igual a cómo son en la vida real. Cada continente está formado por territorios que, dentro de poco, estarán infestados de ejércitos y de dados, y sobre los que se desatará la guerra.
Owen le sirve una cerveza a Frank. Owen les invita a su casa tantas veces como le resulta posible; si por él fuera, jugaría tres o cuatro veces a la semana. Las reuniones con sus amigos le agradan y le dan vida a la casa. El humo lima asperezas. Intenta convencer a su mujer, Eileen, para que juegue, pero se niega. Se cierra en su habitación. Ninguno de los jugadores insiste para evitar una situación incómoda.
Owen baraja las cartas con un vaso de cerveza a un lado y un cigarrillo en un cenicero al otro. Alice entra en la cocina y descubre sus vidriosos ojos.
–Hola –dice.
–Habla por ti –dice Frank.
Nolan, que ha llegado con un humor de perros, dice–: Los motoristas del país están a salvo durante unas pocas horas.
Alice cuelga su abrigo en el perchero junto a la puerta. Saca sus bártulos del bolso y los coloca con cuidado en su sitio de la mesa.
–Hay vino en la nevera –dice Owen–. Te lo traigo en un momento. –Lanza los dados sobre el rostro del mundo. Un par de cincos y un seis.
–¡Vaya! –dice Alice–. Estás de racha.
–Quiero uno de esos durante toda la noche.
–¿Quién vuelve a llegar tarde? –pregunta Frank.
Les vuelve a llegar tarde; es costumbre en él. Nunca ofrece su casa para jugar ni tampoco trae cerveza o comida para picar. Piensa que es suficiente con su presencia. Les siempre saca muy buenos dados. Es algo que se exige a sí mismo. Suele ganar más partidas que los demás. Desde principios de marzo hasta principios de diciembre va sin casco con una moto de mil centímetros cúbicos. Los demás le siguen invitando a jugar pese a ser un rata porque se le da realmente bien; no dejarle jugar sería de cobardes. Pero Frank ha soñado que la moto de Les patinaba con el hielo de la carretera y que su cabeza desprotegida daba botes felizmente por la autopista.
Les y Pam llegan a la vez, aunque no han venido juntos. Les se peina el pelo hacia atrás; recuerda a las alas de Mercurio. Así como a Les le siguen invitando porque, de todos, es el que mejor juega, a Pam –que es, con diferencia, la peor de todos– la invitan siempre porque trae de todo y es muy guapa. Tiene unos hermosos ojos verdes, un pelo largo, rizado y castaño, y unos enormes pechos enfundados en un amplio jersey. Suele ser la última en llegar y la primera en perder todos sus ejércitos y ser eliminada. Lleva jugando durante un año y sigue sin tener ni idea de cómo funciona el juego. Trata de tomárselo con humor. Siempre trae una enorme bolsa de pretzels y dos paquetes de seis cervezas cada uno. Siempre es bien recibida. Juega con el ejército rosa. 
Pam está enamorada de Nolan. Intenta cruzar una mirada con él mientras le da a Owen la bolsa de comida y cerveza. Pam sólo estuvo con Nolan aquella noche. Está grabado a fuego en su memoria: la carrera que se marcaron entre los dos, abriéndose paso entre las ramas bajas de los árboles hasta llegar al sótano de Nolan; el rato que pasaron juntos allí; su mujer a punto de pillarlos... Se conocieron en una de estas reuniones y estuvieron saliendo durante un año; la presencia de Nolan la animaba a seguir viniendo pese a que enseguida se dio cuenta de que el juego se le daba fatal y que nunca se le daría bien. Le gustaban su cuerpo musculoso y sus ojos de color azul oscuro y ese aire intelectual que le daban sus gafas. Pero está casado con una mujer que se llama Beth. Pam había coincidido con ella en una ocasión: era una mujer tímida, alta…, no era ni guapa ni fea. Había jugado con ellos en contadas ocasiones, incluso llegó a ganar una vez.
Pam supo desde el primer momento que Nolan se sentía atraído por ella. Se dio cuenta, hace mucho tiempo, que la mayoría de los hombres se sienten atraídos por ella. Se habían tomado un café juntos a plena luz del día; más adelante, salieron a comer a escondidas de los demás; y, por último, ese mismo día se tomaron un par de copas y tuvieron un encuentro furtivo en casa de Nolan, en la puerta trasera del sótano. Pam se sienta en su sitio de la mesa. Nolan no le dirige la mirada. Los pensamientos de Pam se sumergen en fechas y en sus reglas a medio recordar. No había usado métodos anticonceptivos. Había echado cuentas y estaba a salvo, pero no estaba plenamente convencida.
Una vez preparados, Owen agita los dados en su mano, le da un sorbo a su cerveza, una calada a su cigarrillo y observa. Frank dispone sus veinte ejércitos rojos en cinco filas ordenadas de cuatro. Alice se ha liado un porro del tamaño de su dedo meñique y ha acercado una cerilla a uno de sus extremos enrollados. Un humo grisáceo flota por encima de sus cabezas. Una pepita explota y Pam salta del susto y, después, se empieza a reír. Nolan hace una mueca de extrañeza.
