Riesgo
Charles Dickinson
Esta
noche le toca a Owen ser el anfitrión. Cuando lava los vasos, los lanza al
aire, emitiendo un ligero resplandor a la luz de su lámpara. Cazarlos al vuelo
le deja patidifuso.
Frank
es el primero en llegar. El siguiente es Nolan. Aquella noche, cuando Frank
llevaba la colada a las lavadoras situadas en el sótano de su apartamento, se
dio cuenta de que se había vestido con la ropa sucia del día anterior; una vez
cargada la lavadora, con el detergente en su justa medida e introducido el
dinero en la máquina, metió la ropa que llevaba puesta y, completamente
desnudo, se subió a su piso. Se detuvo un momento para leer la etiqueta del
extintor de incendios. Los ruidos del edificio le pusieron el corazón a mil
revoluciones por minuto. Cuando se reúne con sus amigos para jugar al juego de
la conquista del mundo, Frank escoge
siempre el ejército rojo.
Escuchan
llegar a Alice cubierta totalmente de grava. Tras treinta y cinco kilómetros de
carreteras secundarias recorridas en menos de veinte minutos, se ha convertido
en el Gólem. Vive con un hombre al que conoce desde hace siete meses; han
alquilado una alquería de unas cuarenta hectáreas. Es un tipo que cuida muy
bien de su jardín; es un auténtico manitas, de buen corazón y barba poblada,
que toca el banjo de manera profesional. Además, es un anfitrión bastante
agradable cuando les toca jugar en su casa. Adora a Alice, pero ella sigue
saliendo a escondidas con otro hombre. La mitad de sus compromisos y motivos
que la mantienen fuera de casa se los inventa. Este otro tipo la trata como a
una niña pequeña, burlándose de ella cuando no sabe algo o hiriendo sus
sentimientos, algo que a ella –contra toda lógica– le encanta. Es todo lo
contrario al hombre que tiene en casa. Alice juega con el ejército
negro.
El
mundo yace sobre la mesa de la cocina de Owen. Una luz amarilla se abre paso
entre las primeras bocanadas de vaporoso humo de la noche. Los seis continentes
del juego –América del Norte y del Sur, África, Asia, Europa y Australia– no
están dibujados exactamente igual a cómo son en la vida real. Cada continente
está formado por territorios que, dentro de poco, estarán infestados de
ejércitos y de dados, y sobre los que se desatará la guerra.
Owen
le sirve una cerveza a Frank. Owen les invita a su casa tantas veces
como le resulta posible; si por él fuera, jugaría tres o cuatro veces a la
semana. Las reuniones con sus amigos le agradan y le dan vida a la casa. El
humo lima asperezas. Intenta convencer a su mujer, Eileen, para que juegue, pero
se niega. Se cierra en su habitación. Ninguno de los jugadores insiste para
evitar una situación incómoda.
Owen
baraja las cartas con un vaso de cerveza a un lado y un cigarrillo en un
cenicero al otro. Alice entra en la cocina y descubre sus
vidriosos ojos.
–Hola
–dice.
–Habla
por ti –dice Frank.
Nolan, que ha
llegado con un humor de perros, dice–: Los motoristas del país están a salvo
durante unas pocas horas.
Alice cuelga
su abrigo en el perchero junto a la puerta. Saca sus bártulos del bolso y los
coloca con cuidado en su sitio de la mesa.
–Hay
vino en la nevera –dice Owen–. Te lo traigo en un momento. –Lanza los dados
sobre el rostro del mundo. Un par de cincos y un seis.
–¡Vaya!
–dice Alice–. Estás de racha.
–Quiero
uno de esos durante toda la noche.
–¿Quién
vuelve a llegar tarde? –pregunta Frank.
Les
vuelve a llegar tarde; es costumbre en él. Nunca ofrece su casa para jugar ni
tampoco trae cerveza o comida para picar. Piensa que es suficiente con su
presencia. Les siempre saca muy buenos dados. Es algo que se exige a sí mismo.
Suele ganar más partidas que los demás. Desde principios de marzo hasta
principios de diciembre va sin casco con una moto de mil centímetros cúbicos.
Los demás le siguen invitando a jugar pese a ser un rata porque se le da realmente
bien; no dejarle jugar sería de cobardes. Pero Frank ha soñado que la moto de Les patinaba con el hielo de la
carretera y que su cabeza desprotegida daba botes felizmente por la autopista.
Les
y Pam llegan a la vez, aunque no han venido juntos. Les se peina el pelo hacia
atrás; recuerda a las alas de Mercurio. Así como a Les le siguen invitando
porque, de todos, es el que mejor juega, a Pam –que es, con diferencia, la peor
de todos– la invitan siempre porque trae de todo y es muy guapa. Tiene unos hermosos
ojos verdes, un pelo largo, rizado y castaño, y unos enormes pechos enfundados
en un amplio jersey. Suele ser la última en llegar y la primera en perder todos
sus ejércitos y ser eliminada. Lleva jugando durante un año y sigue sin tener
ni idea de cómo funciona el juego. Trata de tomárselo con humor. Siempre trae
una enorme bolsa de pretzels y dos paquetes de seis cervezas cada uno. Siempre
es bien recibida. Juega con el ejército rosa.
