Viajar en tren es divertido. Disfrutas del paisaje mientas sientes correr las ruedas de los vagones entre las vías. Es una sensación muy relajante. En ocasiones entablas conversación con desconocidos. En mi viaje de vuelta a Madrid desde Segovia mantuve una conversación con una ciudadana china que estaba viviendo en España. Cogimos el autobús a la estación en la misma parada. Se sube detrás de mí y le oigo preguntar al conductor si el bus va a la estación. Él le responde que sí. Son diez minutos desde la parada hasta la estación y, en el transcurso, me da tiempo a pensar que Segovia es una ciudad pequeña y agradable. Los pasajeros parecen conocer a todos los conductores de autobús. Se saludan a la entrada y se despiden a la salida, no como un formalismo, sino como si de verdad hubiese una amistad entre ellos. Pulso el botón de parada y el autobús se detiene a pocos metros de la estación. La ciudadana china no parece estar muy segura de que esa sea la parada y viéndome cargado de una maleta me pregunta: "¿La estación de tren?" Le digo que me siga; vamos al mismo sitio. Se pone a mi lado. No tengo claro si acabaremos hablando o si cada uno se irá por su camino cuando vea la estación. Ella me pregunta: "¿Eres de Segovia?" Le respondo que no, que soy de Zaragoza, pero que vivo en Madrid. Yo directamente le digo con toda sorna que no es de aquí. Los rasgos la delatan mucho. "No, no soy de aquí", me dice riéndose. Por lo visto, ambos vamos a coger el regional a Madrid de las 21:20. "Este tren es un poco lento, tarda mucho." "Sí, es lento - le digo -, pero el viaje se hace más agradable. Y también es más barato." Ella se echa a reír.
Ya en la estación, ambos nos mantenemos en silencio, pero seguimos sin separarnos. No tengo claro si acabaremos siendo compañeros puntuales de viaje o nos sentaremos cada uno en un asiento por separado. Ella se va al baño y me deja solo en la estación. Al momento, me entra sed y también me acerco al baño. Al salir, me encuentro frente a ella, que también está saliendo del baño de las chicas. Se echa a reír. Volvemos juntos a la estación. Supongo que he encontrado una compañera con la que charlar en el trayecto.
Lo primero que me pregunta es qué hago en Segovia. "He estado una semana en un curso de música", le respondo. Me pregunta "¿Qué juegas?" Le corrijo: "Se dice '¿Qué tocas?', '¿Qué juegas?' es inglés." Me hizo gracia. Me recordó a un actor que conocí y prefería decirlo como en inglés y francés: "Yo no interpreto, yo juego." Tenía toda la razón. Le digo que toco el piano y ella me responde: "Yo de pequeña también lo tocaba. Mi madre toca el piano y me enseñó", pero lo que realmente le gustaba tocar era el guzheng, un instrumento tradicional chino. Le pregunto cómo se escribe y me lo deletrea. Lo pronuncia un poco distinto a cómo se escribe: la g es como una k y la zh como una t; la e es muy débil, tragada, como si no se pronunciara ("kutn", me pareció entender). "No sé cómo se dice en español." Le digo que seguramente se diga igual y le pregunto cómo es. Ella me responde que tiene cuerdas extendidas sobre una tabla. Enseguida me viene a la cabeza el salterio y le pregunto si se toca con los dedos de una mano mientras con la otra le hago gestos horizontales, que es más o menos como se toca el salterio. Le cambia el rostro y asiente sonriendo. "¡Eso es!", me dice. Yo le respondo que aquí lo llamamos salterio, aunque seguramente sean instrumentos totalmente diferentes.
La siguiente pregunta que me hace es que cuánto llevo tocando el piano. Yo le respondo que tan sólo 4 años. "¿Por qué no empezaste de niño?" La conversación se vuelve incómoda. No sé muy bien qué responderle. Es complicado de explicar. La música no tiene edad, pero no sé cómo decírselo y me callo. "¿Trabajas?" Yo le respondo que no. Se echa a reír y da palmadas diciendo "¡Enhorabuena! Muy bien." Tenía la sensación de que se estaba riendo de mí. La verdad es que me hizo sentir un poco mal. "¿No piensas en el futuro?" No sabía qué decir. No imaginaba que en el resto del mundo la música se tomara tan poco en serio como aquí... Me pregunta que cómo me siento haciendo música. Yo le respondo que me siento muy a gusto conmigo mismo y me las apaño para meterle en la conversación esa frase tan trillada de "Gimnasia para el cuerpo y música para el alma." Me queda muy intelectualoide.