Les cuenta sus veinte ejércitos verdes. Está tranquilo. Había ganado las dos últimas veces que quedaron para jugar. Sonríe maliciosamente: siente lástima por aquellos que no van a tardar en sucumbir ante sus tácticas.
–¿Compraste las acciones de las que te hablé? –le preguntó a Owen.
–No me llega el dinero, Les.
–Consíguelo. Yo empecé con muy poco y me estoy forrando –hizo una pausa para rechazar el porro que le estaba ofreciendo Alice–. La bolsa es un lugar estupendo para tu dinero.
–A mí me gustan los bancos –dice Frank.
–Los bancos son para los perdedores –proclama Les.
–Son más seguros –dice Frank.
–¿Y qué? Hay que ir a por los grandes rendimientos de la economía. La mayoría de la gente no es tan cobarde como tú, Frank.
Owen, que, como anfitrión, se esfuerza por mantener la calma entre los jugadores, dice tímidamente–: Sigue sin llegarme el dinero.
Les se encoge de hombros. ¿Qué otra cosa va a hacer?
–Que comience la carnicería –dice.
Sobre la mesa ruedan dos dados rojos; cada jugador lanza los dados para ver quién empieza. Los cuarenta y dos territorios del mundo se dividirán a partes iguales entre los seis jugadores, pero el jugador que empiece será el primero en coger tres cartas (por cada territorio conquistado te corresponde una carta). Nolan saca la máxima puntuación: un diez. Owen sonríe y reparte las cartas. Discuten sobre las reglas en cuanto al reparto de territorios. Cada carta representa un territorio que un jugador ocupará pronto con alguno de sus ejércitos. Los jugadores dan la vuelta a sus cartas sobre la mesa, las colocan entre sus manos, piensan en sus estrategias.
Les le ha tocado Nueva Guinea que, para él, es el trampolín que le llevará a Australia. Coloca todos sus ejércitos disponibles allí.
–Una clara señal para los que estén allí abajo –dice Nolan–. Les ya va a por su primer continente.
Les sonríe complaciente.
Los siete territorios de Alice están repartidos por todo el mundo. Le da una calada a su porro y estudia sus posibilidades. Sabe que, con seis jugadores de por medio, uno o dos caerán a la primera de cambio. Un jugador que no tenga una buena base será liquidado en poco tiempo de una sola vez. Cuatro de sus territorios están en Asia, que es un continente demasiado grande como para poder controlarlo por mucho tiempo. Mientras piensa, siente que flota sobre la silla; siente, al elevarse, cómo la planta de su pie toca la silla. Durante su estancia en el techo, se le escapa una risa que la impulsa otra vez hacia abajo. Nadie se dio cuenta de su breve ascensión. Estaban demasiado concentrados en la incipiente guerra. Bebe un poco de vino y toma una decisión. No le gusta Les cuando juegan y Alice controla Siam. Es la puerta a Asia desde Australia, que Les no tardará en controlar. Coloca todos sus ejércitos en Siam.
Les le dirige una mirada incisiva. A Alice le encanta cuando provoca esa mirada en él. Les tiene los ojos verdes, no tan verdes como el color con el que está jugando, sino verdes como los billetes sucios de dólar. Son unos ojos tan frívolos, brillantes y calculadores. Espera ganar; esa actitud irrita a Alice soberanamente. Es posible que Les gane esta noche, pero antes tendrá que luchar contra ella.
Nolan ha estado desplegando sus ejércitos entre Centroamérica y Groenlandia, a modo de preparativo para ocupar Norteamérica. Al ver el emplazamiento de las tropas de Alice, anuncia–: Un río de sangre se avecina en Siam.
–Ya estoy lista –dice AliceLes bebe un trago de su copa de vino.
–Tal vez Les quiera invertir en bolsas para cadáveres –dice Frank.
–Ya estoy lista –repite Alice.
Entre tanto, lo único que Owen es capaz de escuchar es a su mujer moviéndose en la habitación que está más cerca de la cocina. Se ha ido ahí para leer algún libro o el periódico de la tarde. Hace el mismo ruido que un pájaro revoloteando en su jaula. Le gustaría que saliese de su habitación, que mirase cómo juegan, que se tomase una copa de vino o una cerveza. Una hora antes de que llegasen los jugadores, hablaron sobre tener otro hijo. Había pasado más de un año, ambos acababan de cumplir treinta años..., no encontrarían un momento más idóneo. Pero ella fue incapaz de darle una respuesta. Se guardó para ella su tristeza y su voluntad.
Por la rendija inferior de la puerta Owen puede ver que la luz de la habitación de al lado está apagada. Escucha a Eileen cambiarse a la habitación más alejada de la cocina, lejos de él; le parece escucharla mudarse lejos, no está seguro, ya que el ruido del conflicto bélico que hay a su alrededor no le deja escuchar bien.
Owen tiene Egipto, Norteamérica y Madagascar, y está encantado. Pronto controlará el continente africano. No será uno de los primeros jugadores eliminados; el anfitrión se sienta, se termina su bebida y piensa.