Pam está
enamorada de Nolan. Intenta cruzar una mirada con él mientras le da a Owen la
bolsa de comida y cerveza. Pam sólo
estuvo con Nolan aquella noche. Está grabado a fuego en su memoria: la carrera
que se marcaron entre los dos, abriéndose paso entre las ramas bajas de los
árboles hasta llegar al sótano de Nolan; el rato que pasaron juntos allí; su
mujer a punto de pillarlos... Se conocieron en una de estas reuniones y
estuvieron saliendo durante un año; la presencia de Nolan la animaba a seguir
viniendo pese a que enseguida se dio cuenta de que el juego se le daba fatal y
que nunca se le daría bien. Le gustaban su cuerpo musculoso y sus ojos de color
azul oscuro y ese aire intelectual que le daban sus gafas. Pero está casado con
una mujer que se llama Beth. Pam había
coincidido con ella en una ocasión: era una mujer tímida, alta…, no era ni
guapa ni fea. Había jugado con ellos en contadas ocasiones, incluso llegó a
ganar una vez.
Pam supo
desde el primer momento que Nolan se sentía atraído por ella. Se dio cuenta,
hace mucho tiempo, que la mayoría de los hombres se sienten atraídos por ella.
Se habían tomado un café juntos a plena luz del día; más adelante, salieron a
comer a escondidas de los demás; y, por último, ese mismo día se tomaron un par
de copas y tuvieron un encuentro furtivo en casa de Nolan, en la puerta trasera
del sótano. Pam se sienta en su sitio de la mesa.
Nolan no le dirige la mirada. Los pensamientos de Pam se sumergen en fechas y en sus reglas a medio
recordar. No había usado métodos anticonceptivos. Había echado cuentas y estaba
a salvo, pero no estaba plenamente convencida.
Una
vez preparados, Owen agita los dados en su mano, le da un sorbo a su cerveza,
una calada a su cigarrillo y observa. Frank dispone
sus veinte ejércitos rojos en cinco filas ordenadas de cuatro. Alice se
ha liado un porro del tamaño de su dedo meñique y ha acercado una cerilla a uno
de sus extremos enrollados. Un humo grisáceo flota por encima de sus cabezas.
Una pepita explota y Pam salta del susto y, después, se
empieza a reír. Nolan hace una mueca de extrañeza.
Les cuenta
sus veinte ejércitos verdes. Está tranquilo. Había ganado las dos últimas veces
que quedaron para jugar. Sonríe maliciosamente: siente lástima por aquellos que
no van a tardar en sucumbir ante sus tácticas.
–¿Compraste
las acciones de las que te hablé? –le preguntó a Owen.
–No
me llega el dinero, Les.
–Consíguelo.
Yo empecé con muy poco y me estoy forrando –hizo una pausa para rechazar el
porro que le estaba ofreciendo Alice–. La bolsa es un lugar
estupendo para tu dinero.
–A
mí me gustan los bancos –dice Frank.
–Los
bancos son para los perdedores –proclama Les.
–Son
más seguros –dice Frank.
–¿Y
qué? Hay que ir a por los grandes rendimientos de la economía. La mayoría de la
gente no es tan cobarde como tú, Frank.
Owen, que, como
anfitrión, se esfuerza por mantener la calma entre los jugadores, dice
tímidamente–: Sigue sin llegarme el dinero.
Les se
encoge de hombros. ¿Qué otra cosa va a hacer?
–Que
comience la carnicería –dice.
Sobre la mesa
ruedan dos dados rojos; cada jugador lanza los dados para ver quién empieza.
Los cuarenta y dos territorios del mundo se dividirán a partes iguales entre
los seis jugadores, pero el jugador que empiece será el primero en coger tres
cartas (por cada territorio conquistado te corresponde una carta). Nolan saca
la máxima puntuación: un diez. Owen sonríe y reparte las cartas. Discuten sobre
las reglas en cuanto al reparto de territorios. Cada carta representa un
territorio que un jugador ocupará pronto con alguno de sus ejércitos. Los
jugadores dan la vuelta a sus cartas sobre la mesa, las colocan entre sus
manos, piensan en sus estrategias.
A Les le ha tocado Nueva Guinea que, para él, es el trampolín que
le llevará a Australia. Coloca todos sus ejércitos disponibles allí.
–Una
clara señal para los que estén allí abajo –dice Nolan–. Les ya va a por su primer continente.
Les sonríe
complaciente.
Los
siete territorios de Alice están repartidos por todo el mundo.
Le da una calada a su porro y estudia sus posibilidades. Sabe que, con seis
jugadores de por medio, uno o dos caerán a la primera de cambio. Un jugador que
no tenga una buena base será liquidado en poco tiempo de una sola vez. Cuatro
de sus territorios están en Asia, que es un continente demasiado grande como
para poder controlarlo por mucho tiempo. Mientras piensa, siente que flota
sobre la silla; siente, al elevarse, cómo la planta de su pie toca la silla.
Durante su estancia en el techo, se le escapa una risa que la impulsa otra vez
hacia abajo. Nadie se dio cuenta de su breve ascensión. Estaban demasiado
concentrados en la incipiente guerra. Bebe un poco de vino y toma una decisión.
No le gusta Les cuando juegan y Alice controla Siam. Es la puerta a Asia desde Australia, que Les no tardará en controlar. Coloca todos sus ejércitos en Siam.
Les le
dirige una mirada incisiva. A Alice le encanta cuando provoca
esa mirada en él. Les tiene los ojos verdes, no tan verdes
como el color con el que está jugando, sino verdes como los billetes sucios de
dólar. Son unos ojos tan frívolos, brillantes y calculadores. Espera ganar; esa
actitud irrita a Alice soberanamente. Es posible que Les gane esta noche, pero antes tendrá que luchar contra ella.