Ahora era mi turno. Le pregunté a qué se dedicaba. No recuerdo las palabras exactas, pero era profesora de chino y español. Llevaba tres años en España y lo hablaba con bastante fluidez. Yo le digo que el chino es un idioma muy musical y que, de hecho, y precisamente por esto, favorece la aparición del oído absoluto. "¡Curioso!" Curioso e interesante; era las dos palabras que más repetía. Ella me dice todo lo contrario: "Yo creo que el español es más musical que el chino, lo que pasa es que tiene muchas conjugaciones." Me río. Le doy la razón. Imagino que para un extranjero debe ser un jaleo. Nosotros lo hacemos sin pesar. Ella me explica que en chino no conjugan. "No necesitamos conjugar. Para decir 'comí ayer' o 'comí hoy', lo único que cambiamos es el ayer o el hoy." Yo pienso para mí que sería algo así como "Yo comer hoy; yo comer ayer" y me hace gracia. "No me gusta especialmente, pero me da dinero." Le digo que, dentro de lo malo, es muy buen trabajo y que será muy satisfactorio. Pero por lo que me responde, me dio a entender que le gustaría tener un hobby, algo con lo que disfrutar. "Yo hago origami", le respondo con la idea de invitarla a que, si necesita una afición, la papiroflexia es una buena opción. No sabe lo que es, algo que me extraña. Claro que el origami es un arte japonés, pero daba por sentado que, por proximidad, le sonaría al menos. Le pido que me dé una hoja de papel y le pliego una grulla al momento. Mientras tanto le explico la historia de Sadako, la niña enferma de leucemia que, siguiendo una antigua leyenda, quiso plegar mil grullas de papel para ver cumplido su deseo. Falleció antes de plegar las mil. En seguida me dice "Ah, sí. Creo que hacía cosas de estas de niña."
Seguimos hablando. Ella me hace muchas preguntas sobre España. Me dice que no tenemos tantos escritores como Francia. Me sorprende tal afirmación categórica. "Sólo conozco a Cervantes y nada más", me dice. Yo le respondo que está equivocada, que Cervantes es una de las figuras más conocidas internacionalmente, pero no es el único. De repente me encuentro haciendo una lista de los escritores más importantes: Lope de Vega, Calderón de la Barca, Blasco Ibáñez, Quevedo, Góngora, Miguel de Unamuno, Camilo José Cela, Antonio Machado... "¡Antonio Machado!, yo vivía cerca de la estación de metro", me dice cuando se lo menciono. Ahí me doy cuenta de lo poco que sabemos realmente los unos de los otros. Un chino no es consciente de lo que tenemos. Seguramente nosotros no seamos conscientes de lo que tienen en otros países como Macedonia. No existe ni un sólo país sin un cuerpo de escritores e intelectuales. Que no sean conocidos, no implica necesariamente que no hayan aportado nada al mundo. "También conozco a un poeta que es muy internacional." Me viene a la cabeza Federico García Lorca y doy en el clavo. Le digo que ya no sólo hay muchos escritores, que hay muchísimo arte en España, sólo hay que desenterrarlo. Ella me habla de la pintura española, que parece conocer muy bien.
Me sigue haciendo muchas preguntas, pero sólo me viene a la cabeza una que me repite insistentemente: "¿Cómo crees que sois los españoles?" No lo sé. No se puede ser categórico. No existe un perfil único de españoles. Cada uno es como es. Es curioso saber cómo nos ven los extranjeros desde fuera. "Yo es que los españoles que conozco se quejan y puntúan a las chicas." Yo no llego a esos extremos. Lo máximo que digo es "qué buena está fulanita de cual o menganita de tal." Llega el tren. Subimos y nos sentamos juntos. "También van a discotecas", continúa contándome. Yo salto diciéndole que a mí no me gustan, hay mucho ruido. "Te entiendo. A mí tampoco me gusta", acaba por decirme. Yo le respondo que en España no sólo hay bares y discotecas, también tenemos teatros, auditorios y bibliotecas (sí, se lo digo tal cual porque no tengo muy claro si ella es consciente de que hay ese tipo de cosas en España). Me viene a la mente una ocasión en la que a una de mis hermanas, en su viaje a EE. UU., le preguntaban cosas como si teníamos coches y lavadoras. Ella acabó diciéndole que vivíamos en cuevas. El hombre por poco no le pregunta "¿En serio?" Mejor no dar las cosas por sentado...