–¡Genial! Todo el Oriente Medio para mí –dice Frank, lleno de alegría, mientras coloca ahí todos sus ejércitos. No tiene otro sitio donde ir. El resto de sus ejércitos están repartidos en cada continente, y no merece la pena.
–Oriente Medio es el territorio alrededor del cual gira el mundo.
Frank está intentando autoengañarse –dice Les.
–El pobre imbécil no tiene nada más que Oriente Medio –dice Alice.
–Aún le queda petróleo –responde Frank.
Pam posee Brasil y Venezuela, las puertas de entrada y de salida de Sudamérica. Reparte sus ejércitos entre los dos territorios.
–Buena táctica –le dice Nolan. Pam lo mira para ver si le está tomando el pelo, pero sus ojos huyen de los suyos.
El mundo está lleno de ejércitos de colorines listos para la contienda. Empieza Nolan. Tras colocar sus tres ejércitos adicionales que le corresponden a cada jugador por cada turno, ataca al único ejército de Les en el territorio del noroeste, pierde un ejército en la avanzada y después pierde otro expulsando a Owen de Alaska.
–No siempre es fácil –dice Nolan, que ahora controla las tres rutas de entrada y salida de Norteamérica. Coge su carta. Es el turno de Frank.
–¿Corro peligro? –pregunta Owen.
        –Tal vez –dice Frank mientras coloca sus tres ejércitos adicionales en Oriente Medio.
–Lo digo porque quiero ir al baño.
–Y yo sólo quiero una carta –le contesta Frank.
Owen se levanta y se marcha de la cocina. Si no obtiene una respuesta clara, que se esperen. Eileen está en su habitación. Está tumbada contra la cabecera de la cama, leyendo; levanta la cabeza casi con recelo cuando aparece su marido.
–¿Quién va ganando? –le pregunta.
–Acabamos de empezar. ¿Por qué no sales y saludas? Tómate un poco de vino.
Su mujer niega con la cabeza. Su pelo es una densa ola de caramelo que corre por su rostro. Su cara es fina y ovalada. Owen puede leer en sus ojos que teme que le den las peores noticias en cualquier momento.
–Tendría que volver a vestirme –le explica. Está lista para irse a dormir: con un camisón de franela abrochado por delante y atado con un lazo en la base del cuello. Es ahí donde Owen le da un beso. Después va al baño antes de volver a la cocina. En el camino de vuelta a la cocina, le echa un vistazo a la segunda habitación de la casa, pero, en su lugar, se obliga a pensar en mantener a salvo África.
Frank se ha lanzado directamente a por el sur de Europa, ha cogido su carta, se ha reagrupado en Oriente Medio y ha finalizado su turno. Les ha ocupado Australia. Sus ejércitos esperan agrupados en Indonesia, a lo largo de una estrecha masa de agua azul marino, a que venga el ejército siamés de Alice.
–El mundo está tomando forma –señala Owen.
Les nos sugiere a todos que invirtamos en filatelia –dice Frank.
–Es ilegal en este Estado –dice Alice.
Owen no dice nada. No se va a sentar todavía; no, hasta que no sea su turno. Se siente incapaz de perder la partida. Esto nunca había supuesto un problema para él. Pero esta noche, en cambio, le resulta molesto.
En lo que Owen sirve vino y cerveza y abre la bolsa de pretzels de Pam y los pone en un cuenco –actuando con toda la formalidad propia de un buen anfitrión–, Pam toma el control de Sudamérica. Tanto ella como Les controlan un continente, aunque son los dos continentes más fáciles de conquistar y de mantener, de ahí que sólo reciban dos ejércitos por turno en lugar de tres.
Alice coloca sus tres ejércitos adicionales en Siam. Mira a LesAlice levanta su ceja izquierda, hace preguntas. Él se encuentra con su rostro inexpresivo. Alice se da cuenta de que se ha picado. La arrogancia de sus ojos verdes como el dinero se lo han dicho.
Decide que todavía no es el momento de atacarlo. En su lugar, ataca a Nolan por la India y después se repliega otra vez en Siam.
–Comprad bolsas para cadáveres –suelta Frank de una vez por todas–. Comprad acciones de la Cruz Roja.
Owen se sienta en su sitio–: ¿Quién tiene los dados calientes? –pregunta
–Lo cierto es que nadie –informa Nolan–. Aún es demasiado pronto.
Les sugiere que invirtamos en numismática –dice Frank.
Owen lanza los dados contra Pam y ocupa el Congo. Sus ejércitos avanzan, en el sur, hacia África y, en el norte, hacia el este de África. En pocos movimientos, África es suya. Llega a la conclusión de que son pocos los ejércitos que ha repartido en África como para mantenerla bajo su dominio, pero, al menos, tiene un continente.