Nolan
ha estado desplegando sus ejércitos entre Centroamérica y Groenlandia, a modo
de preparativo para ocupar Norteamérica. Al ver el emplazamiento de las tropas
de Alice, anuncia–: Un río de sangre se avecina en Siam.
–Ya
estoy lista –dice Alice. Les bebe
un trago de su copa de vino.
–Tal
vez Les quiera invertir en bolsas para
cadáveres –dice Frank.
–Ya
estoy lista –repite Alice.
Entre
tanto, lo único que Owen es capaz de escuchar es a su mujer moviéndose en la
habitación que está más cerca de la cocina. Se ha ido ahí para leer algún libro
o el periódico de la tarde. Hace el mismo ruido que un pájaro revoloteando en
su jaula. Le gustaría que saliese de su habitación, que mirase cómo juegan, que
se tomase una copa de vino o una cerveza. Una hora antes de que llegasen los
jugadores, hablaron sobre tener otro hijo. Había pasado más de un año, ambos
acababan de cumplir treinta años..., no encontrarían un momento más idóneo.
Pero ella fue incapaz de darle una respuesta. Se guardó para ella su tristeza y
su voluntad.
Por
la rendija inferior de la puerta Owen puede ver que la luz de la habitación de
al lado está apagada. Escucha a Eileen cambiarse a la habitación más alejada de
la cocina, lejos de él; le parece escucharla mudarse lejos, no está seguro, ya
que el ruido del conflicto bélico que hay a su alrededor no le deja escuchar
bien.
Owen
tiene Egipto, Norteamérica y Madagascar, y está encantado. Pronto controlará el
continente africano. No será uno de los primeros jugadores eliminados; el
anfitrión se sienta, se termina su bebida y piensa.
–¡Genial!
Todo el Oriente Medio para mí –dice Frank, lleno
de alegría, mientras coloca ahí todos sus ejércitos. No tiene otro sitio donde
ir. El resto de sus ejércitos están repartidos en cada continente, y no merece
la pena.
–Oriente
Medio es el territorio alrededor del cual gira el mundo.
–Frank está intentando autoengañarse –dice Les.
–El
pobre imbécil no tiene nada más que Oriente Medio –dice Alice.
–Aún
le queda petróleo –responde Frank.
Pam posee
Brasil y Venezuela, las puertas de entrada y de salida de Sudamérica. Reparte
sus ejércitos entre los dos territorios.
–Buena
táctica –le dice Nolan. Pam lo
mira para ver si le está tomando el pelo, pero sus ojos huyen de los suyos.
El
mundo está lleno de ejércitos de colorines listos para la contienda. Empieza
Nolan. Tras colocar sus tres ejércitos adicionales que le corresponden a cada
jugador por cada turno, ataca al único ejército de Les en el territorio del noroeste, pierde un ejército en la
avanzada y después pierde otro expulsando a Owen de Alaska.
–No
siempre es fácil –dice Nolan, que ahora controla las tres rutas de entrada y
salida de Norteamérica. Coge su carta. Es el turno de Frank.
–¿Corro
peligro? –pregunta Owen.
–Tal vez
–dice Frank mientras coloca sus tres ejércitos
adicionales en Oriente Medio.
–Lo
digo porque quiero ir al baño.
–Y
yo sólo quiero una carta –le contesta Frank.
Owen
se levanta y se marcha de la cocina. Si no obtiene una respuesta clara, que se
esperen. Eileen está en su habitación. Está tumbada contra la cabecera de la
cama, leyendo; levanta la cabeza casi con recelo cuando aparece su marido.
–¿Quién
va ganando? –le pregunta.
–Acabamos
de empezar. ¿Por qué no sales y saludas? Tómate un poco de vino.
Su
mujer niega con la cabeza. Su pelo es una densa ola de caramelo que corre por
su rostro. Su cara es fina y ovalada. Owen puede leer en sus ojos que teme que
le den las peores noticias en cualquier momento.
–Tendría
que volver a vestirme –le explica. Está lista para irse a dormir: con un
camisón de franela abrochado por delante y atado con un lazo en la base del
cuello. Es ahí donde Owen le da un beso. Después va al baño antes de volver a
la cocina. En el camino de vuelta a la cocina, le echa un vistazo a la segunda
habitación de la casa, pero, en su lugar, se obliga a pensar en mantener a
salvo África.
Frank se
ha lanzado directamente a por el sur de Europa, ha cogido su carta, se ha
reagrupado en Oriente Medio y ha finalizado su turno. Les ha ocupado Australia. Sus ejércitos esperan agrupados en
Indonesia, a lo largo de una estrecha masa de agua azul marino, a que venga el
ejército siamés de Alice.
–El
mundo está tomando forma –señala Owen.
–Les nos sugiere a todos que invirtamos en filatelia –dice Frank.
–Es
ilegal en este Estado –dice Alice.
Owen
no dice nada. No se va a sentar todavía; no, hasta que no sea su turno. Se
siente incapaz de perder la partida. Esto nunca había supuesto un problema para
él. Pero esta noche, en cambio, le resulta molesto.
En
lo que Owen sirve vino y cerveza y abre la bolsa de pretzels de Pam y los pone en un cuenco –actuando con toda la
formalidad propia de un buen anfitrión–, Pam toma
el control de Sudamérica. Tanto ella como Les controlan un continente, aunque son los dos continentes más
fáciles de conquistar y de mantener, de ahí que sólo reciban dos ejércitos por
turno en lugar de tres.
Alice coloca sus tres ejércitos adicionales en Siam. Mira
a Les, Alice levanta su ceja
izquierda, hace preguntas. Él se encuentra con su rostro inexpresivo. Alice se
da cuenta de que se ha picado. La arrogancia de sus ojos verdes como el dinero
se lo han dicho.