"¿Has salido de España?" Sí. He estado en Italia y en Holanda. "¿Y te gustó Holanda?" La verdad es que no. Había mucha gente en Ámsterdam y era un poco agobiante. Ella aprovecha para seguir comparando a los españoles con el resto de Europa. "Los españoles sois más flexibles. Los alemanes no me caen bien. Son muy serios. Es por el idioma. Es muy discreto. Tienen palabras específicas para cada cosa." No acababa de entender muy bien esto último. "Sí, quiero decir que en China, para referirnos al armario del baño decimos simplemente 'el armario del baño', pero ellos tienen una palabra específica para eso." Bueno, habría que verlo en su contexto... "También son más fríos", me sigue contando. Yo acabo por decirle que, en el fondo, el clima, la disposición geográfica y el idioma influye mucho en la forma de pensar de las personas. España es un país raro. Estamos separados físicamente del resto de Europa por una enorme cordillera de montañas llamada los Pirineos. Tal vez sea esa la razón por la que "Spain is different", no lo sé...
Me habla de cosas de las que no entiendo: política, economía, la industria... Y me habla de que aquí en España estamos separados y que se habla mucho de "las dos Españas"; yo intento explicárselo lo mejor que puedo. Me habla sobre China y Japón y me dice que Japón ha cometido errores y no quiere reconocerlo porque son muy orgullosos. Me explica que, al ser una isla tan pequeña, ha tenido ansias de ampliar sus horizontes. Tiene su lógica. No obstante, toda historia tiene más de una versión. Me viene a la mente la película Harakiri de Kobayashi, en la que se refleja la importancia que le dan los japoneses a la cuestión del honor. Tengo que verla otra vez.
Sigue hablándome de cómo somos los españoles. "Las mujeres españolas son muy agresivas", me dice. No son agresivas, tienen mucho carácter. Es una consecuencia del machismo, que ha obligado a las mujeres a tomar cartas en el asunto y no dejarse torear. "Si un hombre maltrata a una mujer, es porque tiene poca confianza en sí mismo y mucha falta de autoestima." Dice que los hombres españoles sólo somos valientes cuando estamos en grupo. Cuando los hombres españoles están en grupo, siempre hay alguno que se le acerca a decirle Ni jao, pero que cuando están solos no se atreven a decirle nada. Hablando de la autoestima, pienso en decirle que tal vez los españoles seamos algo envidiosos, aunque no entiendo por qué. Acabamos con la moral por los suelos porque nos comparamos con Europa. No es que tengamos falta de autoestima, simplemente es que no sabemos valorarnos a nosotros mismos, ni lo que tenemos. Intento explicárselo como puedo. Ella acaba por preguntarme si me gusta vivir en España.
Llegamos a Cercedilla, parada en la que hacemos transbordo y cambiamos de tren. La conversación se va apagando. Ella me enseña un mapa de España y me dice los lugares en los que ha estado. "He estado en Figueres." Ahí es donde está el Museo Salvador Dalí y me dijo que quería visitar Cáceres y Trujillo. "Allí nació Pizarro." No lo sabía. Llegamos a Villalba. Desde allí, el tren ya no para en ningún sitio hasta llegar a Chamartín. Me acuerdo de un amigo que vive en Villalba y hace mucho que no veo. El hombre tiende a levantar pasiones entre las chicas por un aspecto, a medio camino entre lo gótico y bohemio; así que cuando quedo con él le digo, medio en serio, medo en broma, que intente no ser demasiado arrebatador, porque sino estoy perdido. Pasada la estación de Villalba, la chica coge su móvil y decide no hablar más. En ese momento me fijo que lleva una bolsa de plástico del nombre de un tienda que se llama "Limón y algo" (no alcanzo a ver la segunda palabra, pero empezaba por la sílaba "me"), pastelería, barras, confitería y que está situada en la calle Isabel La Católica, que, como me había dicho el día anterior una compañera, se había coronado en Segovia.
Llegamos a la estación de Chamartín. Yo recogí mis bártulos y me despedí de ella. Ella iba hasta Atocha. Al bajarme caí en la cuenta: no le pregunté cuál era su nombre.
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