Le toca a Nolan otra vez y es incapaz de recordar qué es lo siguiente que va a hacer. El rostro de Beth se le aparece encajado en el voluptuoso cuerpo de Pam. Se agita en su silla y trata de concentrarse. Debe reforzar Norteamérica. Lo que cambian las cosas en tan poco tiempo: en un minuto se estaba tomando una cerveza con Pam y al siguiente habían tomado esta peligrosa decisión y se encontraban aparcando el coche de Pam a una manzana de la casa de Nolan. Abriéndose camino por el césped, entre las sombras de las casas, lo único en lo que podía pensar Nolan era en que alguien los viera. Todas las hojas de los árboles se habían caído; y eso que estaban en verano. Llevaba a la chica agarrada de la mano. Entraron en el sótano por la puerta trasera y se desnudaron bajo una tenue luz. Pam sabía a cerveza sin gas cuando Nolan la besó por primera vez. Las campanas del reloj sonaban en el piso de arriba; Nolan las contó mientras besaba la tripa de Pam: eran las cinco, tenían una hora antes de que Beth llegase a casa.
–¿A quién le toca? –pregunta sutilmente Les. La mente de Nolan regresa otra vez al juego. El mundo se extiende ante él. La chica sigue mirándolo; si Pam no se corta un poco, acabará por descubrirlo todo. Nolan juega con el ejército azul. Se sintió sexualmente atraído por Pam desde el primer momento en que la vio: fue pura química sexual. Ni siquiera le hizo falta que Pam abriese la boca. Es más, Nolan prefería incluso que no lo hiciera. Los trapos sucios de su vida con Beth no eran de incumbencia de PamNolan no sabía nada de la vida de Pam, tan sólo que se le daba fatal este juego. Durante sus primeros encuentros, Nolan rellenaba los silencios incómodos contándole cosas de su vida. Nunca pensaba en Beth durante esos encuentros; existía en un plano diferente. Encontró sorprendentemente sencillo pedirle a Pam que hiciese una carrera hasta el sótano con él. Era lo único que quería saber de ella. Tuvieron que encontrarse a la vista de todo el mundo y corriendo, para que Nolan se diese cuenta de la locura que estaba cometiendo.
Y, después de haber estado en el sótano durante tan sólo veinte minutos, agotados y sentados bajo un incómodo silencio, se abrió una puerta sobre ellos y los tacones de Beth sonaron alegremente por toda la casa, sobre sus cabezas.
Nolan –gruñó Les–, acabamos de empezar el juego, es demasiado pronto para pensárselo tanto.
–La conciencia te reconcome –dice Frank.
Nolan mira a Pam y su mente se pierde en el pasado. Esperaron juntos en el sótano como vulgares ladrones. El espectacular cuerpo de Pam se había convertido ahora en una pesada carga que tenía que sacar de allí por su propia seguridad. Escuchó que su mujer subía por las escaleras al piso de arriba y la noche era espesa. Así que salieron a hurtadillas del sótano y volvieron al coche de PamPam lo llevó adonde Nolan había dejado su coche. Ninguno de los dos dijo ni una sola palabra, puede que su mujer los escuchase. Nolan respiró profundamente para tranquilizarse. Mientras se alejaban, miró hacia atrás en dirección a la casa y, en el cuadro luminoso de la ventana del cuarto del segundo piso, le pareció que la figura de una mujer los estaba mirando. Pero había perdido sus gafas durante la consumación del adulterio. Estaba conduciendo a ciegas. Tenía que tener mucho cuidado. En casa se puso un par de repuesto y procedió a una inspección rápida y superficial del sótano. Nada. Las gafas habían desaparecido. Estarían enterradas en alguna parte, igual que en un campo de minas. Podría pisarlas en cualquier momento y fastidiarlo todo. Beth, entusiasmada por verlo, lo desnudó y lo arrastró a la cama con ella. Nolan le dijo que no tenía tiempo, pero ella insistió; Nolan no notó nada extraño en su comportamiento, ni parecía saber lo que acababa de hacer, ni en lo que acababa de convertirse.
–Como anfitrión, Nolan, tengo el deber de decirte que, si no haces ningún movimiento, perderás el turno.
Nolan coloca sus tres ejércitos adicionales en Alaska. Conquista desde Quebec hasta Groenlandia, que estaban en manos de Les, le coge su carta y se sienta. Pam está un poco decepcionada. Con todo el tiempo que había estado pensando, esperaba de Nolan una jugada más épica.
–Buena jugada –dice Les, que se había picado.
–Jódete.
Frank sigue reforzando con más ejércitos el Oriente Medio.
–No dejes que Owen se haga con África –dice Les.
–Tú siempre metiendo cizaña –dice Owen con tono simpático. Sin embargo, la posibilidad de que le ataque acelera su ritmo cardíaco. Egipto y el este de África están estratégicamente bien protegidos y si Frank decidiera atacarlos no supondría un problema. Para la siguiente ronda, Owen estará mejor fortificado. Si sobrevive a este turno, África será suya, probablemente durante toda la partida, con sus tres ejércitos adicionales por turno. Frank tiene el poder de momento y los dados de Owen le juegan a veces una mala pasada.
Frank ataca a Owen por el este de África. África cae al salir dos seises en los dados. Les, metiendo aún más cizaña, dice–: Lo tienes a huevo para tomar un atajo por el norte de África y quitarle Sudamérica a Pam.