Decide
que todavía no es el momento de atacarlo. En su lugar, ataca a Nolan por la
India y después se repliega otra vez en Siam.
–Comprad
bolsas para cadáveres –suelta Frank de
una vez por todas–. Comprad acciones de la Cruz Roja.
Owen
se sienta en su sitio–: ¿Quién tiene los dados calientes? –pregunta
–Lo
cierto es que nadie –informa Nolan–. Aún es demasiado pronto.
–Les sugiere que invirtamos en numismática –dice Frank.
Owen lanza los
dados contra Pam y ocupa el Congo. Sus ejércitos
avanzan, en el sur, hacia África y, en el norte, hacia el este de África. En
pocos movimientos, África es suya. Llega a la conclusión de que son pocos los
ejércitos que ha repartido en África como para mantenerla bajo su dominio,
pero, al menos, tiene un continente.
Le
toca a Nolan otra vez y es incapaz de recordar qué es lo siguiente que va a
hacer. El rostro de Beth se le aparece encajado en el voluptuoso cuerpo
de Pam. Se agita en su silla y trata de
concentrarse. Debe reforzar Norteamérica. Lo que cambian las cosas en tan poco
tiempo: en un minuto se estaba tomando una cerveza con Pam y al siguiente habían tomado esta peligrosa decisión
y se encontraban aparcando el coche de Pam a
una manzana de la casa de Nolan. Abriéndose camino por el césped, entre las
sombras de las casas, lo único en lo que podía pensar Nolan era en que alguien
los viera. Todas las hojas de los árboles se habían caído; y eso que estaban en
verano. Llevaba a la chica agarrada de la mano. Entraron en el sótano por la
puerta trasera y se desnudaron bajo una tenue luz. Pam sabía a cerveza sin gas cuando Nolan la besó por
primera vez. Las campanas del reloj sonaban en el piso de arriba; Nolan las
contó mientras besaba la tripa de Pam: eran
las cinco, tenían una hora antes de que Beth llegase a casa.
–¿A
quién le toca? –pregunta sutilmente Les. La mente
de Nolan regresa otra vez al juego. El mundo se extiende ante él. La chica
sigue mirándolo; si Pam no se corta un poco, acabará por
descubrirlo todo. Nolan juega con el ejército azul. Se
sintió sexualmente atraído por Pam desde
el primer momento en que la vio: fue pura química sexual. Ni siquiera le hizo
falta que Pam abriese la boca. Es más, Nolan prefería incluso que no lo hiciera. Los trapos sucios
de su vida con Beth no eran de incumbencia de Pam. Nolan no sabía nada de la vida de Pam, tan sólo que se le daba fatal este juego. Durante sus
primeros encuentros, Nolan rellenaba los silencios incómodos
contándole cosas de su vida. Nunca pensaba en Beth durante esos encuentros;
existía en un plano diferente. Encontró sorprendentemente sencillo pedirle
a Pam que hiciese una carrera hasta el
sótano con él. Era lo único que quería saber de ella. Tuvieron que encontrarse
a la vista de todo el mundo y corriendo, para que Nolan se diese cuenta de la
locura que estaba cometiendo.
Y,
después de haber estado en el sótano durante tan sólo veinte minutos, agotados
y sentados bajo un incómodo silencio, se abrió una puerta sobre ellos y los
tacones de Beth sonaron alegremente por toda la casa, sobre sus cabezas.
–Nolan –gruñó Les–,
acabamos de empezar el juego, es demasiado pronto para pensárselo tanto.
–La
conciencia te reconcome –dice Frank.
Nolan mira
a Pam y su mente se pierde en el pasado.
Esperaron juntos en el sótano como vulgares ladrones. El espectacular cuerpo
de Pam se había convertido ahora en una
pesada carga que tenía que sacar de allí por su propia seguridad. Escuchó que
su mujer subía por las escaleras al piso de arriba y la noche era espesa. Así
que salieron a hurtadillas del sótano y volvieron al coche de Pam. Pam lo llevó adonde Nolan había dejado su coche. Ninguno de los dos dijo ni una
sola palabra, puede que su mujer los escuchase. Nolan respiró profundamente para tranquilizarse. Mientras
se alejaban, miró hacia atrás en dirección a la casa y, en el cuadro luminoso
de la ventana del cuarto del segundo piso, le pareció que la figura de una
mujer los estaba mirando. Pero había perdido sus gafas durante la consumación
del adulterio. Estaba conduciendo a ciegas. Tenía que tener mucho cuidado. En
casa se puso un par de repuesto y procedió a una inspección rápida y
superficial del sótano. Nada. Las gafas habían desaparecido. Estarían
enterradas en alguna parte, igual que en un campo de minas. Podría pisarlas en
cualquier momento y fastidiarlo todo. Beth, entusiasmada por verlo, lo desnudó
y lo arrastró a la cama con ella. Nolan le
dijo que no tenía tiempo, pero ella insistió; Nolan no notó nada extraño en su comportamiento, ni parecía
saber lo que acababa de hacer, ni en lo que acababa de convertirse.
–Como
anfitrión, Nolan, tengo el deber de decirte que, si no
haces ningún movimiento, perderás el turno.
Nolan coloca
sus tres ejércitos adicionales en Alaska. Conquista desde Quebec hasta
Groenlandia, que estaban en manos de Les,
le coge su carta y se sienta. Pam está
un poco decepcionada. Con todo el tiempo que había estado pensando, esperaba de Nolan una jugada más épica.
–Buena
jugada –dice Les, que se había picado.
–Jódete.
Frank sigue
reforzando con más ejércitos el Oriente Medio.
–No
dejes que Owen se haga con África –dice Les.
–Tú siempre
metiendo cizaña –dice Owen con tono simpático. Sin embargo, la posibilidad de
que le ataque acelera su ritmo cardíaco. Egipto y el este de África están
estratégicamente bien protegidos y si Frank decidiera
atacarlos no supondría un problema. Para la siguiente ronda, Owen estará mejor
fortificado. Si sobrevive a este turno, África será suya, probablemente durante
toda la partida, con sus tres ejércitos adicionales por turno. Frank tiene el poder de momento y los dados de Owen le juegan a
veces una mala pasada.
Frank ataca
a Owen por el este de África. África cae al salir dos seises en los
dados. Les, metiendo aún más cizaña, dice–: Lo
tienes a huevo para tomar un atajo por el norte de África y quitarle Sudamérica
a Pam.
–No,
gracias –dice Frank. Hay demasiados ejércitos en el norte de
África y Brasil. No le interesa–: Soy conformista, no conflictivo –dice y sitúa
la mitad de sus ejércitos de nuevo en Oriente Medio.
Les sacude
a Alice por los hombros, que fingía haberse dormido.
–¿Sigues
viva? –le grita al oído–. ¿Aún te quedan neuronas en el cerebro para seguir
jugando?
Alice redondea sus labios como si fuera a
darle un beso, pero, en su lugar, le escupe una bocanada de humo en su cara.
–Ya
voy –dice cuidadosamente desde el techo. Estas dos palabras, que caen
sobre Les, tiran de ella como si fuesen anclas. Se
agarra con una de sus piernas a una de las patas de la mesa para mantener el
equilibrio y la pata de la mesa empieza a agitarse con movimientos convulsivos.
–¡Mierda!
Está intentando seducirme para ponérselo fácil en Siam, ¡pero no le va a
funcionar! –grita estentóreamente Les.
Se
deshace de Alice, que había enrollado su pierna en la de Les. Alice se sujeta al borde de la mesa, no sea que
vuelva a salir flotando. Empieza a sentir náuseas. Se lleva la mano a la boca y
trata de concentrarse.
–No
tiene buena cara –le dice Les a
los demás, señalando a Alice.
–No
vale vomitar en el mundo –advierte Frank–. Si no
te gusta tu situación, compórtate como un hombre y aprende a vivir con ello.
Les pone
tres ejércitos en Indonesia y dos en Ucrania. Decide que no tiene ninguna
prisa. Que las cosas vengan por sí mismas. Lanza los dados y saca un seis.
Consigue una carta de otro punto del globo.
–Oh,
no... –dice Frank.
–Le
has sacado partido a ese seis.
–Aún
es pronto para cantar victoria –les dice Alice con una sonrisa
de oreja a oreja.
El
mundo desaparece y aparece constantemente de la vista de Owen. Es un buen
anfitrión: saca panchitos y bocadillos de jamón, vacía ceniceros, abre
cervezas, sirve vino... Derrama algunas gotas en los océanos y en las llanuras
de Asia. Los jugadores gruñen y se quejan. «¡Una ballena surcando los mares en
medio del Atlántico!», «¡un submarino que se dirige hacia el sur!»... Se excusa
un momento. La luz de la habitación de su mujer está apagada. Es la una de la
madrugada y Eileen duerme envuelta entre las sábanas como si fuera un
cigarrillo.
Vuelve
a pasar por la segunda habitación de la casa y decide entrar. Habían desmontado
enseguida la cuna. Incluso transcurrido un año, las cuatro marcas donde las
ruedas hacían presión aún se veían en la alfombra; eran como los agujeros de
cuatro estacas que delimitaban con precisión una parcela de tierra. La niña era
tan ligera y había estado en casa durante tan poco tiempo..., parece
sorprendente que hubiese hecho tanta mella.
Había
una lámpara de noche en uno de los enchufes de la pared. Puede que su mujer se
olvidase de ella cuando ordenaba la habitación. Tal vez no tuviera el valor de
mirar hacia abajo. Owen se arrodilla junto al aparato y lo desenchufa. Tenía la
forma de la cabeza de un ratón, con una cara blanca que brilla, orejas negras y
redondas, ojos de roedor de dibujo animado..., lo cierto es que era una imagen
algo inquietante. Era como la cabeza de un pequeño fantasma flotando sobre el
suelo. No es lo más apropiado para un bebé. ¿Se habría muerto del susto?
Owen
vuelve a la cocina. Sin África, ya no hay nada que hacer, y el juego se ha
convertido más en una obligación. No tardarán en eliminarle. Frank ya se ha marchado. Les ha
acabado con él en el frente de Ucrania, consiguiendo así más cartas y trasladando
algo de la tensión que se estaba respirando en el foco situado entre Siam e
Indonesia. Frank había tardado demasiado en tomarse
en serio este ejército desplegado en Ucrania y, ahora, se ha marchado de casa.
Nadie sabe qué ha sido de él.
Pam ha
echado raíces en Sudamérica. Los últimos ejércitos de Owen le bloquean el paso
al norte de África. Nolan tiene un frente importante en
Centroamérica. Dirigirá sus tropas contra ella en Venezuela.
El
río de sangre entre Alice y Les está a punto de estallar.
–Muy
pronto no te quedará más remedio que venir a por mí –dijo Alice lanzándole
una pullita–. Nolan está reclutando un ejército muy
poderoso.