–No, gracias –dice Frank. Hay demasiados ejércitos en el norte de África y Brasil. No le interesa–: Soy conformista, no conflictivo –dice y sitúa la mitad de sus ejércitos de nuevo en Oriente Medio.
Les sacude a Alice por los hombros, que fingía haberse dormido.
–¿Sigues viva? –le grita al oído–. ¿Aún te quedan neuronas en el cerebro para seguir jugando?
Alice redondea sus labios como si fuera a darle un beso, pero, en su lugar, le escupe una bocanada de humo en su cara.
–Ya voy –dice cuidadosamente desde el techo. Estas dos palabras, que caen sobre Les, tiran de ella como si fuesen anclas. Se agarra con una de sus piernas a una de las patas de la mesa para mantener el equilibrio y la pata de la mesa empieza a agitarse con movimientos convulsivos.
–¡Mierda! Está intentando seducirme para ponérselo fácil en Siam, ¡pero no le va a funcionar! –grita estentóreamente Les.
Se deshace de Alice, que había enrollado su pierna en la de LesAlice se sujeta al borde de la mesa, no sea que vuelva a salir flotando. Empieza a sentir náuseas. Se lleva la mano a la boca y trata de concentrarse.
–No tiene buena cara –le dice Les a los demás, señalando a Alice.
–No vale vomitar en el mundo –advierte Frank–. Si no te gusta tu situación, compórtate como un hombre y aprende a vivir con ello.
Les pone tres ejércitos en Indonesia y dos en Ucrania. Decide que no tiene ninguna prisa. Que las cosas vengan por sí mismas. Lanza los dados y saca un seis. Consigue una carta de otro punto del globo.
–Oh, no... –dice Frank.
–Le has sacado partido a ese seis.
–Aún es pronto para cantar victoria –les dice Alice con una sonrisa de oreja a oreja.

El mundo desaparece y aparece constantemente de la vista de Owen. Es un buen anfitrión: saca panchitos y bocadillos de jamón, vacía ceniceros, abre cervezas, sirve vino... Derrama algunas gotas en los océanos y en las llanuras de Asia. Los jugadores gruñen y se quejan. «¡Una ballena surcando los mares en medio del Atlántico!», «¡un submarino que se dirige hacia el sur!»... Se excusa un momento. La luz de la habitación de su mujer está apagada. Es la una de la madrugada y Eileen duerme envuelta entre las sábanas como si fuera un cigarrillo.
Vuelve a pasar por la segunda habitación de la casa y decide entrar. Habían desmontado enseguida la cuna. Incluso transcurrido un año, las cuatro marcas donde las ruedas hacían presión aún se veían en la alfombra; eran como los agujeros de cuatro estacas que delimitaban con precisión una parcela de tierra. La niña era tan ligera y había estado en casa durante tan poco tiempo..., parece sorprendente que hubiese hecho tanta mella.
Había una lámpara de noche en uno de los enchufes de la pared. Puede que su mujer se olvidase de ella cuando ordenaba la habitación. Tal vez no tuviera el valor de mirar hacia abajo. Owen se arrodilla junto al aparato y lo desenchufa. Tenía la forma de la cabeza de un ratón, con una cara blanca que brilla, orejas negras y redondas, ojos de roedor de dibujo animado..., lo cierto es que era una imagen algo inquietante. Era como la cabeza de un pequeño fantasma flotando sobre el suelo. No es lo más apropiado para un bebé. ¿Se habría muerto del susto?
Owen vuelve a la cocina. Sin África, ya no hay nada que hacer, y el juego se ha convertido más en una obligación. No tardarán en eliminarle. Frank ya se ha marchado. Les ha acabado con él en el frente de Ucrania, consiguiendo así más cartas y trasladando algo de la tensión que se estaba respirando en el foco situado entre Siam e Indonesia. Frank había tardado demasiado en tomarse en serio este ejército desplegado en Ucrania y, ahora, se ha marchado de casa. Nadie sabe qué ha sido de él.
Pam ha echado raíces en Sudamérica. Los últimos ejércitos de Owen le bloquean el paso al norte de África. Nolan tiene un frente importante en Centroamérica. Dirigirá sus tropas contra ella en Venezuela.
El río de sangre entre Alice y Les está a punto de estallar.
–Muy pronto no te quedará más remedio que venir a por mí –dijo Alice lanzándole una pullita–. Nolan está reclutando un ejército muy poderoso.
–No le falta razón –dice Owen. Desea que acabe cuanto antes la partida para mandar a sus invitados a su casa.
La puerta se abre. Frank ha vuelto.
–¿Dónde estabas?
–Vagando desnudo por la calle –responde Frank. Nadie le hace caso. Nolan está atacando a Pam. Ha ido a por ella en Venezuela porque es el paso más seguro a esas alturas del juego y, también, porque quiere que se largue. Suele marcharse a su casa después de perder. Las otras noches le daba pena que se fuera, pero ahora estaba avergonzándolo. Teme que se le escape algo o que se ponga a llorar. No deja de mirarlo.
Nolan tira los dados y Pam aguarda. Si la mirase, podrían llegar a un entendimiento, pero sus ojos permanecían fijos en el tablero donde caerían los dados de Pam.