–No
le falta razón –dice Owen. Desea que acabe cuanto antes la partida para mandar
a sus invitados a su casa.
La
puerta se abre. Frank ha vuelto.
–¿Dónde
estabas?
–Vagando
desnudo por la calle –responde Frank. Nadie
le hace caso. Nolan está atacando a Pam. Ha ido a por ella en Venezuela porque es el paso más
seguro a esas alturas del juego y, también, porque quiere que se largue. Suele
marcharse a su casa después de perder. Las otras noches le daba pena que se
fuera, pero ahora estaba avergonzándolo. Teme que se le escape algo o que se
ponga a llorar. No deja de mirarlo.
Nolan tira
los dados y Pam aguarda. Si la mirase, podrían
llegar a un entendimiento, pero sus ojos permanecían fijos en el tablero donde
caerían los dados de Pam.
–Vamos,
vamos –dice Nolan impaciente.
Pam lanza
los dados y pierde dos ejércitos.
–No
dejes que abuse de ti –dice Alice.
–No
pasa nada –dice Pam con toda la dulzura del mundo. Pam cree que en nada se pondrá a llorar. Las cosas no van
bien.
–¿Quieres
hacer el favor de tirar los dados? –le pregunta insistentemente.
Pam lanza
los dados sobre el tablero. Sigue con la mirada los dados a través de sus ojos
empañados en lágrimas y ve dos seises, que, mediante un examen más detallado,
se convierten en dos cuatros. Sus lágrimas hacen que los agujeros de los dados
se vean doble. Aún así, dos cuatros son suficientes como para derrotar a un par
de ejércitos de Nolan, que saca solamente un tres.
–¡A
por él! –la anima Alice.
Pero
no son más que dados; Les es el único que ha conseguido
doblegar las almas de esos cubos caprichosos. Los ejércitos de Pam caían como moscas hasta desaparecer por completo. Se
sentía completamente indefensa y estúpida. Había perdido otra vez. Le da sus
cartas a Nolan. Nolan las
cambia por más ejércitos y, sin decir palabra, ataca a Owen por
Norteamérica. Pam contempla la jugada sin ninguna
expresión. Podría abrir la boca y contarle a todo el mundo el encuentro que
tuvo con Nolan no hace mucho. Guarda esta
información como un hacha de doble filo que crece en su interior por no
utilizarla.
Pam coge
su vaso vacío y lo lava en el fregadero. A su espalda, se escucha cómo Nolan acaba completamente con Owen.
–Perdonadme
si no me quedo hasta el final –dice.
Owen se levanta y
se mete las manos en los bolsillos de sus pantalones.
–No
te reprocho que te marches –dice–, yo también me estoy aburriendo.
–Esa
es la típica letanía de los primeros en perder –le hace observar Les secamente.
Owen sonríe y
descuelga del perchero el abrigo de Pam y
la ayuda a ponérselo. La acompaña hasta el coche.
–Gracias
por venir –dice Owen. Le gusta estar afuera, lejos del humo y de la sed de
sangre. La grava blanca del sendero de su casa brilla. Parece como si quisiera
nevar. Coge las llaves de Pam con
toda la educación del mundo y, después de que Pam le indique cuál es su coche, abre la puerta. Owen la
ayuda a meterse dentro del coche y le da un beso de buenas noches. Ella le da a
él un par de gafas.
–Pertenecen
al que está jugando con el ejército azul –dice–. Me he encontrado hoy con él en
el centro de la ciudad y nos hemos tomado un café juntos y se las dejó por
error.
Estas palabras le
pillan a Owen por sorpresa; lo único que se le ocurre decir es–: Vale.
Owen
se queda un rato fuera después de que Pam se
haya ido. Como el coche de Nolan no
está cerrado con llave, le deja las gafas en el salpicadero. No tiene ningún
interés por conocer la verdad sobre cómo llegaron a las manos de Pam. Vuelve a casa y entra por la puerta principal. Escucha
las voces de los jugadores en la cocina, el fatigosos zumbido de un reloj
digital. A través de los oscuros pasillos de la casa, moviéndose con la
libertad que le dejaba el hecho de que sus invitados creyesen que todavía
seguía fuera, Owen se desliza a la habitación donde duerme su mujer. Está
envuelta en sábanas y duerme plácidamente. Ahora entiende por qué el juego no
le ofrecía nada; se trataba de un hecho sin ninguna importancia. Cuando Owen
levanta las sábanas para hacerse un hueco, despierta a Eileen, que se revuelve
medio dormida en la cama. Owen le desabrocha el camisón y trata de abrirse
camino entre las aletargadas manos de su mujer. Le da un prolongado beso en su
agridulce boca. Eileen articula vagamente una palabra, pero Owen no le hace
caso. Si se lo permite, apagará su deseo.
–¿Y
tus amigos? –le susurró suavemente al oído.
–Siguen
en la cocina. Pronto terminarán la partida.
–No
estás siendo un buen anfitrión. –Owen se alegró de una manera inimaginable
cuando escuchó ese tono burlón en su voz. Eileen lo abrazó.
–Creen
que sigo fuera –susurra–. Así puedo estar en dos sitios a la vez.
Eileen lo besa en
el cuello. Ambos caminan juntos: Owen, con cuidado, sorteando los oscuros abismos
de la memoria por los que debe llevar a su mujer. Ella avanza sobre un hermoso
sendero esponjoso que su marido va ensanchando lentamente.
–Ataco
Siam desde China –dice Les.