–Vamos, vamos –dice Nolan impaciente.
Pam lanza los dados y pierde dos ejércitos.
–No dejes que abuse de ti –dice Alice.
–No pasa nada –dice Pam con toda la dulzura del mundo. Pam cree que en nada se pondrá a llorar. Las cosas no van bien.
–¿Quieres hacer el favor de tirar los dados? –le pregunta insistentemente.
Pam lanza los dados sobre el tablero. Sigue con la mirada los dados a través de sus ojos empañados en lágrimas y ve dos seises, que, mediante un examen más detallado, se convierten en dos cuatros. Sus lágrimas hacen que los agujeros de los dados se vean doble. Aún así, dos cuatros son suficientes como para derrotar a un par de ejércitos de Nolan, que saca solamente un tres.
–¡A por él! –la anima Alice.
Pero no son más que dados; Les es el único que ha conseguido doblegar las almas de esos cubos caprichosos. Los ejércitos de Pam caían como moscas hasta desaparecer por completo. Se sentía completamente indefensa y estúpida. Había perdido otra vez. Le da sus cartas a NolanNolan las cambia por más ejércitos y, sin decir palabra, ataca a Owen por Norteamérica. Pam contempla la jugada sin ninguna expresión. Podría abrir la boca y contarle a todo el mundo el encuentro que tuvo con Nolan no hace mucho. Guarda esta información como un hacha de doble filo que crece en su interior por no utilizarla.
Pam coge su vaso vacío y lo lava en el fregadero. A su espalda, se escucha cómo Nolan acaba completamente con Owen.
–Perdonadme si no me quedo hasta el final –dice.
Owen se levanta y se mete las manos en los bolsillos de sus pantalones.
–No te reprocho que te marches –dice–, yo también me estoy aburriendo.
–Esa es la típica letanía de los primeros en perder –le hace observar Les secamente.
Owen sonríe y descuelga del perchero el abrigo de Pam y la ayuda a ponérselo. La acompaña hasta el coche.
–Gracias por venir –dice Owen. Le gusta estar afuera, lejos del humo y de la sed de sangre. La grava blanca del sendero de su casa brilla. Parece como si quisiera nevar. Coge las llaves de Pam con toda la educación del mundo y, después de que Pam le indique cuál es su coche, abre la puerta. Owen la ayuda a meterse dentro del coche y le da un beso de buenas noches. Ella le da a él un par de gafas.
–Pertenecen al que está jugando con el ejército azul –dice–. Me he encontrado hoy con él en el centro de la ciudad y nos hemos tomado un café juntos y se las dejó por error.
Estas palabras le pillan a Owen por sorpresa; lo único que se le ocurre decir es–: Vale.
Owen se queda un rato fuera después de que Pam se haya ido. Como el coche de Nolan no está cerrado con llave, le deja las gafas en el salpicadero. No tiene ningún interés por conocer la verdad sobre cómo llegaron a las manos de Pam. Vuelve a casa y entra por la puerta principal. Escucha las voces de los jugadores en la cocina, el fatigosos zumbido de un reloj digital. A través de los oscuros pasillos de la casa, moviéndose con la libertad que le dejaba el hecho de que sus invitados creyesen que todavía seguía fuera, Owen se desliza a la habitación donde duerme su mujer. Está envuelta en sábanas y duerme plácidamente. Ahora entiende por qué el juego no le ofrecía nada; se trataba de un hecho sin ninguna importancia. Cuando Owen levanta las sábanas para hacerse un hueco, despierta a Eileen, que se revuelve medio dormida en la cama. Owen le desabrocha el camisón y trata de abrirse camino entre las aletargadas manos de su mujer. Le da un prolongado beso en su agridulce boca. Eileen articula vagamente una palabra, pero Owen no le hace caso. Si se lo permite, apagará su deseo.
–¿Y tus amigos? –le susurró suavemente al oído.
–Siguen en la cocina. Pronto terminarán la partida.
–No estás siendo un buen anfitrión. –Owen se alegró de una manera inimaginable cuando escuchó ese tono burlón en su voz. Eileen lo abrazó.
–Creen que sigo fuera –susurra–. Así puedo estar en dos sitios a la vez.
Eileen lo besa en el cuello. Ambos caminan juntos: Owen, con cuidado, sorteando los oscuros abismos de la memoria por los que debe llevar a su mujer. Ella avanza sobre un hermoso sendero esponjoso que su marido va ensanchando lentamente.

–Ataco Siam desde China –dice Les.
–Dame los dados, por favor –dice AliceFrank le pasa los dados, blancos como los huesos–. Igualitos que una calavera –dice–: con sus veintiún agujeros hechos con la lanza.
–Ataco Siam desde China –repite Les.
–Un movimiento de pinza –anuncia Nolan.
–Pinza sus movimientos y no tendrá escapatoria –dice Frank.