–Dame
los dados, por favor –dice Alice. Frank le pasa los dados, blancos como los huesos–. Igualitos que
una calavera –dice–: con sus veintiún agujeros hechos con la lanza.
–Ataco
Siam desde China –repite Les.
–Un
movimiento de pinza –anuncia Nolan.
–Pinza
sus movimientos y no tendrá escapatoria –dice Frank.
Les ha
creado un segundo frente en China, de tal manera que pueda atacar los ejércitos
siameses de Alice tanto desde el norte como desde el sur.
Lanza los dados con la misma técnica de siempre: tres sacudidas en su mano
izquierda y, después, lanza los dados sobre el tablero con una suave y mimosa
caricia, como si los dados fueran de cristal y pudieran romperse. Su secreto es
tratar bien a los dados para que luego ellos le correspondan con el mismo
cariño. Reveló este secreto en una ocasión que se encontraba borracho y con la
lengua suelta; como castigo, sufrió siete juegos seguidos de dados fríos.
Ataca a Alice desde
China: es una maniobra de preparación. Alice no teme la
derrota. Les puede ver en su demacrada cara que
ha tenido suficiente: suficiente hierba, suficiente de la compañía de sus
colegas, suficiente de este juego. Está cansada y ansiosa por volver a su casa.
–¿Dónde
está Owen? –pregunta Nolan.
–Ha
ido a acompañar a Pam a su coche –dice Frank.
–De
eso hace ya media hora.
–¿Y
qué? –pregunta Les, nervioso por hacerle perder la
concentración–. Ve a buscarlo si tan preocupado estás por él, pero cierra el
pico.
–Joder, Les, eres un tipo de lo más simpático –dice Frank.
–Tú
calla.
–Vamos, Les –se queja Alice–. Tira de una vez los dados,
quiero irme a casa.
–La
noche se está diluyendo en un mar de malos efluvios –dice Frank–. ¿Por qué siempre tiene que pasar lo mismo? Igual que en el
amor...
–Cállate, Frank.
Nolan se
encuentra en la ventana, apoyando sus manos en el cristal para que no refleje
la luz y ver a través de él. El manillar de la moto de Les brilla. Puede ver el coche de Alice, el suyo, el
coche de Frank... El coche de Pam no está.
–Se
han ido juntos –dice.
–¿Quiénes?
–pregunta Frank.
–Pam y Owen.
–Imposible
–dice Alice.
–Interesante
–admite Les.
–Su
coche no está y tampoco Owen. Se han ido juntos.
–Está
casado –dice Frank.
–Frank, qué ingenuo eres –dice Alice.
–Y
con su mujer al otro lado de la pared –dice Frank–, ¿quién tendría la sangre fría de irse con otra en esas
circunstancias?
–Tal
vez esté dormida –dice Nolan–. O tal vez Owen se piensa que Eileen
cree que sigue aquí con nosotros. Nunca lo vigila. Tal vez pensó que merecía la
pena correr el riesgo.
–¿Seguimos
jugando o no? –le pregunta Alice a Les. Está inquieto; ha estado pensando en Pam. Sentía algo raro en sus dedos mientras los agitaba entre
sus manos, como si sus aristas hubiesen sido cortadas de cuajo o si sus
agujeros se hubiesen reordenado. Los dados podían sentir el comportamiento frío
de Les, que los había ignorado en medio de una
magnífica representación que le estaban dedicando exclusivamente a él. Les tiene miedo de lanzar los dados y, cuando los lanza, sólo
saca un uno y un dos. Durante los siguientes cinco minutos, sus queridos dados
se comportan fríamente con él, haciéndole perder ejércitos y la confianza.
Finalmente, su ejército de China es devastado, mientras que Alice sigue
emplazada firmemente en Siam. Aunque Les la
superaba en número, el calor de los dados, que hasta ese momento había sido la
providencia de Les, favorecía ahora a su nueva amante. De la
mano de Alice salen ahora lánguidamente cincos y seises.
Ahora Alice se relame los labios y permanece bien atenta al
juego. Los dados calientes despiertan la atención de cualquiera. Les aguarda impacientemente al grito de incredulidad de Alice cuando
se le acabe la buena suerte y cuando sus dados, despechados, vuelvan a sus
manos. Pero nada de esto ocurre. Sus ejércitos caen como moscas. Poco a poco,
los ejércitos de ambos se van igualando: Siam e Indonesia; Les deja de contar ejércitos, con la esperanza de que esto
enfríe los dados.
–No
me siento cómodo sin un anfitrión –dice Nolan,
mientras se abre una cerveza. Empieza a echar un vistazo a las facturas que
Owen guarda en el mostrador, junto al teléfono.
–Joder,
Owen tiene 1 108 dólares en su cuenta corriente –informa a los demás.
–Estate
quieto –le regaña Alice.
A Les le gusta este giro inesperado; el poco respeto por la
intimidad de las personas de Nolan ha
sacado a Alice del juego.
–Son
muchas las personas que tienen que hacer frente a deudas –dice Les.
–Una
factura del teléfono de 79,21 dólares. –Sigue Nolan.
–¿Y
si Owen vuelve y te pilla hurgando entre sus cosas? –le pregunta Alice.
Aprovechando que Alice no está mirando, Les sopla suavemente los dados en sus manos para enfriarlos.
–Se
ha ido con Pam –dice Nolan. Decir esto en voz alta parece convertirlo en un hecho y a
la vez le tranquiliza.