Les ha creado un segundo frente en China, de tal manera que pueda atacar los ejércitos siameses de Alice tanto desde el norte como desde el sur. Lanza los dados con la misma técnica de siempre: tres sacudidas en su mano izquierda y, después, lanza los dados sobre el tablero con una suave y mimosa caricia, como si los dados fueran de cristal y pudieran romperse. Su secreto es tratar bien a los dados para que luego ellos le correspondan con el mismo cariño. Reveló este secreto en una ocasión que se encontraba borracho y con la lengua suelta; como castigo, sufrió siete juegos seguidos de dados fríos.
Ataca a Alice desde China: es una maniobra de preparación. Alice no teme la derrota. Les puede ver en su demacrada cara que ha tenido suficiente: suficiente hierba, suficiente de la compañía de sus colegas, suficiente de este juego. Está cansada y ansiosa por volver a su casa.
–¿Dónde está Owen? –pregunta Nolan.
–Ha ido a acompañar a Pam a su coche –dice Frank.
–De eso hace ya media hora.
–¿Y qué? –pregunta Les, nervioso por hacerle perder la concentración–. Ve a buscarlo si tan preocupado estás por él, pero cierra el pico.
–Joder, Les, eres un tipo de lo más simpático –dice Frank.
–Tú calla.
–Vamos, Les –se queja Alice–. Tira de una vez los dados, quiero irme a casa.
–La noche se está diluyendo en un mar de malos efluvios  –dice Frank–. ¿Por qué siempre tiene que pasar lo mismo? Igual que en el amor...
–Cállate, Frank.
Nolan se encuentra en la ventana, apoyando sus manos en el cristal para que no refleje la luz y ver a través de él. El manillar de la moto de Les brilla. Puede ver el coche de Alice, el suyo, el coche de Frank... El coche de Pam no está.
–Se han ido juntos –dice.
–¿Quiénes? –pregunta Frank.
Pam y Owen.
–Imposible –dice Alice.
–Interesante –admite Les.
–Su coche no está y tampoco Owen. Se han ido juntos.
–Está casado –dice Frank.
Frank, qué ingenuo eres –dice Alice.
–Y con su mujer al otro lado de la pared –dice Frank–, ¿quién tendría la sangre fría de irse con otra en esas circunstancias?
–Tal vez esté dormida –dice Nolan–. O tal vez Owen se piensa que Eileen cree que sigue aquí con nosotros. Nunca lo vigila. Tal vez pensó que merecía la pena correr el riesgo.
–¿Seguimos jugando o no? –le pregunta Alice a Les. Está inquieto; ha estado pensando en Pam. Sentía algo raro en sus dedos mientras los agitaba entre sus manos, como si sus aristas hubiesen sido cortadas de cuajo o si sus agujeros se hubiesen reordenado. Los dados podían sentir el comportamiento frío de Les, que los había ignorado en medio de una magnífica representación que le estaban dedicando exclusivamente a él. Les tiene miedo de lanzar los dados y, cuando los lanza, sólo saca un uno y un dos. Durante los siguientes cinco minutos, sus queridos dados se comportan fríamente con él, haciéndole perder ejércitos y la confianza. Finalmente, su ejército de China es devastado, mientras que Alice sigue emplazada firmemente en Siam. Aunque Les la superaba en número, el calor de los dados, que hasta ese momento había sido la providencia de Les, favorecía ahora a su nueva amante. De la mano de Alice salen ahora lánguidamente cincos y seises. Ahora Alice se relame los labios y permanece bien atenta al juego. Los dados calientes despiertan la atención de cualquiera. Les aguarda impacientemente al grito de incredulidad de Alice cuando se le acabe la buena suerte y cuando sus dados, despechados, vuelvan a sus manos. Pero nada de esto ocurre. Sus ejércitos caen como moscas. Poco a poco, los ejércitos de ambos se van igualando: Siam e Indonesia; Les deja de contar ejércitos, con la esperanza de que esto enfríe los dados.
–No me siento cómodo sin un anfitrión –dice Nolan, mientras se abre una cerveza. Empieza a echar un vistazo a las facturas que Owen guarda en el mostrador, junto al teléfono.
–Joder, Owen tiene 1 108 dólares en su cuenta corriente –informa a los demás.
–Estate quieto –le regaña Alice.
Les le gusta este giro inesperado; el poco respeto por la intimidad de las personas de Nolan ha sacado a Alice del juego.
–Son muchas las personas que tienen que hacer frente a deudas –dice Les.
–Una factura del teléfono de 79,21 dólares. –Sigue Nolan.
–¿Y si Owen vuelve y te pilla hurgando entre sus cosas? –le pregunta Alice. Aprovechando que Alice no está mirando, Les sopla suavemente los dados en sus manos para enfriarlos.
–Se ha ido con Pam –dice Nolan. Decir esto en voz alta parece convertirlo en un hecho y a la vez le tranquiliza.
–Tira los dados –ordena Les–. Quiero salir de aquí antes de que amanezca. –Está convencido de que los dados han vuelto a él. Alice ha esperado demasiado tiempo para lanzarlos. Ha perdido su favor al ignorar la buena suerte que los dados tan ansiosamente le habían concedido.
–Sigo atacando –le recordó a Alice.