–Tira
los dados –ordena Les–. Quiero salir de aquí antes de que
amanezca. –Está convencido de que los dados han vuelto a él. Alice ha
esperado demasiado tiempo para lanzarlos. Ha perdido su favor al ignorar la
buena suerte que los dados tan ansiosamente le habían concedido.
–Sigo
atacando –le recordó a Alice.
Alice tira
los dados, sin dejar de pensar en Owen. La había llamado por teléfono cuando el
bebé murió, el teléfono parecía estar a punto de estallar en medio de la noche
con el drama. Y cada vez que hablaba con Eileen, Alice era
incapaz de hacerlo sin ver el dolor en sus ojos atormentándola constantemente.
Sólo más adelante la había visto sonreír. ¿Sería realmente capaz de marcharse
con Pam en estas circunstancias?
Les vence
a dos ejércitos. Después otros dos.
–Una
factura de 177,44 dólares de la compañía del gas.
A Alice le
gustaría que Owen volviese y pillase a Nolan con
las manos en la masa y le prohibiese la entrada a su casa de por vida. Pero no
se escucha ni un sólo ruido en toda casa, salvo el que hacen los dados al
chocar entre sí. Puede que Owen se haya marchado con Pam; tal vez sea la única solución a estas alturas de la
historia. El tipo con el que se ve a escondidas está casado con una dulce mujer
de la que dice que no tiene nada interesante que contar. Y eso que Alice nunca
se ha considerado particularmente fascinante. El tipo con el que comparte una
alquería puso fin a un matrimonio hace muchos años cuando su mujer lo pilló con
otra en la tumbona. Alice cree que esto puede serle útil, ya
que él, mejor que nadie, lo entendería si alguna vez la pilla a ella.
Les lanza los dados y Alice sucumbe
finalmente. Les estaba en lo cierto: ha recuperado el
cariño de los dados. Una vez expulsada de Siam, Les sigue teniendo diez ejércitos en Indonesia. Coge las cuatro
cartas que le quedan a Alice y, con las cartas ya en sus
manos, cambia dos por cuarenta y cinco ejércitos: un enorme ejército verde que
coloca con cuidado para luchar contra Nolan mientras
sus queridos dados sigan aún calientes. Les llevó una hora más terminar la
partida. Los dados vuelven a estar en casa, en las cóncavas manos de Les y, a dos minutos de dar las cuatro, Les se convierte en el ganador por tercera vez
consecutiva. Alice y Frank contemplan
sentados y en silencio.
–Querido Les –dice Alice, poniéndose de pie y estrechándole
la mano–. Enhorabuena, estás que te sales.
–Sí,
que se sale... –dice Frank–. Igual que una mala hierba. –Le da la
mano a Les. Dobla el tablero de Owen, recoge las
cartas y coloca los ejércitos en la caja.
–¿Sabéis
si Owen se ha acordado de coger las llaves de casa? –pregunta Nolan.
–Pues
no te sabría decir... –dice Les.
–Si
cerramos la puerta –dice Frank–, y
tiene que llamar a la puerta para entrar, le estaríamos poniendo sin querer en
un aprieto. ¿Y si le da un apretón? Un tipo como Owen podría morir de un
apretón.
–Que
hubiese pensado en eso antes.
–Puede
decir simplemente que se le han olvidado –dice Les–. Puede decirle a su mujer que, una vez acabada la partida, salió
a desayunar y se le olvidaron.
Alice mete
el vino en la nevera y friega los vasos. Dejan encendida una pequeña luz de la
cocina.
Los pájaros
revolotean fuera, pese a que aún es demasiado pronto y está demasiado oscuro.
Los cuatro se encontraban, como si fuesen los ángulos de un cuadrado, en el
porche de la casa.
–Alguien
ha dicho algo de desayunar –dice Nolan.
Frank hace
un gesto con el índice y el pulgar–: Estoy sin blanca.
–Iré
a comprar algo –dice Nolan–. Los vencidos irán a comprar con el
dinero de las indemnizaciones que les darán los vencedores.
–¡Ja,
ja! Que te lo has creído –dice Les.
–Aun
así iré a comprar algo.
–Creo
que yo paso –dice Alice.
–¿Vas
a dejar pasar la oportunidad de comer gratis? –le pregunta Nolan.
–No
me siento tan afortunada.
–Tú
misma –dice Frank.
Los
otros tres del grupo empezaron a hacer planes sin contar con ella. No es que
quiera quedarse sola exactamente, pese a que, al final de su trayecto de vuelta
a casa, la aguarda un hombre que la ama durmiendo en su cama. Nolan y Frank arrancaron
sus coches y se marcharon y ella se quedó allí junto a Les, que se sienta a horcajadas en su moto, mientras se pone sus
guantes y la mira:
–Vente
con nosotros –le insiste.
Se
acerca a él–: Estoy cansada de Nolan y Frank –le da un beso a Les–. ¿No
podemos ir a otro sitio tú y yo?
Les se ríe–: Eso sería difícil de
explicar. Me marcho y vuelvo a casa casi siempre a horas extrañas e
intempestivas. Mi mujer se piensa que me tiro jugando a esto día y noche.
–Cobarde.
El
motor de la moto de Les arrancando despierta a Owen. Se
deshace cuidadosamente de Eileen, que lo tenía encerrado entre sus brazos;
Eileen se revuelve en su cama ligeramente. Pasa el brazo por la cintura de
Owen, que está sentado al borde la cama. Sus colegas se habrán ido a desayunar
en ese mismo momento. Es tradición después de acabar una partida. Volverán a
jugar a la guerra por la noche. Se contarán historias y extenderán rumores.
A Owen le encantaría ir con ellos, pero no se atreve.
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