Alice tira los dados, sin dejar de pensar en Owen. La había llamado por teléfono cuando el bebé murió, el teléfono parecía estar a punto de estallar en medio de la noche con el drama. Y cada vez que hablaba con Eileen, Alice era incapaz de hacerlo sin ver el dolor en sus ojos atormentándola constantemente. Sólo más adelante la había visto sonreír. ¿Sería realmente capaz de marcharse con Pam en estas circunstancias?
Les vence a dos ejércitos. Después otros dos.
–Una factura de 177,44 dólares de la compañía del gas.
Alice le gustaría que Owen volviese y pillase a Nolan con las manos en la masa y le prohibiese la entrada a su casa de por vida. Pero no se escucha ni un sólo ruido en toda casa, salvo el que hacen los dados al chocar entre sí. Puede que Owen se haya marchado con Pam; tal vez sea la única solución a estas alturas de la historia. El tipo con el que se ve a escondidas está casado con una dulce mujer de la que dice que no tiene nada interesante que contar. Y eso que Alice nunca se ha considerado particularmente fascinante. El tipo con el que comparte una alquería puso fin a un matrimonio hace muchos años cuando su mujer lo pilló con otra en la tumbona. Alice cree que esto puede serle útil, ya que él, mejor que nadie, lo entendería si alguna vez la pilla a ella.
Les lanza los dados y Alice sucumbe finalmente. Les estaba en lo cierto: ha recuperado el cariño de los dados. Una vez expulsada de Siam, Les sigue teniendo diez ejércitos en Indonesia. Coge las cuatro cartas que le quedan a Alice y, con las cartas ya en sus manos, cambia dos por cuarenta y cinco ejércitos: un enorme ejército verde que coloca con cuidado para luchar contra Nolan mientras sus queridos dados sigan aún calientes. Les llevó una hora más terminar la partida. Los dados vuelven a estar en casa, en las cóncavas manos de Les y, a dos minutos de dar las cuatro, Les se convierte en el ganador por tercera vez consecutiva. Alice y Frank contemplan sentados y en silencio.
–Querido Les –dice Alice, poniéndose de pie y estrechándole la mano–. Enhorabuena, estás que te sales.
–Sí, que se sale... –dice Frank–. Igual que una mala hierba. –Le da la mano a Les. Dobla el tablero de Owen, recoge las cartas y coloca los ejércitos en la caja.
–¿Sabéis si Owen se ha acordado de coger las llaves de casa? –pregunta Nolan.
–Pues no te sabría decir... –dice Les.
–Si cerramos la puerta –dice Frank–, y tiene que llamar a la puerta para entrar, le estaríamos poniendo sin querer en un aprieto. ¿Y si le da un apretón? Un tipo como Owen podría morir de un apretón.
–Que hubiese pensado en eso antes.
–Puede decir simplemente que se le han olvidado –dice Les–. Puede decirle a su mujer que, una vez acabada la partida, salió a desayunar y se le olvidaron.
Alice mete el vino en la nevera y friega los vasos. Dejan encendida una pequeña luz de la cocina.
Los pájaros revolotean fuera, pese a que aún es demasiado pronto y está demasiado oscuro. Los cuatro se encontraban, como si fuesen los ángulos de un cuadrado, en el porche de la casa.
–Alguien ha dicho algo de desayunar –dice Nolan.
Frank hace un gesto con el índice y el pulgar–: Estoy sin blanca.
–Iré a comprar algo –dice Nolan–. Los vencidos irán a comprar con el dinero de las indemnizaciones que les darán los vencedores.
–¡Ja, ja! Que te lo has creído –dice Les.
–Aun así iré a comprar algo.
–Creo que yo paso –dice Alice.
–¿Vas a dejar pasar la oportunidad de comer gratis? –le pregunta Nolan.
–No me siento tan afortunada.
–Tú misma –dice Frank.
Los otros tres del grupo empezaron a hacer planes sin contar con ella. No es que quiera quedarse sola exactamente, pese a que, al final de su trayecto de vuelta a casa, la aguarda un hombre que la ama durmiendo en su cama. Nolan y Frank arrancaron sus coches y se marcharon y ella se quedó allí junto a Les, que se sienta a horcajadas en su moto, mientras se pone sus guantes y la mira:
–Vente con nosotros –le insiste.
Se acerca a él–: Estoy cansada de Nolan y Frank –le da un beso a Les–. ¿No podemos ir a otro sitio tú y yo?
Les se ríe–: Eso sería difícil de explicar. Me marcho y vuelvo a casa casi siempre a horas extrañas e intempestivas. Mi mujer se piensa que me tiro jugando a esto día y noche.
–Cobarde.

El motor de la moto de Les arrancando despierta a Owen. Se deshace cuidadosamente de Eileen, que lo tenía encerrado entre sus brazos; Eileen se revuelve en su cama ligeramente. Pasa el brazo por la cintura de Owen, que está sentado al borde la cama. Sus colegas se habrán ido a desayunar en ese mismo momento. Es tradición después de acabar una partida. Volverán a jugar a la guerra por la noche. Se contarán historias y extenderán rumores. A Owen le encantaría ir con ellos, pero no se atreve.

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